jueves, 20 de agosto de 2015

Calfucurá, el Señor de las Pampas


Es considerado el último gran toqui mapuche del siglo XIX. Nacido en las cercanías del Llaima, su poder e influencia llegaron hasta las puertas de Buenos Aires, capital que mantuvo en vilo por décadas. Defendió como pudo la frontera del Wallmapu del avance de las repúblicas chilena y argentina. Fue aliado y otras veces enemigo de los presidentes Rosas, Urquiza, Mitre y Sarmiento, quienes lo respetaban y temían como al mismísimo diablo. Militar, comerciante y político excepcional, un reciente libro lanzado en la capital argentina trae al presente todo su genio y figura.

por Pedro Cayuqueo, desde Buenos Aires

“Hablamos de uno de los personajes más determinantes de la historia argentina del siglo XIX”. Las palabras del abogado e historiador Hugo Chumbita no dejan lugar a dudas; hablar de Calfucurá, el mítico líder mapuche de las pampas, es hablar de la conformación del Estado argentino. O de los obstáculos que éste debió sortear para constituirse. Chumbita sabe de lo que habla. Autor del libro El origen mestizo de San Martín (Emecé, 2001), sus aportes al revisionismo histórico argentino lo han convertido en toda una institución académica. Hasta Eric Hobsbawm, en la reedición de su texto clásico Bandidos, cita su trabajo en numerosos pasajes.

Chumbita, acompañado del abogado y escritor Jorge Rojas Lagarde, fue el encargado de presentar en el Pabellón Azul de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires el libro Juan Calfucurá, correspondencia 1854-1873, del escritor transandino Omar Lobos. La publicación, de casi 600 páginas, se estrenó el pasado 3 de mayo a sala llena, en un acto que tuvo mucho de recuperación de la memoria. Y de dar voz, quizás por primera vez, a quien por más de un siglo y medio fue retratado por la historia oficial argentina como un “indio salvaje” y “despiadado”. Y por si ello no bastara, de sospechoso “origen chileno”.

Pero Calfucurá (“Piedra azul” en mapudungún) lejos estuvo de ser un salvaje. Y mucho menos un chileno. Nacido a fines de 1780, Chile no existía en ese entonces. Mucho menos en las tierras del Llaima, su lugar de origen en la actual comuna de Cunco, donde el sueño patriota sólo plantaría soberanía recién un siglo más tarde, tras la refundación de la histórica ciudad española de Villarrica en 1883. No, Calfucurá no nació en Chile. Lo hizo en Gulumapu, la parte occidental del Wallmapu, el independiente “País Mapuche”, cuyas fronteras el mismo ayudaría a extender hasta las costas del Atlántico y la margen sur de Buenos Aires.

Tres años le llevó a Omar Lobos, graduado en letras en la Universidad Nacional de La Pampa, dar con las cartas del jefe mapuche, repartidas entre el Archivo General de la Nación, el Archivo Histórico de la Pampa e inclusive colecciones privadas. Una larga pesquisa que dio sus frutos; el libro es la más completa recopilación de correspondencia de un líder mapuche del siglo XIX. Son 127 cartas que abarcan desde 1854 hasta 1873, el año de la muerte de Calfucurá, e incluye otra serie de documentos de época que agregan contexto a las misivas; notas de prensa, partes militares y testimonios de cronistas y viajeros. Como del naturalista inglés Charles Darwin, uno de ellos.

“La figura de Calfucurá a mí me atrapó desde niño, cuando en la Pampa los mayores nos relataban la historia local y emergía este líder indígena casi como un ser mítico. Calfucurá fue un líder auténtico, un actor en las guerras civiles argentinas y un estratega político-militar sorprendente”, señala Lobos a La Tercera. “El libro no se restringe al período de las cartas, da cuenta del año 1830 a 1884, cuando finalmente es derrotado su hijo Namuncurá por el Ejército. Son documentos que narran más de medio siglo de historia argentina”, dice el autor.

Para Lobos, su libro es un intento de reconstruir la voz de un jefe mapuche que se hace oír sin intermediarios.

“Es su propia palabra la que aparece en el libro. Son cartas que él dirige a los generales y presidentes argentinos, así como a otros lonkos aliados, que además de revelar su poder e influencia, también dan cuenta de otros aspectos más cotidianos de su tiempo; por ejemplo, la fascinante relación mapuche con los caballos y la vida gauchesca de la pampa, donde la frontera no existía, sino que era un espacio de convivencia entre la cultura blanca y la cultura mapuche”, agrega Lobos. “Mucha de nuestra actual identidad argentina es una herencia de ese cruce”, subraya. De muestra sólo un botón: la popular expresión “che” de los argentinos proviene del mapudungún y significa “gente”.

El Napoleón de las Pampas

Todo se inició en Masallé, en las cercanías de la actual ciudad argentina de Carhué, provincia de Buenos Aires. En aquella zona “fronteriza” entre el gobierno bonaerense y el antiguo Wallmapu tenían su toldería los mapuches “boroganos”, arribados desde Boroa (actual comuna de Nueva Imperial, en La Araucanía) tras el triunfo patriota de Maipú en 1818, donde apoyaron al bando realista. Liderados por los lonkos Pincén, Coliqueo, Canuillán y Melín, entre otros, pactaron sucesivos acuerdos con las autoridades transandinas, ayudando a combatir a otras parcialidades mapuches más rebeldes que incursionaban por ganado vacuno y caballar “frontera adentro” o bien que se oponían al avance de los fuertes argentinos en “territorio indio”.

Dicha alianza llegaría a su fin el 8 de septiembre de 1834, cuando un grupo rival de guerreros mapuches los atacó por sorpresa, asesinando a varios líderes “boroganos” y tomando el control del territorio. El líder del ataque era un lonko del otro lado de los Andes que buscaba vengar la muerte, en manos de militares argentinos y “boroganos”, de su aliado, el lonko Toriano, fusilado en el fuerte de Tandil por sus malones (correrías) contra las haciendas y fuertes argentinos. El nombre de su vengador era Calfucurá y su ascenso en la región resultaría desde entonces imparable.

Hacia 1840, Calfucurá pasó a controlar el estratégico territorio de Las Salinas Grandes, de donde los porteños obtenían buena parte de la sal que consumían, construyendo un inédito centro de poder rico en ganado, platería y textiles. Desde su campamento controlaba buena parte de los circuitos mercantiles que vinculaban a las sociedades indígenas con las criollas. Y con la habilidad de un relojero, fue tramando una extensa red de alianzas entre parcialidades mapuches anteriormente enemistadas entre sí, tanto en el lado este como en el oeste del Wallmapu. Prueba de ello son sus alianzas con el principal lonko mapuche del sur del Biobío, Mañil Wenu, y el hijo de éste, Kilapán.

Pragmático como pocos, Calfucurá pactó con las autoridades cuantas veces le fue necesario e intervino en las guerras civiles argentinas apoyando a todos los bandos en disputa. Con las “raciones” que recibía de Buenos Aires como prenda de paz afianzó su influencia en un vasto territorio, que iba desde Mendoza y San Luis por el norte, a Neuquén y Río Negro por el sur. Llegó a organizar una inédita “Confederación Mapuche”, que contaba con su propio escudo de armas (ver foto) y en la que estuvieron integrados casi todos los lonkos principales de Puelmapu y Gulumapu.

Su fama de “salvaje” y “sanguinario” la ganó tras ser hostigado por las autoridades bonaerenses, ansiosas por avanzar la frontera sobre los ricos y extensos dominios de la Pampa. La respuesta militar de Calfucurá resultaría aplastante. Entre 1852 y 1860 condujo devastadores malones sobre numerosos fuertes y ciudades argentinas, como Azul, Tandil, Melincué, Tres Arroyos y Bahía Blanca. Miles de cabezas de ganado y cientos de cautivos, especialmente mujeres, fueron conducidos a sus tolderías en Las Salinas Grandes. En 1855 llegó a derrotar en el campo de batalla y de forma humillante al mismísimo general Bartolomé Mitre, años más tarde presidente de Argentina y figura consular en la historia del país transandino.

Cuenta la leyenda que Mitre fue despedido con un gran banquete en Buenos Aires antes de partir en búsqueda de Calfucurá y sus huestes. En dicha cena promete “exterminar a los bárbaros” de las pampas. Parte Mitre al frente de más de 900 hombres de infantería, caballería y dos piezas de artillería, pero al llegar a las proximidades de Sierra Chica se topa con Calfucurá al frente de 500 guerreros que le aniquilan la infantería, le toman la artillería y le desbandan la caballería. “Curiosa la táctica de Mitre, que sale de Buenos Aires como caballería, pero regresa como infantería”, consignarían burlescos los periódicos de la época.

El fin de la guerra civil entre las provincias terminaría con el juego diplomático pendular de Calfucurá y fortalecería militarmente a sus oponentes. Aun así, entre 1870 y 1871 pudo lanzar una serie de incursiones bélicas sobre distintas localidades argentinas. Finalmente, una excursión militar del año 1872 enviada en su persecución por el propio Presidente Sarmiento -a quien le había declarado la guerra- logró derrotarlo en la Batalla de San Carlos de Bolívar. El mítico líder mapuche fallecería un año más tarde, tras meses enfermo, rodeado por los suyos. A su entierro ritual, se comenta aún entre los mapuches, asistieron lonkos “de los cuatro puntos de la tierra”.

En 1879, ya en plena “Campaña del Desierto” dirigida por el general Julio Argentino Roca, su tumba fue profanada por soldados, siendo saqueada y sus restos óseos vendidos al Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Allí permanecen el cráneo y parte de su esqueleto hasta el día de hoy, pese a ser reclamados de manera insistente por comunidades mapuches de Neuquén y la Pampa. Su muerte, para muchos historiadores, marca el comienzo del fin de la independencia mapuche en el Cono Sur de América.


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