lunes, 7 de abril de 2014

El gaucho en la tinta 2


El gaucho en la tinta
José Hernández y el Martín Fierro
Por Marcelo Luna

Gráfica: Juan C. Castagnino
Figura arquetípica del «ser nacional». Poesía que se volvió folklore. Reseñas de vida tomadas equivocadamente como descripción etnográfica. En el «Martín Fierro» de José Hernández (1834-1886) la época y la épica se han fundido para constituir el poema mayor de la literatura argentina. En lo que sigue ofreceremos un poco de luz al proceso que dio origen a las escrituras y las lecturas del célebre poema; en otras palabras, de qué manera el gaucho en la tinta fue cambiando el tono del escritor.

«Martín Fierro» entre la civilización y la barbarie
A lo largo del siglo XIX Argentina había desarrollado las bases de un capitalismo primario-dependiente, común a las demás comarcas latinoamericanas. Dicha formación económica contó con los aires de regeneración social e ideológica que la clase culta porteña había adoptado del credo liberal europeo, en especial a partir del derrocamiento de Juan Manuel de Rosas del poder en 1852. El dilema que debía superar la nueva formación política era el siguiente:
«No hay amalgama posible entre el pueblo salvaje y uno civilizado. Donde éste ponga el pie, deliberada o indeliberadamente el otro tiene que abandonar el terreno y la existencia, porque tarde o temprano ha de desaparecer de la superficie de la Tierra». (Domingo Faustino Sarmiento,Artículos críticos y literarios, 1842-1853 en Obras Completas, Ed. Luz del Día, Buenos Aires, 1948, t. II)
Esta premisa de quien fuera presidente de la república entre 1868 y 1874, constituyó una verdadera guía de acción del estado argentino hacia el gaucho. Porque la unidad dialéctica «civilización y barbarie» que expusiera Sarmiento en este período, contraponía las medidas políticas liberales de un estado capitalista dependiente (como el fortalecimiento de la autoridad estatal, la apertura al mercado externo y a las inversiones de capitales foráneos, la inmigración europea, la secularización religiosa, entre otras), al caudillismo rural, la inorganicidad política, el fetichismo religioso y las formas de vida precapitalistas que se desenvolvían en grandes regiones del país, como la selva chaqueña y la Patagonia, consideradas «desierto» por aquel planteo antinómico. Fue así que bajo los sofismas de la civilización y el progreso, la barbarie debía desaparecer. Primero por las buenas, buscando ganar la confianza de aquellos jefes rurales que aceptasen el nuevo orden y pudieran contener a las masas. Cuando el caudillo vencedor de Rosas, Justo José de Urquiza, fue asesinado en 1870 por su acercamiento a este proyecto político, el estado apeló a las malas: se practicó el exterminio de los indios y los gauchos, calificados como bárbaros. Sarmiento era entonces presidente del país. Y José Hernández, un diputado opositor que en 1872 publicaba el folletín «El Gaucho Martín Fierro».

El bárbaro de José Hernández




«Allá en Camarones y en la Laguna de los Padres se hizo gaucho, aprendió a jinetear, tomó parte en varios entreveros rechazando malones de indios pampas, asistió a las volteadas y presenció aquellos grandes trabajos que su padre ejecutaba y de que hoy no se tiene idea. Ésta es la base de sus profundos conocimientos de la vida gaucha y su amor al paisano, que despliega en todos sus actos.»

(Citado en Germán Berdiales, José Hernández, el creador del "Martín Fierro",Editorial Acme, Buenos Aires, 1962)

Así retrató su hermano Carlos el apego de José Hernández a los quehaceres y la idiosincrasia de los gauchos, sumada a su condición de estanciero de la región ganadera del Litoral, zona competidora de Buenos Aires. Había tenido también inquietudes políticas por esta índole, militando en las filas del federalismo, y fundando el diario Río de la Plata en 1869. Desde esa tribuna periodística alzó un proyecto de protección al gaucho mediante la abolición del contingente de fronteras, donde también se promovía la autonomía de las localidades con la elección popular de los jueces de paz, los comandantes militares, los consejos escolares y los sacerdotes.




«¿Qué se consigue con el actual sistema de los contingentes? Empieza por introducir una perturbación profunda en el hogar del habitante de campaña, arrebatado a sus labores [...] ¿Qué tributo espantoso es ése que se obliga a pagar al habitante del desierto? ¿Qué privilegio monstruoso es ése que así se quiere acordar a las capitales? Parece que la leyes protectoras no se hubieran hecho para el territorio, sino para la ciudad. [...] ¿Cómo se pretende que la campaña únicamente atienda al servicio de las fronteras? ¿Por qué no se hace extensivo ese servicio a los hijos de la ciudad?» (José HernándezRío de la Plata, Agosto 19 y Octubre 3 de 1869)
A través de estos planteos, José Hernández apuntaba al conflicto de fondo que el poder central tenía en aquel tiempo con la población de la campaña, tanto los estancieros como los gauchos. En efecto, el estado requería a éstos últimos para la protección de las fronteras, y poder consolidar así su autoridad en el medio rural. De esta suerte, la campaña se despoblaba y las estancias no contaban con la suficiente mano de obra. Gauchos y estancieros resistían, entonces, aquella pretensión de la civilización. Y no era lo único: tampoco aceptaron la guerra contra el Paraguay, que derrochó sangre gaucha entre 1865 y 1870. Ni toleraban al caudillo de Entre Ríos Justo José de Urquiza, porque había ordenado la retirada en los campos de Pavón antes de finalizar aquella batalla decisiva contra la civilizada Buenos Aires. Y el encono contra Urquiza fue aún mayor tras el tupé de invitar al presidente Sarmiento al Palacio San José, en Marzo de 1870. Al mes siguiente Urquiza fue asesinado. Ricardo López Jordán era el caudillo rebelde, a cuyo ejército se incorporó José Hernández.





«Como el que más, me siento interesado en el triunfo de esa revolución, -escribe Hernández al caudillo López Jordán- y le he consagrado toda mi atención y mi anhelo [...] En la lucha que usted se halla comprometido no hay sino una sola salida, un sólo término, una disyuntiva forzosa: o la derrota, o un cambio general de situación en la República. [...] Urquiza era el Gobernador Tirano de Entre Ríos, pero era más que todo el Jefe Traidor del Gran Partido Federal, y su muerte, mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado y vendido por él.» (Carta de José Hernández, Octubre 7 de 1870 - Archivo de López Jordán)
José Hernández fue perfilándose como un opositor al proyecto liberal que promovía la élite de Buenos Aires. Durante esos años de federal-jordanismodebió estar varias veces fuera del país, hasta que aquel caudillo fue vencido finalmente por las tropas porteñas, en parte gracias a los fusiles Remington que se estrenaban militarmente en el país. El Río de la Plata, el diario que fundara y dirigiera, fue clausurado por orden de Sarmiento en 1872. Pero no se dio por vencido: tenía en ese entonces treinta y siete años, y se alojaba en una pieza de hotel cuyo balcón daba a la Plaza de Mayo, a las narices mismas del poder. Desde ahí, José Hernández se sentó y acomodó sus papeles como si fueran un espejo, y escribió en letra bárbara:
Y atiendan la relación
que hace un gaucho perseguido
que padre y marido ha sido
empeñoso y diligente,
y sin embargo la gente
lo tiene por un bandido.


"El Gaucho Martín Fierro": el pasado armonioso
«El Gaucho Martín Fierro» fue lanzado en 1872, y dos años y medio después agotaba su séptima edición ininterrumpida. A lo largo de 2316 versos, la tragedia de la condición gaucha se expuso en forma cruda y con un sesgo de vindicación. "Males que conocen todos pero que naides contó" , al decir del personaje. Veamos qué recreación de la vida rural aparece en este poema. En primer lugar, la vida del personaje Martín Fierro es el relato nostalgioso sobre un pasado armonioso y un presente caótico e injusto.
Tuve en mi pago en un tiempo
hijos, hacienda y mujer,
pero empecé a padecer,
me echaron a la frontera
!y qué iba a hallar al volver!
tan sólo hallé la tapera.
El mundo perdido del gaucho provenía de la desposesión, no de la tierra sino del rancho y de la hacienda. En efecto, Fierro era la cabeza de una familia de pastores, que disponía de ganados como medios de producción. Porque la seguridad del gaucho residía en la autonomía económica; y esa autonomía la otorgaba la familia campesina.

El gaucho más infeliz
tenía tropilla de un pelo;
no le faltaba un consuelo
y andaba la gente lista...
Tendiendo al campo la vista,
no vía sino hacienda y cielo.
Yo he conocido en esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer...
Era una delicia el ver
cómo pasaba sus días.
En ese pasado armonioso, el gaucho podía entrar y salir del mercado laboral al conchabarse temporalmente como asalariado en las estancias. En ésta se realizaba el agasajo, típica costumbre rural compartida entre el patrón y los empleados, (en el poema se menciona una junción, que significa reunión alegre o fiesta), lo que señalaba también el nivel de autonomía de los peones.
Aquello no era trabajo,
mas bien era una junción,
y después de un güen tirón
en que uno se daba maña,
pa darle un trago de caña
solía llamarlo el patrón.

"Una pena estrordinaria ..."
El crudo presente hacía transformar aquella realidad nostalgiosa en la "pena estrordinaria" que hace conocer el personaje. Fierro es incorporado al servicio de fronteras a partir de una leva, y desde ahí la condición gaucha se convertía en una tragedia.
Él anda siempre juyendo
siempre pobre y perseguido;
no tiene cueva ni nido,
como si juera maldito;
porque el ser gaucho ..., ¡barajo!
el ser gaucho es un delito.
Él nada gana en la paz
y es el primero en la guerra;
no le perdonan si yerra,
que no saben perdonar,
porque el gaucho en esta tierra
sólo sirve pa votar.

Gaucho argentino
Fresco del pintor marplatense Italo Grassi.
(San Juan al 2500, Mar del Plata)

Para él son los calabozos,
para él las duras prisiones;
en su boca no hay razones
aunque la razón le sobre;
que son campanas de palo
las razones de los pobres.
Si uno aguanta, es gaucho bruto;
si no aguanta, es gaucho malo.
¡Déle azote, déle palo,
porque es lo que él necesita!
De todo el que nació gaucho
esta es la suerte maldita.

Los criterios de la civilización y el progreso habían hecho del gaucho una figura delictiva: sus costumbres, sus reclamos y su idiosincrasia no encuadraban en el nuevo sistema. La prisión, el servicio de armas y el voto constituían los espacios que el estado le había reservado. El ser laborioso que anidaba en la naturaleza del gaucho se basaba en su autonomía, cuya supresión ejecutaba el estado bajo el criterio de ser "mal entretenido". Así, las relaciones con la autoridad eran percibidas como una fuerza extraña y externa al mundo rural, que rompía la armonía anterior. En otras palabras, un poder inmoral para la población de la campaña. El gaucho no odiaba trabajar, sino que detestaba hacerlo para otro; en este caso, el estado. En la frontera Fierro percibía el otro lado de servir al gobierno.
¡Y qué indios, ni qué servicio,
si allí no había ni cuartel!
Nos mandaba el Coronel
a trabajar en sus chacras,
y dejábamos las vacas
que se las llevara el Infiel.
Yo primero sembré trigo
y después hice un corral,
corté adobe pa un tapial,
hice un quincho, corté paja ...
¡La pucha que se trabaja
sin que le larguen un rial!
Y es lo pior de aquel enriedo
que si uno anda hinchando el lomo
ya se le apean como plomo ...
¡Quién aguanta aquel infierno!
Si eso es servir al Gobierno,
a mí no me gusta el cómo.

Aparte de esta situación, en "El Gaucho Martín Fierro" se hacía mención también de ese otro marginado de las pampas, el indio. En efecto, Fierrodecide huir con su amigo Cruz a las tierras de los indios antes de continuar huyendo de la ley. Según el personaje, la perspectiva de lo que podía venir sería mejor a la padecida hasta ese entonces. En general, la vida en las tolderías indígenas aparece en el poema como un mundo opuesto al vivido por el personaje.

Allá habrá siguridá
ya que aquí no la tenemos,
menos males pasaremos
y ha de haber grande alegría
el día que nos descolguemos
en alguna toldería.
Allá no hay que trabajar,
vive uno como un señor;
de cuando en cuando un malón,
y si de él sale con vida
lo pasa echao panza arriba
miando dar güelta el sol.
Hace trotiadas tremendas
dende el fondo del desierto;
ansí llega medio muerto
de hambre, de sé y de fatiga;
pero el indio es una hormiga
que día y noche está dispierto.
Esta percepción idealizada de la vida de los indios se acompañaba de los respetos que merecían sus conocimientos campestres.
Sabe manejar las bolas
como naides las maneja;
cuanto el contrario se aleja
manda una bola perdida
y si lo alcanza, sin vida
es siguro que lo deja.

Una situación muy distinta fue registrada por nuestro personaje en relación a losinmigrantes; a la sazón, la población que los exégetas de la civilización y el progreso anunciaban, por entonces, como la regenerativa para el país.
Yo no sé por qué el gobierno
nos manda aquí a la frontera
gringada que ni siquiera
se sabe atracar a un pingo.
¡Si crerá al mandar un gringo
que nos manda alguna fiera!
No hacen mas que dar trabajo
pues no saben ni ensillar;
no sirven ni pa carniar,
y yo he visto muchas veces
que ni voltiadas las reses
se le querían arrimar.
La élite culta de Buenos Aires desconocíó el folletín de José Hernández, pese a su rápida y amplia difusión local, hasta que debió hacer gala (o mostró la hilacha, según se vea) de su colonialismo intelectual, a partir del reconocimiento que en Europa y Estados Unidos había alcanzado "El Gaucho Martín Fierro". Sin embargo, este manifiesto bárbaro por la dignidad y la resistencia de la vida gaucha, años después adquiriría otro tono de la pluma del mismo escritor. O debiéramos decir que el escritor no era el mismo, sino que fue cambiando, y junto a él su personaje.
El bárbaro de José Hernández se civiliza
Yo juré tener enmienda
y lo conseguí deveras;
puedo decir ande quiera
que si faltas he tenido
de todas me he corregido
dende que supe quién era.

Había una identidad renovada del personaje en "La Vuelta de Martín Fierro", poema escrito en 1879, en consonancia con la del escritor. En efecto, aquel agitador federal-jordanista encontraba un lugar en la Argentina oligárquica (una banca de senador nacional por Entre Ríos), cuyo régimen se consolidó a partir de 1880. Y aquel personaje cuyas coplas clamaban justicia al honor gaucho, hallaba también la voz conciliadora, necesaria para entender, en esta segunda parte, que "si canto de este modo por encontrarlo oportuno, no es para mal de ninguno sino para bien de todos."
Desde luego, en "La Vuelta de Martín Fierro" el personaje hacía una transferencia de su mensaje: ahora el consejo prudente que otorgaba la experiencia era lo que reemplazaba al espíritu de denuncia de antaño. Un rasgo premonitorio a la nueva etapa signada bajo el lema de "Paz y Administración" del presidente Julio Argentino Roca.

Hay hombres que de su cencia
tienen la cabeza llena;
hay sabios de todas menas,
mas digo, sin ser muy ducho:
es mejor que aprender mucho
el aprender cosas buenas.
Debe trabajar el hombre
para ganarse su pan;
pues la miseria, en su afán
de perseguir de mil modos,
llama en la puerta de todos
y entra en la del haragán.
El que obedeciendo vive
nunca tiene suerte blanda;
mas con su soberbia agranda
el rigor en que padece:
obedezca el que obedece
y será güeno el que manda.
En los consejos que imparte Fierro a sus hijos aparecían, entonces, algunas líneas centrales de la nueva era, o "el aprender cosas buenas": no tolerar al individuo improductivo, fomentando de esa manera la proletarización rural, y la subordinación al orden establecido. Es decir, que al "pasado armonioso" de la autonomía campesina, Fierro pareciera resignarse en la dependencia económica con protección. También era clara esta dirección en los consejos del Viejo Vizcacha a uno de los hijos de Martín Fierro, cuando impulsaba el sostenimiento de la propiedad privada y el ahorro.

A naides tengás envidia;
es muy triste el envidiar;
cuando veas a otro ganar
a estorbarlo no te metas:
cada lechón en su teta
es el modo de mamar.
Los que no saben guardar
son pobres aunque trabajen;
nunca, por mas que se atajen
se librarán del cimbrón:
al que nace barrigón
es al ñudo que lo fajen.
Como colofón de este nuevo gaucho en la tinta de José Hernández, el porvenir sin remordimientos del pasado debía guiar el buen juicio a las futuras generaciones, en aras de una reconciliación nacional.
Es la memoria un gran don,
calidá muy meritoria;
y aquellos que en esta historia
sospechen que les doy palo,
sepan que olvidar lo malo
también es tener memoria.

Coplas al exterminio
1879 fue también el año de la llamada "Conquista del Desierto", comandada por el general Julio Argentino Roca. Dicha campaña de exterminio de los grupos aborígenes de la Patagonia permitió la integración de ese territorio al control del estado nacional. En "La Vuelta de Martín Fierro" se incurre en un cambio en torno al tratamiento de los indios: si en la primera parte del poema las tolderías constituían un mundo opuesto, en "La Vuelta ..." pasaron a demonizarse cada uno de los elementos que componían ese orden.
Odia de muerte al cristiano,
hace guerra sin cuartel;
para matar es sin yel,
es fiero de condición;
no gólpea la compasión
en el pecho del infiel.
Es tenaz en su barbarie,
no esperen verlo cambiar;
el deseo de mejorar
en su rudeza no cabe:
el bárbaro sólo sabe
emborracharse y peliar.

El indio nunca se ríe,
y el pretenderlo es en vano,
ni cuando festeja ufano
el triunfo en sus correrías;
la risa en sus alegrías
le pertenece al cristiano.
Todo el peso del trabajo
lo dejan a las mujeres:
el indio es indio y no quiere
apiar de su condición;
ha nacido indio ladrón
y como indio ladrón muere.

Brutalidad, barbarie, odio y delito. Tales los caracteres asignados a los indios en "La Vuelta ...". Estas coplas al exterminio componen los primeros versos, durante la permanencia de Fierro y Cruz en las tolderías. La muerte de éste último indujo al amigo a regresar "en donde crece el ombú". Así, tras diez años de andar penando historias ("si en mi cuenta no yerro: tres años en la frontera, dos como gaucho matrero, y cinco allá entre los indios hacen los diez que yo cuento"), y muerta su mujer, halla sin embargo a dos de sus hijos trabajando como peones - "cuidando unos parejeros"-, quienes tienen sendos momentos en el poema para contar sus historias. Otros dos personajes se agregan después: Picardía (el hijo de Cruz) y "un moreno presumido de cantor". Con éste Fierro mantiene el contrapunto memorable con los cantos del Cielo, la Tierra, el Mar, la Noche, el Amor, la Ley, la cantidad, la medida, el peso y las cosas de la estancia. Cuando el moreno busca cobrarse una venganza (Fierro había asesinado al hermano mayor de aquel), el gaucho de "La Vuelta ... " responde: "yo ya no busco peleas, las contiendas no me gustan". Nuestro personaje -y valga la redundancia- "estaba de vuelta".

El gaucho en la tinta de Hernández
Hemos hecho un recorte, una visión en detalle, de las motivaciones de forma y de fondo de José Hernández en el «Martín Fierro», que de ninguna manera pretenden agotar el tema. Como fuente literaria el «Martín Fierro» puede ser releído en clave social, a partir de que toda obra escrita registra una historicidad específica. Y resulta al menos paradójica la consagración hecha a este poema: el gaucho segregado socialmente por el estado que, a su vez, lo consagra en el «Martín Fierro» como mito y figura del "ser nacional". Por eso es necesario registrar las intencionalidades, las recreaciones verosímiles y los saberes populares de este poema, puesto que el fenómeno ha sido que, a lo largo del tiempo, fue haciéndose folklore. Muchos de sus versos han integrado el saber popular, ignorando su autoría. Sí: el «Martín Fierro» trascendió a José Hernández. En este poema se pudo cumplir lo que acaso configure el deseo de cualquier escritor: que su mejor obra perdure en el saber popular.

Bibliografía
José HernándezMartín Fierro, Editorial Acme, Buenos Aires, 1962.
Germnán BerdialesJosé Hernández, el creador de "Martín Fierro" en José Hernández, op. cit.
A.J. Pérez AmuchásteguiCrónica histórica argentina, Editorial Codex, Buenos Aires, 1968, t IV.
Celina LacaySarmiento y la formación de la ideología de la clase dominante, Editorial Contrapunto, 1986.
Milcíades PeñaDe Mitre a Roca. Consolidación de la oligarquía anglo-criolla, Ediciones Fichas, 1975.

http://www.icarodigital.com.ar/numero13/ajoylimones/gaucho/gaucho.htm


El gaucho en la tinta 1

Portada "El gaucho solitario"
JC Rovira Editor - Junio de 1933
¿Cuántas maneras hay para nombrar al olvido? ¿Cuántos silencios fundan un recuerdo? El gaucho en Argentina ha tenido un curso paradójico en la conformación del estado: fue el sujeto propio de la «barbarie» y, por tanto, objeto de persecución y exterminio para cimentar las bases de un desarrollo capitalista. Y fue, también, símbolo de identidad nacional para ese mismo estado. Es decir que la construcción discursiva en torno al gaucho tuvo un recorrido, una historicidad particular, que «nace» tomándolo como elemento perjudicial y nocivo a la sociedad, y culmina consagrándolo en paradigma de una nación. Ese derrotero fue signando «lo gauchesco», abriendo un espacio intelectual y literario complejo y heterogéneo que ocupó la pluma de distintos escritores del siglo XIX y del XX. Eduardo Gutiérrez (1851-1889) fue un exponente singular en esta secuencia de gauchos en la tinta.

Eduardo Gutiérrez: con acento de rebeldía


La máquina de escribir
Porteño,de cuna liberal y con una familia vinculada al periodismo y las letras (Ricardo y Juan María Gutiérrez eran sus hermanos), su obra se consagró en múltiples presencias: fue el primer novelista popular de Argentina. El primer novelista de América, al decir de Rubén Darío. Fue quien se animó a escribir para los paisanos de la campaña y los habitantes de los barrios orilleros de Buenos Aires, relegados como lectores en los diarios. Fue también quien ofreció una versión dinámica y enérgica de personajes reales y héroes románticos que potenciaban las modalidades tradicionales del pueblo, a contrapelo de los aires progresisitas y «civilizadores» de finales del siglo XIX. Fue polémico y polemista. Calificado de vulgar, pernicioso y malsano por sus contemporáneos. Escritor realista, según Jorge Luis Borges.




"Jamás pensaba lo que iba a escribir -relató su hermano Carlos-. Escribía mientras tenía pluma, tinta y papel, sin detenerse, con una fecundidad extraordinaria. Y después de sus folletines, su artículo y sus notas humorísticas, si el regente decía faltarle un par de columnas, a las dos de la mañana, con la misma frescura con que empezó la tarde, hacía esas columnas con rapidez asombrosa. Jamás releyó sus originales, ni corrigió sus pruebas."

Vivió 38 años, y había escrito 31 libros en una década. Eduardo Gutiérrez era una verdadera máquina de escribir.
Sus pasos en el periodismo los había iniciado cuando tenía 15 años, en el diarioLa Nación Argentina, bajo el pseudónimo de Benigno Pinchuleta, y haciendo una columna ligera de humor. Cuatro años más tarde ingresó a la vida de soldado en el fuerte sureño "General Paz", participando en algunas batallas contras las fuerzas del cacique Namuncurá. Su desempeño militar transcurrió durante uno de los momentos más intensos en la lucha contra el indio, ese otro sujeto de la «barbarie». Diez años duró esa experiencia en la milicia. Allí conoció de cerca la vida y las miserias de la población rural: asimiló uno a uno los saberes y memorias que daban cuenta de personajes resistiendo el abuso de las autoridades, condenados por "vagos" al servicio de armas en la frontera, o a conchabarse como peón de estancia. Esos personajes tenían un fondo de leyenda e historia, así como de arrojo y aventura, violencia y crimen. Hacia noviembre de 1879 -año de la llamada "Conquista del Desierto" y de la segunda parte del "Martín Fierro" deJosé Hernández-, Eduardo Gutiérrez publicó Antonio Larrea, su primer folletín.

Juan Moreira - "Jinetes Rebeldes" de Hugo Chumbita - Vergara Feb.2000
Desde entonces y hasta su muerte el éxito del género y la popularidad de su autor se unieron a los personajes novelados: Juan Moreira, Santos Vega, Juan Cuello, El Jorobado, El Tigre de Quequén, Hormiga Negra, Juan Sin Patria, Pastor Luna, El Chacho.

Novelas gauchescas, crónicas históricas, relatos policiales. La prosa deGutiérrez destiñe voces rurales, la tinta se vuelve sangre, el miedo a la hoja en blanco se devela como miedo al silencio. Entonces el relato se cuela por los flancos, ágil, en fuga.




"La vieja Ramona no esperaba tan pronto la visita de Hormiga. Pensaba arreglar sus cosas para ir a prevenir lo que sucedía a su amigo, el padre de Hormiga Negra, y esconderse para que el hijo no la hallara a la hora de la cita con la hermosa Marta. Hormiga Negra se dejó caer del caballo, diciendo de una manera agresiva:
-Buenos días, lechuzón del infierno, ¿cuándo revienta?
-¿Y a qué viene esa manera de saludar a la gente? ¿Hemos hecho tan temprano la mañana?
-¿Qué, es acaso gente usted? Quien va a hacer la mañana es usted, vieja condenada, y no con ginebra sino con otra bebida más agradable. ¿Dónde está Marta?
-¿Y a qué viene ese afán? ¿Qué se yo dónde está Marta?
-Vas a contarme ahora mismo dónde está Marta, o te voy a cortar a pedacitos.
-Marta ha salido a pasear esta mañana y todavía no ha vuelto.
-Marta no ha salido a pasear, vieja maldita, sino que las has mandado donde yo no pueda verla; pero me vas a decir dónde está antes que te haga picadillo.
La vieja se consideró perdida. Por lo visto Hormiga lo sabía todo y venía dispuesto a vengarse. No había concluido la última palabra cuando Hormiga Negra se le fue al humo y le sacudió dos rebencazos de mano maestra. La vieja soltó un alarido de dolor y agarrando el arreador quiso responder. Pero al ver esto Hormiga dio vuelta su rebenque y le dio con el cabo tal golpe en la huesosa mano, que le hizo soltar el arreador a dos varas de distancia.
-¿Dónde está Marta, vieja maldita? -preguntó volviendo a sacudir la lonja-. ¿Dónde está Marta, vieja endiablada?"
(De "Hormiga Negra", 1881)


Libros que novelan (y no velan) lo popular 
Gutiérrez conocía el éxito masivo del folletín y de las crónicas históricas que en Europa atraían lectores de escasas exigencias y que, hasta cierto punto, habían estado relegados de la oferta literaria. Entonces el asunto fue dar letra a los sectores comúnmente iletrados. Rastrear tradiciones rurales, anécdotas, sumarios judiciales, dichos, silencios. Escribir como quien habla. Novelar a partir de un cúmulo de preposiciones: de, desde, hacia, para y según lo popular.Gutiérrez dio a luz a personajes ya muertos, para verlos realizar aquellos episodios que los condenarían a ser recordados para la letra de la ley, y olvidados para las letras. Es decir, los mal-ditos.




"Sus novelas, ahora -anotó Jorge Luis Borges en 1937-, pueden parecer un infinito juego de variaciones sobre los dos temas de Hernández «pelea de Martín Fierro con la partida» y «pelea de Martín Fierro y de un negro». Cuando se publicaron, sin embargo, nadie imaginó que esos temas fueran privativos de Hernández; todos conocían la pública realidad que los abastecía a los dos. Además, ciertas peleas de Gutiérrez son admirables. Recuerdo una, creo que la de Juan Moreira y Leguizamón. Las palabras de Gutiérrez se me han borrado; queda la escena. A puñaladas pelean dos paisanos en una esquina de una calle en Navarro. Ante los hachazos del otro, uno de los dos retrocede. Paso a paso, callados, aborreciéndose, pelean toda la cuadra. En la otra esquina, el primero hace espalda en la pared rosada del almacén. Ahí el otro, lo mata. Un sargento de la policía provincial ha visto ese duelo. El paisano, desde el caballo, le ruega que le alcance el facón que se le ha olvidado. El sargento, humilde, tiene que forcejear para arrancarlo del vientre muerto... Descontada la bravata final, que es como una rúbrica inútil, ¿no es memorable esa invención de una pelea caminada y callada? ¿No parece imaginada para el cinematógrafo?"

Juan Moreira fue, acaso, la figura emblemática del gaucho bravo en la pluma deGutiérrez. Un bandido para las partidas policiales; un héroe para los paisanos. Éstos se identificaban en los atropellos que las autoridades ejercían en la población rural, despertando un singular acercamiento al personaje maldito. Ciertamente, Gutiérrez imprimió el mismo tono acusatorio que José Hernández en el "Martín Fierro" a la hora de defender los avatares del gaucho, denunciar los criterios "civilizadores" de su tiempo, y exponer las conductas y valoraciones de la gente rural. Así, entre esta población y el estado, entre la tradición y la modernidad, se dio una tensión especial que dio lugar a una doble legalidad: porque lo lícito no siempre era (es) lo justo. Y ésto, a su vez, era la razón del bandidismo.




"El gaucho viene a ser un paria en su propia tierra: marcha a la frontera enviado por vago (no encuentra trabajo), por falta de papeleta (no votó con el comandante sino con el patrón), o simplemente porque su mujer es una paisanita hermosa y codiciada. Sus caballos y sus animalitos se los han repartido como botín de guerra los que han saqueado su rancho; su mujer, sitiada por hambre, vive con el mismo alcalde o teniente alcalde que lo envió a la frontera; sus pobres hijitos han sido regalados a diferentes familias, a quienes servirán de criados. Aquel hombre tiene que vivir huyendo como un bandido: tiene que robar para llenar sus necesidades de la vida; empieza por matar defendiendo su cabeza y concluye matando por costumbre y por placer." (De "Juan Moreira", 1879)

Eduardo Gutiérrez compuso varios ciclos gauchescos, policiales unos, ficcionales otros, populares todos. "Los grandes ladrones", "Dramas policiales", "Dramas del terror", "Los montoneros" eran algunos de los títulos que agrupaban los distintos folletines. Si bien se nutrió con elementos de la tradición y del género folletinesco -como el sugerente "continuará en el próximo número", fórmula exitosa de retención-, Gutiérrez supo darle sesgos particulares a su narrativa. No eran héroes o figuras inventadas los protagonistas de las novelas, sino personas reales y largamente conocidas por la gente del campo. Moreirahabía sido guardaespaldas de Adolfo Alsina y cuchillero de Bartolomé Mitre, ambos prominentes políticos de Buenos Aires de la segunda mitad del siglo XIX.El Chacho fue uno de últimos caudillos rurales de esa etapa, sangrientamente acallado. Hormiga Negra, un famoso delincuente de San Nicolás de los Arroyos.Juan Cuello, un bandolero de los tiempos de Juan Manuel de Rosas. Santos Vega, un gaucho legendario. Gutiérrez noveló biografías de ellos que, como en el caso de Juan Moreira, adquirieron una sustantividad propia hasta convertirse en «personajes» literarios. Todos reunían ciertas cualidades específicas de la vida rural, a modo de «reflejo» con la población de la campaña.




"Moreira era como la generación de nuestros gauchos, dotado de un alma fuerte y un corazón generoso. Tenía los sentimientos tiernos e hidalgos que acompañan siempre al hombre realmente bravo. El gaucho de corazón y de prendas de carácter no necesita hablar para ser comprendido por otro gaucho; dotados de una sensibilidad delicada, llegan al corazón con una mirada. Y el gaucho es así: toma cariño a una persona siguiendo un impulso del corazón. Quiere porque sí, sin darse cuenta de su cariño, entregándose por completo a la persona que se lo ha inspirado y llegando por ella hasta el sacrificio de la vida." (De "Juan Moreira", 1879)

Muchas situaciones eran recurrentes en los protagonistas de las novelas deGutiérrez. Se trataba de gauchos que habían matado en «buena» y «mala» ley, que habían tenido escenas de pelea y de sangre contra la autoridad, perseguidos y, por eso mismo, admirados por el paisanaje.




"El Chacho se había trenzado con el mismo alcalde, mientras los compañeros vapuleaban a los milicos con su garrote de algarrobo. El Chacho no tardó mucho en avasallar al alcalde; le sacudió el garrotazo de gracia y lo echó al suelo desmayándolo sobre tablas, acudiendo en auxilio de sus amigos, dos de los cuales habían recibido contusiones serias. La justicia quedó completamente en derrota y mal parada sobre el campo de batalla. En vano el alcalde pedía favor a los vecinos que miraban; todos habían rodeado al Chacho, complacidos de que hubiera acogido a aquel trompeta." (De "Los Montoneros", 1884)

Eran singulares los retratos hacia las personas que detentaban el poder estatal en la campaña, ya fueran Jueces de Paz, Alcaldes o comandantes militares, dondeGutiérrez destacó sus vicios, desprolijidades y arbitrariedades. Una visión, en suma, donde la presencia de los agentes del estado era resistida por la población rural.




"El juez de paz no aparecía por parte alguna, a pesar de ser un poco tarde, pero esto no llamaba la atención porque no era la primera vez que andaba de jarana toda la noche y que quedaba dormido en algún ranchito hasta la siesta. Ya aparecería pagando su mal humor con los empleados de la policía, como había sucedido otras veces. Todos hablaban que el juez de paz había sido muerto por Monges en buena y leal pelea, y en la mayor parte de los semblantes podía leerse claramente la satisfacción con que la noticia era recibida. El cadáver del juez fue federalmente velado en la policía, adonde concurrió toda la Federación de Goya, que era escasa, pero que fue aumentada por los unitarios que eran tenidos por federales y a quienes no convenía ponerse mal con la autoridad. Otro juez había de venir, que empezaría a robar y matar unitarios para acreditarse." (De "El gaucho solitario", 1880)

También una historia pasional tenía lugar: la joven que había conquistado el corazón gaucho, signaba un destino para el protagonista. Algunas veces, como en "Hormiga Negra", la familia negaba ese amor. En esos casos el rapto de la amante era la única alternativa, motivando la huída y la persecución de la justicia. Otras veces, la ternura femenina hacía ablandar al criminal.




"-Quiero que nos vayamos de aquí -dijo fríamente Larrea-; haré lo que tú quieras. Me he resuelto a todo menos a perderte. Estoy convencido de que el único amor que se abriga para mí sobre la Tierra es el de tu corazón, y es recién anoche que lo he aprendido en su justo valor. Vámonos de Buenos Aires.
-Ahora es imposible -respondió ella-; yo misma estoy vigilada por la policía, a quien te delaté el mismo día que saliste de la Curia renegando de mí, que tanto te amaba, que te consagré mi vida hasta el extremo de hacerme cómplice de tus crímenes, puesto que los callaba, y en cambio de tanto amor y tanto sacrificio, sólo te pedía tu cariño que me has retirado delante de una muñeca que no serviría ni para que jugara un hijo mío. Mátame, Larrea, mátame -concluyó aquella mujer sobrenatural que lloraba, y Larrea, al oirla, temblaba todo-." (De "Antonio Larrea", 1879)

El realismo literario de Gutiérrez prescindió mayormente de descripciones que ambientaran las escenas, debido a su preocupación eminentemente narrativa en base a líneas de veracidad y verosimilitud surgida de los expedientes y sumarios policiales. A tal punto que muchas biografías salían publicadas mientras los mismos protagonistas seguían prófugos de la justicia. Era parte de una estrategia del diario La Patria Argentina, donde Gutiérrez escribía, a modo de «hacer dialogar» la parte informativa y la folletinesca. Así, en un mismo día, se publicaron estos párrafos sobre Julio Barrientos:
"Este gaucho que ha escapado a todas las persecuciones que le ha hecho la policía de la provincia, ha pasado a Entre Ríos, créese que por frente a Campana. Oficiales de policía han andado por los departamentos de Gualeguay y Gualeguaychú, en su perseguimiento, pero no han podido tomarlo. Indudablemente, Barrientos irá a los montes de La Zelmira al otro lado de Gualeguaychú y se unirá a los matreros que acompañaban generalmente al Boyero, a quien no se sabe cuál lo haya reemplazado como jefe de las cuadrillas."
"Julio Barrientos logró montar a caballo y pudo hacer un par de atropelladas, daga en mano, antes de ponerse en fuga cediendo a la superioridad numérica y a la ventaja tremenda de las armas de precisión. Las partida de policía lo persiguió sin descanso y con creciente deseo de tomarlo por espacio de dos días. Pero aquella persecución fue tan estéril como las anteriores, pues todavía no se han tenido noticias de Julio Barrientos. Tal vez no tardemos mucho en tenerlas, anunciando algún nuevo triunfo sobre la policía o alguna nueva y traviesa escapada."
(De "Hormiga Negra", 1881)
Son evidentes los tonos distintos de los fragmentos: en el informativo triunfa la autoridad; en el folletinesco -con la pluma de Gutiérrez- lo hace la valentía gaucha. Dos modos de registros para los lectores de entonces, del que éste último perduraría en el tiempo cuando se pasó del folletín al libro, con muy pocas correciones. Era función primordial de la novela popular amenizar la lectura, en especial para los sectores bajos; en Gutiérrez se agregó el acento puesto en la rebeldía contra las normas que relegaban a ese sector social.




"Para la justicia de campaña una muerte siempre es un asesinato. El hombre del pueblo que se bate a cuchillo es siempre un homicida. No sucede lo mismo con el que se bate a pistola o sable en el bosque de Palermo. Porque para nuestro gaucho, tan azotado por la autoridad, no hay más justicia que la que quiere imponerle el último alcalde de campaña. Mientras que para el gaucho no haya otra justicia que la que él mismo puede hacerse, el bandalaje no concluirá en nuestra campaña".(De "Hormiga Negra", 1881)

Finalmente había en Gutiérrez una apelación a los finales trágicos, a contrapelo de la básica novela popular, de conclusión abierta y con un «héroe» invencible que «renacía de las cenizas». Por el contrario, en la escritura de Gutiérrezmuchas figuras eran traicionadas y entregadas a la justicia. El punto final lo era también para la vida narrativa del protagonista.




"Así murió ese hombre. Tuvo el coraje de rebelarse contra el poder de Rosas burlando la más temible policía que haya existido jamás en Buenos Aires." (De "Juan Cuello", 1878)


La vida gaucha según Gutiérrez 
La imagen del gaucho como personaje errante y solitario no se corresponde más que a los grupos marginales de la vida rural pampeana, según la investigación erudita (1). El gaucho en la tinta de Gutiérrez se desenvolvía en un escenario que incluía a la familia campesina y su autonomía económica, la pulpería como centro societal, y los diversos recreos típicos.




"Con la guitarra en la mano, el joven parecía otro hombre. Estos dos rasgos solos bastan para que Cuello adquiera un gran prestigio y ascendiente sobre todos los soldados, paisanos en su mayor parte, cuya leal y profunda amistad se conquista con estas dos prendas: un valor a toda prueba y una voz hermosa. A la pulpería concurría asiduamente un negro Sanes, muy payador y guitarrero, con quien Cuello cantaba con cifra con gran placer de los concurrentes." (De "Juan Cuello", 1878)

A las cualidades de ser bravo, se agregaba la de cantor y músico magistrales. Y toda la fama de los protagonistas residía en la pulpería, sitio de sociabilidad característico de la campaña.




"Un día Hormiga Negra abandonaba su casa de Arroyo del Medio y se iba a la pulpería. Pocas horas después repercutía en todas las estancias y puestos la noticia de que Hormiga Negra había peleado con este o aquel gaucho." (De "Hormiga Negra", 1881)

Hacia éstos personajes el paisanje sentía admiración y también solía recurrir en auxilio, en especial cuando se tenía conflictos con la autoridad.




"Sucedió una vez que por asunto de mujeres un joven dio unos trompis al alcalde, por lo que éste resolvió secarlo en el cepo de cabeza. El preso se mandó empeñar con el Chacho, y éste puso en juego todos sus recursos y todas sus mulas para sacarlo en libertad, pero esta vez se estrelló con el rencor del alcalde y la venganza que quería ejercer a todo trance." (De "Los Montoneros", 1880)

De la campaña el gaucho obtenía recursos para remediar las urgencias de la economía doméstica. Así, como trabajador rural tenía la cualidad especial de entrar y salir periódicamente del mercado laboral.




"Monges no sólo atendía a su carpintería en la ciudad de Goya, sino que cuando lo necesitaban en los establecimientos de la campaña se trasladaba a ellos con las herramientas necesarias y allí permanecía hasta que se terminaba el trabajo, regresando a su casa con ganancia, que poca o mucha entregaba íntegramente a su buena madre." (De "El gaucho solitario", 1880)
"Otras veces el capataz de la estancia lo ocupaba en domar algunos potros. Permanecía allí hasta que terminaba su trabajo, y regresaba a su puesto cobrando su tarea en capones o en algunos terneros que hacía bueyes más tarde y vendía con gran utilidad." (De "Hormiga Negra", 1881)

Las relaciones con las autoridades, como anotamos, eran resistidas ya que éstas despojaban a las familias campesinas de su autonomía económica, bajo la figura delictiva de la vagancia.




"Vago es entonces el paisano que se encuentra incidentalmente sin conchabo, aunque tenga un rodeo de cincuenta vacas, que no falta al gaucho más pobre; el que tiene buenos parejeros que no ha querido regalar al comandante militar, como vago es el que tiene una mujer hermosa, varios hijos, o mucha hacienda para comprarse su libertad." (De "Hormiga Negra", 1881)

Esa situación -legal pero ilegítima- daba la pauta acerca de la nueva lógica que el estado pretendía aplicar hacia la población rural: la vida no era gratis; tenía precio.

"Así el Chacho, con su sagacidad asombrosa, comprendía el manejo, y aunque nada decía, había concluido por cobrar un profundo desprecio por todo lo que se llama justicia. -La mejor y más sana de las justicias -decía- son los pesos y las mulas. Tenga unos reales disponibles y podrá hacer todo aquello que le dé la gana." (De "Los Montoneros", 1884)

Gutiérrez releído: el caso "Hormiga Negra"




"Ya sabemos lo que son novelas... y lo que son cuentos. Ustedes, los hombres de pluma, le meten nomás, inventando cosas que interesen, y que resulten lindas. Y el gaucho se presta pa' todo. Mire, mi amigo, la verdad de las cosas sería muy poco, pues no es lo mismo matar a un hombre en de veras que matarlo en el papel cuando se escribe, ¡creamé! Luego, no se expone a cada rato el cuero porque sí, por puro gasto de hacerse ver ante la paisanada. Eso de las peleas con una partida de cincuenta hombres... ¡es un bolazo de mi flor...! Lindo cuento pa' los mocitos de la ciudá, pero no para contarlo en la campaña, porque lo pueden dejar a uno por embustero."

Esas fueron palabras de Guillermo Hoyo, alias "Hormiga Negra", en un reportaje a la revista Caras y Caretas de 1912. Hablaba sobre la novela -«su» novela-, que lo tenía de personaje central, escrita hacía tres décadas atrás. Es que el éxito y la masiva difusión de los textos populares de Gutiérrez habían dado lugar a otro juego de lecturas, que tocaba el límite del género: hasta dónde la literatura verosímil se confundía con el relato cierto, la verdad novelesca con la histórica.
La valoración hacia la veracidad de esta novela en particular, y de la escritura de Gutiérrez en general, tomó varios sentidos. Uno de los protagonistas novelados -Hormiga Negra- se limitó a salvar su dignidad personal para no pasar por un embustero. Los contemporáneos al escritor, por su parte, le achacaron también las exageraciones que contenían los relatos, en especial su manera de vulgarizar la literatura mediante un lenguaje tosco e inelegante. En efecto, el narrador omnisciente de las novelas de Gutiérrez graficaba las situaciones con expresiones del tipo "venir al humo", "fue tal el julepe", "romper la crisma", "bailar como un salta perico", junto a otras que denotaban voces populares ("a la que te criaste", "pior" "pintado", "amuchar"). Hasta llegaron a insinuar una apología delictiva en su escritura de reseñar las hazañas gauchas contra la autoridad. El propio Gutiérrez se encargó de aclarar este asunto:




"La causa de la criminalidad en la campaña no serán los folletines de La Patria Argentina, como lo han asegurado los diarios palaciegos, sino los actos de justicia aplicados por la misma autoridad, las palizas atracadas a los que anden mañeriando y con istorias, en cumplimiento de hórdenes recividas. Ésta es la llaga donde hay que poner el dedo. Mientras no se cure y se la deje convertirse en cáncer, de nada valdrán los sargentos Miranda, por más bravos y expertos que ellos sean, ni el mismo remington aplicado a la policía rural." (De "Hormiga Negra", 1881)

Era el propio estado quien creaba a los bandidos de la campaña; y en su escritura Eduardo Gutiérrez había adoptado una mirada nueva, dirigiéndose a un público nuevo. Pensó en los valores tradicionales que contenían los protagonistas y supo, también, a quiénes no les dirigía la palabra. Miguel Canécontó esta anécdota, cuando "Juan Moreira" creaba su fama literaria:




"Un día lo encontré en la calle y después del buen apretón de manos, le reproché no haberme enviado a Viena los dos o tres volúmenes que había publicado. Se puso rojo como una amapola e inclinándose me dijo al oído: «eso no es para usted; prométame no leerlos nunca». Comprendí y me alejé deplorando una vez más que esta atmósfera de nuestro país, tan contraria al desarrollo de las altas facultades intelectuales, sea tan propicia para desviarlas, viciarlas y aniquilarlas."

Con todo, las novelas de Gutiérrez trascendieron al escritor en el tiempo, al igual que las lecturas que lo criticaban. En efecto, y volviendo al caso de "Hormiga Negra", cuando en los años cincuenta las editoriales argentinas Tor yEl Boyero relanzaron esa novela al mercado, Prudencia Hoyo, la hija nonagenaria de "Hormiga Negra", pidió y obtuvo de la justicia la prohibición de la tirada, tras una demanda a las empresas por calumnias y perjuicios.




"Era un hombre honrado y trabajador, todo lo contrario de lo que afirma injustamente la leyenda" -afirmó al diario Crítica de Buenos Aires.

Como las andanzas de los gauchos malos que resucitaban en los folletines, la polémica por las novelas de Gutiérrez seguía en pleno siglo XX, cuando ya no quedaba ningún paisanaje que pudiera convertirse maldito por inspiración de ellas. Es que no sucedía por entonces lo que para nosotros ahora resulta evidente: más allá de la "realidad" del texto, lo esencial estaba en la recreación fidedigna de la vida rural, es decir, en concebir "lo gauchesco" verosímilmente. Al decir de Jorge Luis Borges:




"No sé si el «verdadero» Guillermo Hoyo fue el hombre de viaraza y de puñaladas que describe Gutiérrez; sé que el Guillermo Hoyo de Gutiérrez es verdadero. Eduardo Gutiérrez, autor de folletines lacrimosos y ensangrentados, dedicó buena parte de sus años a novelar el gaucho según las exigencias románticas de los compadritos porteños. Un día, fatigado de esas ficciones, compuso un libro real, el Hormiga Negra. Es, desde luego, una obra ingrata. Su prosa es de una imcomparable trivialidad. La salva un solo hecho, un hecho que la inmortalidad suele preferir: se parece a la vida."

Ese sabor de la veracidad mantiene vigente a Eduardo Gutiérrez como promotor del gaucho en la tinta.

(1)Una nueva imagen de la vida rural bonaerense es el resultado de la innovación historiográfica que desde mediados de 1980 iniciaron Samuel Amaral, Juan Carlos Garavaglia, Jorge Gelman, Raúl Fradkin y Carlos Mayo.

Bibliografía
Eduardo Gutiérrez, Hormiga Negra, Buenos Aires, Libros Perfil,1999.




La muerte de Buenos Aires, Buenos Aires, Hachette, 1959.
Historia de Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Maucci, 1895.
Juan Moreira, Buenos Aires, Libros Perfil, 1999.
Los Montoneros, Buenos Aires, Hachette, 1961.
El gaucho solitario, Buenos Aires, J.C.Rovira Editor, 1933.
Antonio Larrea, Buenos Aires, J.C.Rovira Editor, 1933.

Jorge Luis Borges, Eduardo Gutiérrez, escritor realista (1937), prólogo a "Hormiga Negra", op. cit.
Josefina Ludmer, Los escándalos de Juan Moreira, prólogo a "Juan Moreira", op. cit.
Alejandra Laera, Hormiga Negra: la autonomía del folletín, posfacio a "Hormiga Negra", op. cit.
Susana Zanetti, El caso Eduardo Gutiérrez, Buenos Aires, C.E.A.L. 1968.
Pedro Orgambide (compilador) Gauchos y soldados, Buenos Aires, Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 1994.




http://www.icarodigital.com.ar/numero10/eldamero/gaucho1/gaucho1.htm

Archivo http://elranchodefierro.magix.net/public/index.html

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