sábado, 23 de octubre de 2010

La vuelta del Martín Fierro, Canto XXVI

Cuando me llegó mi turno

dije entre mí: "¡Ya me toca!"

y aunque mi falta era poca,

no sé porqué me asustaba;

les asiguro que estaba

con el Jesús en la boca.

 

Me dijo que yo era un vago,

un jugador, un perdido;

que dende que fi al partido

andaba de picaflor;

que había de ser un bandido

como mi antesucesor.

 

Puede que uno tenga un vicio,

y que de él no se reforme

mas naides está conforme

con recibir ese trato:

yo conocí que era el ñato

quien le había dao los informes.

 

 

Me dentró curiosidá,

al ver que de esa manera

tan siguro me dijiera

que fue mi padre un bandido;

luego lo había conocido,

y yo. ignoraba quién era.

 

Me empeñé en aviriguarlo;

promesas hice a Jesús

tuve, por fin, una luz,

y supe con alegría

que era el autor de mis días

ei guapo sargento Cruz.

 

Yo conocía bien su historia

y la tenía muy presente;

sabía que Cruz bravamente,

yendo con una partida,

había jugado la vida

por defender a un valiente.

 

Y hoy ruego a mi Dios piadoso

que lo mantenga en su gloria

se ha de conservar su historia

en el corazón del hijo:

él al morir me bendijo,

yo bendigo su memoria.

 

Yo juré tener enmienda

y lo conseguí de veras;

puedo decir ande quiera

que si faltas he tenido

de todas me he corregido

dende que supe quién era.

 

El que sabe ser buen hijo

a los suyos se parece,

y aquél que a su lado crece

y a su padre no hace honor,

como castigo merece

de la desdicha el rigor.

 

Con un empeño costante

mis faltas supe enmendar;

todo conseguí olvidar,

pero, por desgracia mía,

el nombre de Picardía

no me lo pude quitar.

 

Aquél que tiene buen nombre

muchos dijustos ahorra;

y entre tanta mazamorra

no olviden esta alvertencia:

aprendí por esperencia

que el mal nombre no se borra.

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