domingo, 23 de julio de 2017

Vaso robador: la historia de un engaño




Son los vasos robadores, las medidas de bebida adoptadas por esos Pulperos audaces que cobrando por recipiente, encontraron la forma de ahorrar en el contenido. Y si bien el nombre “robador” parece tener su origen en esa perspectiva engañosa de un “vaso lleno”, la realidad es que obtuvieron su nombre en otro contexto.

Anatomía de un vaso robador

Generalmente de vidrio grueso y bordes redondeados, son pesados, resistentes y muy poco estéticos. Son esos típicos vasos que, resistiendo a la gravedad, siempre caerán parados y difícilmente se quebrarán aunque rueden por el piso. Los vasos robadores tienen una concentración de vidrio en su base que hace que se produzca la sensación de abundancia de líquido cuando en realidad, es más bien poco lo que pueden contener. Sucede que por la reflexión de la luz, el vidrio funciona como una especie de espejo y el color de la bebida inunda el vaso en su totalidad, generando esa sensación de abundancia.

Su uso en medio de la mar

Los ahora llamados vasos robadores fueron piezas típicas de los navíos por ser resistentes a los movimientos de la mar. Unas piezas adaptadas sin duda a los bruscos movimientos y con esa cualidad importante de soportar los golpes sin sufrir resquebrajamientos ni rupturas. Así, como unos de los pocos bienes que existirían a bordo, fueron estos vasos, los objetos elegidos por los marineros como bien de cambio. Llegados a tierra firme, eran cambiados estos resistentes recipientes por bebidas, generalmente en las pulperías o boliches y se cree que, es en este momento, en el que los vasos reciben la denominación de “robadores”. Con este negociado de los marineros, los vasos comenzaron a ver modificado su ámbito de vida y pasaron a formar parte de los bienes de las pulperías por lo que, con posterioridad, también fueron llamados “vasos de pulpería”.

Su difusión y alcance

Los vasos de pulpería o vasos robadores siguen firmes en la argentina del siglo XXI como anécdota y como tradición. Parecen propios para discusiones de bares y males ahogados en alcohol puesto que son resistentes en su golpe contra la mesa cuando de malos momentos de trate.

Si te encontrás con un vaso robador, parroquiano, te recomiendo disfrutar su pasado histórico, pero cuidado, no dejes de reclamar la medida de bebida que te falta.

¿Vagos y mal entretenidos? La ley da castigo

 POR 

Ma’ que juerga ni jarana, que si uste’ anda meta timba y ginebra, tiene la libertad contada. Se lo digo sin grupo, estimado paisano. Que en las pulperías del Río de la Plata, la ley anda a la caza de mendigos y desviados. Nada de truco, alcohol ni guapeada; para los vagos y mal entretenidos, se acabó lo que se daba.

¿Vagos, nosotros?

Que una ginebrita no se le niega a nadie, bien debe usted pensar. Y bien en lo cierto está. Pero que de tanta copa, la cosa se pone fulera, eso sí que es una verdad. Si hasta mano dura se decidió poner, en nombre del orden y la seguridad. Y déjeme decirle, no se salvó ni la campaña ni la ciudad. Pues se trató de un asunto virreinal, y, a posteriori, nacional ¿No es usted ni vagabundo ni malhechor? ¿Apenas un gaucho trabajador? Vaya preparando la “libreta de conchabo”, que debe dar cuenta de su buen labor. Así como lo oye. Ya desde los tiempos de la Revolución de Mayo, las riñas, borracheras, y trasnochadas, tan afectas a las pulperías, eran flor de preocupación para la máxima autoridad. Figurita repetida durante el proceso de organización nacional, pues los “descarriados” seguían siendo un fuerte dolor de cabeza. ¿Entonces? A fiscalizar se ha dicho. Pulperías y demás reductos de baile y diversión, cosa de arrestar a todo aquel que no contara con trabajo ni residencia fija. ¿Que sería, pues, del llanero de las pampas, del libre e indomable gaucho? De allí la mala fama de este argentinísimo personaje: apenas viviendo de la doma y la yerra, así merodeaba por los verdes llanos. De estancia en estancia, a la espera del llamado del algún patrón que precisara sus servicios. Y de nuevo a la libertad…siempre y cuando la fuerza pública no lo cazara del pescuezo. Precisamente para acabar con aquel “vagabundeo” (e incorporar mano de obra a la gran cantidad de tierras que el Estado daba en renta a particulares) es que la presidencia de Rivadavia da origen a la citada libreta de conchabo. Documento con el que el gaucho acreditaba un trabajo fijo, en determinada estancia, para tal o cual patrón. Y si ese no era su caso, alpiste…No había explicación que valiera, amigo. Lo dicho por el Juez de Paz era palabra santa. Si para este Don usted reunía las condiciones de un vago, pues vago era nomás. Eso sí, nada de calabozo. Que de vagancia ya había habido suficiente: el destino era reclusorio sí, más en un fuerte militar fronterizo, para que los castigados lucharan contra el avance de los malones aborígenes. Inhospitalidad a la orden del día, comodidad cero y víveres contados. ¡Si lo habrá sabido el gaucho Martín Fierro!

Hecha la ley, hecha la caza

Lo cierto que la “cacería” de “vagos” y/o malandrines ha sido de larga data. Sin embargo, tenía sus particularidades. En este sentido, se reconocían dos tipos específicos de vagancia: los despojados de todo bien, sin renta, oficio u ocupación lícita; y los que, aún teniendo oficio, profesión o renta, no sólo recurrían a medios ilícitos para subsistir, sino que se perdían en la mala vida (léase, recurrente asistencia a lugares de juego, pulperías y todo reducto que se considerara sospechoso). ¿Qué quien se salvaba del arresto? Ninguno de los dos. Le digo más, en la Provincia de Buenos Aires, el asunto ya había adquirido legalidad antes de que Rivadavia llegara a la presidencia, cuando éste último todavía era ministro del gobernador Martín  Rodríguez. El 18 de abril de 1822, se promulgó el siguiente decreto:
El Jefe de Policía y todos sus dependientes, tanto en la ciudad como en la campaña, quedan especialmente encargados de apoderarse de los vagos, cualquiera sea la clase a que pertenezcan” (…). “Los vagos aprehendidos serán destinados inmediatamente al servicio militar, por un término doble al prefijado en los enganchamientos voluntarios”.




viernes, 21 de julio de 2017

Los Inocentes: Esclavos del pasado



Si bien el cine argentino no toca el tema tanto como el norteamericano (no se sabe por qué razón), la esclavitud en nuestro país fue igual o más cruenta que la del país del norte. Hacia 1853, con el gobierno de Juan Manuel de Rosas, un terrateniente cercano a las “clases populares”, si bien no se abolió totalmente la trata de esclavos africanos, la mayor parte fue obteniendo su libertad. Aunque muchos de ellos desaparecieron de forma misteriosa o muriendo en guerra (el llamado “Sargento” Cabral, famoso por salvar al General San Martin en batalla, era uno de ellos. Negro. Y no era Sargento).
La ópera prima de Mauricio Brunetti toca el tema a fondo y sin pruritos: El señor Güiraldes (un inoxidable Lito Cruz) es el amo y señor de la estancia La Mercedaria en 1853. Allí vive junto a su esposa Mercedes (Beatriz Spelzini) y su pequeño hijo casi inválido por la polio, Rodrigo. En La Mercedaria abundan los esclavos, que son sometidos a crueles tratos por parte de los capataces y el propio dueño, quien está obsesionado con una joven negra llamada Eloisa (María Nela Sinisterra), a quien veja sexualmente cada vez que se le da la gana. EL suicidio del hermano de Eolisa, junto al incipiente embarazo de un bastardo en el vientre de la esclava, hacen que la estéril tierra de La Mercedaria se convierta en un campo de batalla y voluntades, donde la superstición, el odio y el racismo tendrán su justo castigo.
15 años luego de su partida a la ciudad, Rodrigo (Ludovico Di Santo) vuelve a la estancia paterna junto a su esposa Bianca (Sabrina Garciarena), solo para seguir encontrando el desprecio de su padre, a su madre enferma y a un halo de mistrio que ahora recorre como una pesada carga en el hogar, el cual solo ha conservado 2 esclavos “libres”. El prematuro embarazo de Bianca la hará conectarse con los fantasmas del pasado (literalmente) y será usada como instrumento de venganza por aquellos que fueron sometidos y asesinados en aquella tierra maldita.
La ambientación de campo, la puesta en escena, la fotografía y la música compuesta por  Emilio Kauderer (El Secreto de sus Ojos) nos hacen viajar en el tiempo en una fábula épica llena de misticismo como pocas veces se han visto en nuestro cine.
A partir de la segunda mitad del film, el tono pasa de dramático a fantástico, mostrando a través de excelentes flashbacks los sufrimientos de Eloisa y como ésta (y los suyos) van perpetrando su venganza contra la opresión del los amos de la tierra.  La crítica hacia la iglesia, la hipocresía de la alta sociedad y el racismo están presentes en este film en un tono fantástico, de gran producción en la que Lito Cruz destaca como un villano sumamente despreciable. El resto del elenco es correcto, aunque también cabe destacar a Bastiana, esa sirvienta tuerta de intenciones ambiguas, tan misterioso como atractivo, interpretada por la actriz Maria Eugenia Arboleda.



Los Inocentes es un film que es preciso ver en cines. Una película que reivindica a los pueblos africanos que han sido sometidos en América y que han dejado rastros de su cultura y nos han influenciado a posteriori. Un film para seguir apoyando la producción nacional, pero por sobre todas las cosas, para darse cuenta que las películas fantásticas, de misterio, muchas veces están mejor hechas en nuestro país que en otro lugar del mundo. Y eso se celebra y se debe seguir apoyando.



https://cuatrobastardos.com/2016/09/25/los-inocentes-esclavos-del-pasado/

viernes, 7 de julio de 2017

El cacique Paja Brava

El cacique Paja Brava, de Aquiles Fabregat, y dibujos inconfundibles del yorugua Tabaré,una historieta que aparecía en la mítica y desaparecida revista Humor.
Paja Brava,  singular personaje, siempre acompañado por su fiel Yatasto.
El propio Tabaré explica de este modo a su célebre personaje:
"El cacique Paja Brava es el más valiente de los indios. sin embargo, sus conquistas jamás llegan a concretarse en el terreno que él más desea: El sexual.
El cruel destino lo empuja, entonces, a los densos pastizales, donde solito y solo vive su triste andar.
Paja Brava ha dejado inolvidables historias, escritas en forma de versos.






jueves, 6 de julio de 2017

Leyenda CAPI-ÑARO (La paja brava)


Cuenta la tradición que cuando aún andaban por el mundo Tupá y Añang, llamando el uno al bien de los hombres y las bestias, y el otro luchando secretamente concitando el mal, existía una tribu inquieta, nómade y guerrera, sin arraigo ni paz.
Tupá se llegó hasta esa tribu y alzando sus manos hacia el Sol, les habló llamándoles al bien y pidiéndoles que dejaran su vida de viajeros eternos y se afincaran, fundando el suelo y dando organización a sus familias y chozas. Les aconsejó que buscaran terreno fértil y levantaran sus toldos, que él les daría ingenio y voluntad, que desarrollaran normalmente sus vidas.
Pero Añang no descansaba, y cuando
Tupá abandonó tierras para seguir su camino, aquél, ciego de ira lanzó un anatema terrible a la tribu buena; y allí mis convirtió cada familia en una macizo de paja brava, hirientes, ríspidas, agresivas y ariscas.
Realizada su obra de mal, se alejó de los campos y se hundió en los Infiernos, enojado con Tupá.
Cuando este regresó de su largo viaje y contempló la obra del Demonio, de nuevo con dulzura se dirigió a las plantas y dijo: - Añang castigó con crueldad mi obra en vosotras.
Os hizo malas, agresivas, hirientes... Yo sin embargo os volveré buenas, cordiales, útiles. Floreceréis como todas las plantas, tendréis un penacho altivo y bello, que será símbolo de pureza, y tendrán utilidad vuestras hojas. Serán ellas las que protejan al hombre de la intemperie y el frio...
Y volvió a caminar por el mundo, enseñando a indios y criollos a quinchar con paja brava

Archivo http://elranchodefierro.magix.net/public/index.html

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