sábado, 23 de octubre de 2010

La vuelta del Martín Fierro, Canto V

Aquel desierto se agita

cuando la invasión regresa;

llevan miles de cabezas

de vacuno y yeguarizo:

pa no aflijirse es preciso

tener bastante firmeza.

 

Aquéllo es un hervidero

de pampas, un celemín;

cuando riunen el botín

juntando toda la hacienda,

es cantidá tan tremenda

que no alcanza a verse el fin.

 

Vuelven las chinas cargadas

con las prendas en montón;

aflije esa destrución;

acomodaos en cargueros

llevan negocios enteros

que han saquiado en la invasión.

 

 

Su pretensión es robar.

no quedar en el pantano;

viene a tierra de cristianos

como furia del infierno;

no se llevan al gobierno

porque no lo hallan a mano.

 

Vuelven locos de contentos

cuando han venido a la fija;

antes que ninguno elija

empiezan con todo empeño,

como dijo un santiagueño,

a hacerse la repartija.

 

Se reparten el botín

con igualdá, sin malicia;

no muestra el indio codicia,

ninguna falta comete;

sólo en esto se somete

a una regla de justicia.

 

Y cada cual con lo suyo

a sus toldos enderiesa;

luego la matanza empieza

tan sin razón ni motivo,

que no queda animal vivo

de esos miles de cabezas.

 

Y satisfecho el salvaje

de que su oficio ha cumplido,

lo pasa por áhi tendido

volviendo a su haraganiar,

y entra la china a cueriar

con un afán desmedido.

 

A veces a tierra adentro

algunas puntas se llevan;

pero hay pocos que se atrevan

a hacer esas incursiones,

porque otros indios ladrones

les suelen pelar la breva.

 

Pero pienso que los pampas

deben de ser los más rudos;

aunque andan medio desnudos

ni su convenencia entienden;

por una vaca que venden

quinientas matan al ñudo.

 

Estas cosas y otras piores

las he visto muchos años;

pero, si yo no me engaño,

concluyó ese bandalaje,

y esos bárbaros salvajes,

no podrán hacer más daño.

 

 

Las tribus están desechas:

los caciques más altivos

están muertos o cautivos,

privaos de toda esperanza,

y de la chusma y de lanza

ya muy pocos quedan vivos.

 

Son salvajes por completo

hasta pa su diversión,

pues hacen una junción

que naides se la imagina;

recién le toca a la china

el hacer su papelón.

 

Cuanto el hombre es más salvaje

trata pior a la mujer;

yo no sé que pueda haber

sin ella dicha ni goce:

¡feliz el que la conoce

y logra hacerse querer!

 

Todo el que entiende la vida

busca a su lao los placeres;

justo es que las considere

el hombre de corazón;

sólo los cobardes son

valientes con sus mujeres.

 

Pa servir a un desgraciao

pronta la mujer está;

cuando en su camino va

no hay peligro que la asuste;

ni hay una a quien no le guste

una obra de caridá.

 

No se hallará una mujer

a la que esto no le cuadre;

yo alabo al Eterno Padre,

no porque las hizo bellas,

sino porque a todas ellas

les dio corazón de madre.

 

Es piadosa y diligente

y sufrida en los trabajos:

tal vez su valer rebajo

aunque la estimo bastante;

mas los indios inorantes

la tratan al estropajo.

 

Echan la alma trabajando

bajo el más duro rigor;

el marido es su señor;

como tirano la manda

porque el indio no se ablanda

ni siquiera en el amor.

 

 

No tiene cariño a naides

ni sabe lo que es amar;

¡ni qué se puede esperar

de aquellos pechos de bronce!

yo los conocí al llegar

y los calé dende entonces.

 

Mientras tiene qué comer

permanece sosegao;

yo, que en sus toldos he estao

y sus costumbres oservo,

digo que es como aquel cuervo

que no volvió del mandao.

 

Es para él como juguete

escupir un crucifijo;

pienso que Dios los maldijo

y ansina el ñudo desato;

el indio, el cerdo y el gato,

redaman sangre del hijo.

 

Mas ya con cuentos de pampas

no ocuparé su atención;

debo pedirles perdón,

pues sin querer me distraje,

por hablar de los salvajes

me olvidé de la junción.

 

Hacen un cerco de lanzas,

los indios quedan ajuera;

dentra la china ligera

como yeguada en la trilla,

y empieza allí la cuadrilla

a dar güeltas en la era.

 

A un lao están los caciques,

capitanejos y el trompa

tocando con toda pompa

como un toque de fajina;

adentro muere la china,

sin que aquel círculo rompa.

 

Muchas veces se les oyen

a las pobres los quejidos,

mas son lamentos perdidos;

al rededor del cercao,

en el suelo, están mamaos

los indios, dando alaridos.

 

Su canto es una palabra

y de áhi no salen jamás;

llevan todas el compás,

ioká-ioká repitiendo;

me parece estarlas viendo

más fieras que Satanás.

 

 

Al trote dentro del cerco,

sudando, hambrientas, juriosas,

desgreñadas y rotosas,

de sol a sol se lo llevan:

bailan, aunque truene o llueva,

cantando la mesma cosa.

 

 

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