sábado, 23 de octubre de 2010

La vuelta del Martín Fierro, Canto IV

Antes de aclarar el día

empieza el indio a aturdir

la pampa con su rugir,

y en alguna madrugada,

sin que sintiéramos nada

se largaban a invadir.

 

 

Primero entierran las prendas

en cuevas, como peludos;

y aquellos indios cerdudos,

siempre llenos de recelos,

en los caballos en pelos

se vienen medio desnudos.

 

Para pegar el malón

el mejor flete procuran;

y como es su arma segura,

vienen con la lanza sola,

y varios pares de bolas

atados a la cintura.

 

De ese modo anda liviano,

no fatiga el mancarrón;

es su espuela en el malón,

después de bien afilao,

un cuernito de venao

que se amarra en el garrón.

 

El indio que tiene un pingo

que se llega a distinguir,

lo cuida hasta pa dormir;

de ese cuidao es esclavo:

se lo alquila a otro indio bravo

cuando vienen a invadir.

 

Por vigilarlo no come

y ni aun el sueño concilia;

sólo en eso no hay desidia;

de noche, les asiguro,

para tenerlo seguro

le hace cerco la familia.

 

Por eso habrán visto ustedes,

si en el caso se han hallao,

y si no lo han oservao

ténganló dende hoy presente,

que todo pampa valiente

anda siempre bien montao.

 

Marcha el indio a trote largo,

paso que rinde y que dura;

viene en direción sigura

y jamás a su capricho:

no se les escapa bicho

en la noche más escura.

 

Caminan entre tinieblas

con un cerco bien formao;

lo estrechan con gran cuidao

y agarran, al aclarar,

ñanduces, gamas, venaos,

cuanto ha podido dentrar.

 

 

Su señal es un humito

que se eleva muy arriba,

y no hay quien no lo aperciba

con esa vista que tienen;

de todas partes se vienen

a engrosar la comitiva.

 

Ansina se van juntando,

hasta hacer esas riuniones

que cain en las invasiones

en número tan crecido;

para formarla han salido

de los últimos rincones.

 

Es guerra cruel la del indio

porque viene como fiera;

atropella donde quiera

y de asolar no se cansa;

de su pingo y de su lanza

toda salvación espera.

 

Debe atarse bien la faja

quien aguardarlo se atreva;

siempre mala intención lleva,

y como tiene alma grande,

no hay plegaria que lo ablande

ni dolor que lo conmueva.

 

Odia de muerte al cristiano,

hace guerra sin cuartel;

para matar es sin yel,

es fiero de condición;

no gólpea la compasión

en el pecho del infiel.

 

Tiene la vista del águila.

del león la temeridá;

en el desierto no habrá

animal que él no lo entienda,

ni fiera de que no aprienda

un istinto de crueldá.

 

Es tenaz en su barbarie,

no esperen verlo cambiar;

el deseo de mejorar

en su rudeza no cabe:

el bárbaro sólo sabe

emborracharse y peliar.

 

El indio nunca se ríe,

y el pretenderlo es en vano,

ni cuando festeja ufano

el triunfo en sus correrías;

la risa en sus alegrías

le pertenece al cristiano.

 

 

Se cruzan por el desierto

como un animal feroz,

dan cada alarido atroz

que hace erizar los cabellos;

parece que a todos ellos

los ha maldecido Dios.

 

Todo el peso del trabajo

lo dejan a las mujeres:

el indio es indio y no quiere

apiar de su condición;

ha nacido indio ladrón

y como indio ladrón muere.

 

El que envenenen sus armas

les mandan sus hechiceras;

y como ni a Dios veneran,

nada a las pampas contiene;

hasta los nombres que tienen

son de animales y fieras.

 

Y son, ¡por Cristo bendito!

lo más desasiaos del mundo;

esos indios vagabundos,

con repunancia me acuerdo,

viven lo mesmo que el cerdo

en esos toldos inmundos.

 

Naides puede imaginar

una miseria mayor;

su pobreza causa horror;

no sabe aquel indio bruto

que la tierra no da fruto

si no la riega el sudor.

 

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