sábado, 23 de octubre de 2010

La vuelta del Martín Fierro, Canto XVIII

Se largaron como he dicho

a disponer el entierro;

cuando me acuerdo, me aterro:

me puse a llorar a gritos

al verme allí tan solito

con el finao y los perros.

 

 

Me saqué el escapulario,

se lo colgué al pecador;

y como hay en el Señor

misericordia infinita,

rogué por la alma bendita

del que antes jue mi tutor.

 

No se calmaba mi duelo

de verme tan solitario,

áhi le champurrié un rosario

como si juera mi padre,

besando el escapulario

que me había puesto mi madre.

 

Madre mía, gritaba yo,

dónde andarás padeciendo;

el llanto que estoy virtiendo

lo redamarías por mí,

si vieras a tu hijo aquí

todo lo que está sufriendo.

 

Y mientras ansí clamaba

sin poderme consolar,

los perros, para aumentar

más mi miedo y mi tormento,

en aquel mesmo momento

se pusieron a llorar.

 

Libre Dios a los presentes

de que sufran otro tanto;

con el muerto y esos llantos

les juro que falta poco

para que me vuelva loco

en medio de tanto espanto.

 

Decían entonces las viejas,

como que eran sabedoras,

que los perros cuando lloran

es porque ven al demonio;

yo creía en el testimonio:

como cré siempre el que inora.

 

Ahi dejé que los ratones

comieran el guasquerío;

y como anda a su albedrío

todo el que güérfano queda,

alzando lo que era mío

abandoné aquella cueva.

 

Supe después que esa tarde

vino un pión y lo enterró,

ninguno lo acompañó

ni lo velaron siquiera;

y al otro día amaneció

con una mano dejuera.

 

 

Y me ha contado además

el gaucho que hizo el entierro

(al recordarlo me aterro,

me da pavor este asunto)

que la mano del dijunto

se la había comido un perro.

 

Tal vez yo tuve la culpa

porque de asustao me fui;

supe después que volví,

y asigurárseló puedo.

que los vecinos, de miedo,

no pasaban por allí.

 

Hizo del rancho guarida

la sabandija más sucia,

el cuerpo se despeluza

y hasta la razón se altera:

pasaba la noche entera

chillando allí una lechuza.

 

Por mucho tiempo no pude

saber lo que me pasaba;

los trapitos con que andaba

eran puras hojarascas;

todas las noches soñaba

con viejos, perros y guascas.

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