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jueves, 9 de octubre de 2014
La bota de potro
La obra que hemos seleccionado para esta nueva entrega es un estudio realizado por Florencio Molina Campos, sin fecha ni título, de una bota de potro. Se trata de un dibujo ilustrativo a través del cual el pintor muestra de qué parte del caballo se obtiene el cuero para hacer este tipo de botas, o "botas del país", como las llama William Mac Cann en Viaje a caballo por las Provincias, relato en el que el viajero inglés narra lo visto y vivido a lo largo de los 4300 kilómetros de territorio argentino recorridos a caballo entre 1847 y 1848.
William Mac Cann llega a la capital del Plata en 1842, en tiempos de Rosas, con la intención de establecer sus negocios. Pero la turbulencia de la coyuntura política y social hizo fracasar sus planes: "Creemos que a fines de 1845, cuando la escuadra anglofrancesa llevaba su más seria ofensiva contra Rosas, Mac Cann se embarcó para Inglaterra" - aventura el historiador José Luis Busaniche. En marzo de 1847 está de nuevo en Buenos Aires iniciando los preparativos de su viaje por el interior: "Compró dos excelentes caballos, los aperó a la criolla y acompañado de su amigo don José Mears, salió de la ciudad por el camino de Barracas, el 29 de abril". Luego de recorrer Magdalena, Chascomús, Dolores, Azul, Tapalqué y Tandil, regresa al punto de partida para casi inmediatamente emprender otro viaje, esta vez rumbo al norte de Buenos Aires y junto a su compatriota William Barton, siempre a caballo, que concluyó en los primeros días de 1848.
Esa travesía quedaría registrada en su libro Two Thousand Miles Ride Through the Argentine Provinces publicado en Londres en 1853 por la librería Smith, Elder & Co. En él, paisajes, tipos y costumbres son descritos con la mirada curiosa y por momentos irónica del extranjero llegado a un país en formación.
El texto que compartiremos a continuación corresponde a la edición publicada por Solar / Hachette en 1969 titulada Viaje a caballo por las provincias argentinas, con prólogo y traducción de José Luis Busaniche. Se trata del fragmento correspondiente al capítulo II, que transcurre a poco de comenzado el viaje, cuando Mac Cann junto a Mears y a "don Pepe" (joven jinete, conocedor del terreno) se detienen para "hacer noche" en una estancia camino a Chascomús.
Don Pepe daba vuelta el asador, una y otra vez. Llegado el momento, un muchacho comenzó a pisar sal en un mortero grande de madera y esparció un puñado sobre la carne asada. Don Pepe, entonces, colocó el asador atravesado por encima de las brasas con los extremos descansando sobre dos ladrillos para preservar la carne, de la ceniza; hizo dos o tres cambios más y la carne quedó a punto. Entonces clavaron el fierro en el suelo, nos sentamos alrededor y empezamos a cortar con nuestros propios cuchillos, muy contentos de participar en aquel banquete de gitanos. En la cocina no había una sola mesa... Comer de esta guisa requiere cierta práctica: primeramente se ha de coger la carne con la mano izquierda, luego tomar con los dientes el bocado elegido y aplicar el cuchillo, con la mano derecha, apoyando el filo hacia arriba para cortar. Esta carne era particularmente tierna y muy jugosa. Mis manos se cubrieron de grasa y me apresuré a lavarlas en un latón de amasar, a falta de otro recipiente.
Terminado el almuerzo, tomamos un trago de agua y agradecimos nuevamente al dueño de casa su hospitalidad. Por cierto que le hubiéramos inferido una ofensa, de haberle ofrecido una paga cualquiera. Ese hombre, en realidad, podía vivir como un príncipe, de haberlo querido, aunque tal vez no hubiera sabido cómo hacerlo. Poseía legua y media cuadrada de tierra fértil (equivalente a nueve mil acres ingleses) y mucho ganado. Si la felicidad consiste en sentirse libre de toda preocupación y en la seguridad de que jamás la miseria se dejará sentir en nuestra casa, el anfitrión era, sin duda, en extremo feliz; sus ocupaciones se reducían a las peculiares de la vida ganadera; sus placeres consistían en visitar, los domingos, a sus amigos, en bailar, en jugar a los naipes y apostar a las carreras. En una carrera reciente había ganado cerca de doscientas libras esterlinas.
Don Pepe pudo procurarse aquí un par de botas del país, porque las que llevaba eran europeas y no se adaptaban bien a los pequeños estribos de nuestros recados. Para dar una idea de lo que son estas botas, se hace necesario describir su fabricación. A fin de obtener el material, matan un potro joven y le sacan el cuero de las patas traseras, desde el menudillo hasta la mitad, más o menos, del muslo; le raspan el pelo y mientras el cuero está húmedo, lo adaptan a la pierna y al pie de la persona que ha de usar las botas. Esta parte, desde el corvejón hacia abajo, forma el pie, y la parte de arriba cubre la pierna. Para dar forma al cuero y también para hacerlo más adaptable, ensanchan una parte, estrechando la otra y lo hacen de suerte que el pie quede cubierto, excepto los tres dedos mayores que, por lo general, quedan a la vista. Esta bota resulta muy liviana y muy apropiada para montar siendo de uso general entre los gauchos.
William Mac Cann, Viaje a caballo por las Provincias Argentinas, Trad. y prólogo de José Luis Busaniche, Buenos Aires, Solar / Hachette, 1969, pp. 46 - 47.
https://www.facebook.com/elchasquesurero/photos/a.239288149571592.1073741828.239283842905356/364577940375945/?type=1
William Mac Cann llega a la capital del Plata en 1842, en tiempos de Rosas, con la intención de establecer sus negocios. Pero la turbulencia de la coyuntura política y social hizo fracasar sus planes: "Creemos que a fines de 1845, cuando la escuadra anglofrancesa llevaba su más seria ofensiva contra Rosas, Mac Cann se embarcó para Inglaterra" - aventura el historiador José Luis Busaniche. En marzo de 1847 está de nuevo en Buenos Aires iniciando los preparativos de su viaje por el interior: "Compró dos excelentes caballos, los aperó a la criolla y acompañado de su amigo don José Mears, salió de la ciudad por el camino de Barracas, el 29 de abril". Luego de recorrer Magdalena, Chascomús, Dolores, Azul, Tapalqué y Tandil, regresa al punto de partida para casi inmediatamente emprender otro viaje, esta vez rumbo al norte de Buenos Aires y junto a su compatriota William Barton, siempre a caballo, que concluyó en los primeros días de 1848.
Esa travesía quedaría registrada en su libro Two Thousand Miles Ride Through the Argentine Provinces publicado en Londres en 1853 por la librería Smith, Elder & Co. En él, paisajes, tipos y costumbres son descritos con la mirada curiosa y por momentos irónica del extranjero llegado a un país en formación.
El texto que compartiremos a continuación corresponde a la edición publicada por Solar / Hachette en 1969 titulada Viaje a caballo por las provincias argentinas, con prólogo y traducción de José Luis Busaniche. Se trata del fragmento correspondiente al capítulo II, que transcurre a poco de comenzado el viaje, cuando Mac Cann junto a Mears y a "don Pepe" (joven jinete, conocedor del terreno) se detienen para "hacer noche" en una estancia camino a Chascomús.
Don Pepe daba vuelta el asador, una y otra vez. Llegado el momento, un muchacho comenzó a pisar sal en un mortero grande de madera y esparció un puñado sobre la carne asada. Don Pepe, entonces, colocó el asador atravesado por encima de las brasas con los extremos descansando sobre dos ladrillos para preservar la carne, de la ceniza; hizo dos o tres cambios más y la carne quedó a punto. Entonces clavaron el fierro en el suelo, nos sentamos alrededor y empezamos a cortar con nuestros propios cuchillos, muy contentos de participar en aquel banquete de gitanos. En la cocina no había una sola mesa... Comer de esta guisa requiere cierta práctica: primeramente se ha de coger la carne con la mano izquierda, luego tomar con los dientes el bocado elegido y aplicar el cuchillo, con la mano derecha, apoyando el filo hacia arriba para cortar. Esta carne era particularmente tierna y muy jugosa. Mis manos se cubrieron de grasa y me apresuré a lavarlas en un latón de amasar, a falta de otro recipiente.
Terminado el almuerzo, tomamos un trago de agua y agradecimos nuevamente al dueño de casa su hospitalidad. Por cierto que le hubiéramos inferido una ofensa, de haberle ofrecido una paga cualquiera. Ese hombre, en realidad, podía vivir como un príncipe, de haberlo querido, aunque tal vez no hubiera sabido cómo hacerlo. Poseía legua y media cuadrada de tierra fértil (equivalente a nueve mil acres ingleses) y mucho ganado. Si la felicidad consiste en sentirse libre de toda preocupación y en la seguridad de que jamás la miseria se dejará sentir en nuestra casa, el anfitrión era, sin duda, en extremo feliz; sus ocupaciones se reducían a las peculiares de la vida ganadera; sus placeres consistían en visitar, los domingos, a sus amigos, en bailar, en jugar a los naipes y apostar a las carreras. En una carrera reciente había ganado cerca de doscientas libras esterlinas.
Don Pepe pudo procurarse aquí un par de botas del país, porque las que llevaba eran europeas y no se adaptaban bien a los pequeños estribos de nuestros recados. Para dar una idea de lo que son estas botas, se hace necesario describir su fabricación. A fin de obtener el material, matan un potro joven y le sacan el cuero de las patas traseras, desde el menudillo hasta la mitad, más o menos, del muslo; le raspan el pelo y mientras el cuero está húmedo, lo adaptan a la pierna y al pie de la persona que ha de usar las botas. Esta parte, desde el corvejón hacia abajo, forma el pie, y la parte de arriba cubre la pierna. Para dar forma al cuero y también para hacerlo más adaptable, ensanchan una parte, estrechando la otra y lo hacen de suerte que el pie quede cubierto, excepto los tres dedos mayores que, por lo general, quedan a la vista. Esta bota resulta muy liviana y muy apropiada para montar siendo de uso general entre los gauchos.
William Mac Cann, Viaje a caballo por las Provincias Argentinas, Trad. y prólogo de José Luis Busaniche, Buenos Aires, Solar / Hachette, 1969, pp. 46 - 47.
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domingo, 5 de octubre de 2014
sábado, 4 de octubre de 2014
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