sábado, 23 de octubre de 2010

La vuelta del Martín Fierro, Canto XXVIII

Se me va por donde quiera

esta lengua del demonio:

voy a darles testimonio

de lo que vi en la frontera.

Yo sé que el único modo

a fin de pasarlo bien,

es decir a todo amén

y jugarle risa a todo.

 

El que no tiene colchón

en cualquier parte se tiende;

el gato busca el jogón

y ése es mozo que lo entiende.

 

De aquí comprenderse debe,

aunque yo hable de este modo,

que uno busca su acomodo

siempre, lo mejor que puede.

 

Lo pasaba como todos

este pobre penitente,

pero salí de asistente

y mejoré en cierto modo.

 

Pues aunque esas privaciones

causen desesperación

siempre es mejor el jogón

de aquél que carga galones.

 

De entonces en adelante

algo logré mejorar,

pues supe hacerme lugar

al lado del ayudante.

 

El se daba muchos aires;

pasaba siempre leyendo;

decían que estaba aprendiendo

pa recebirse de fraile.

 

Aunque lo pifiaban tanto,

jamás lo vi disgustao;

tenía los ojos paraos

como los ojos de un Santo.

 

Muy delicao, dormía en cuja,

y no sé por qué sería,

la gente lo aborrecía

y le llamaban LA BRUJA.

 

Jamás hizo otro servicio

ni tuvo más comisiones

que recebir las raciones

de víveres y de vicios.

 

Yo me pasé a su jogón

al punto que me sacó,

y ya con él me llevó

a cumplir su comisión.

 

Estos diablos de milicos

de todo sacan partido:

cuando nos vían riunidos

se limpiaban los hocicos.

 

 

Y decían en los jogones

como por chocarrería:

"con la Bruja y Picardía

"van a andar bien las raciones".

 

A mi no me jue tan mal,

pues mi oficial se arreglaba

les diré lo que pasaba

sobre este particular.

 

Decían que estaban de acuerdo

la Bruja y el provedor

y que recebía lo pior...

puede ser, pues no era lerdo.

 

Que a más en la cantidá

pegaba otro dentellón,

y que por cada ración

le entregaban la mitá.

 

Y que esto lo hacía del modo

como lo hace un hombre vivo:

firmando luego el recibo

ya se sabe, por el todo.

 

Pero esas murmuraciones

no faltan en campamento;

déjenmé seguir mi cuento,

o historia de las racioncs.

 

La Bruja las recebía

como se ha dicho, a su modo;

las cargábamos, y todo

se entriega en la mayoría.

 

Sacan allí en abundancia

lo que Ies toca sacar,

y es justo que han de dejar

otro tanto de ganancia.

 

Van luego a la compañía,

las recibe el comendante,

el que de un modo abundante

sacaba cuanto quería.

 

Ansí la cosa liviana,

va mermada por supuesto;

luego se le entrega el resto

al oficial de semana.

¿Araña, quién te arañó?

Otra araña como yo.

 

Este le pasa al sargento

aquéllo tan reducido,

y como hombre prevenido

saca siempre con aumento.

 

Esta relación no acabo

si otra menudencia ensarto;

el sargento llama al cabo

para encargarle el reparto.

El también saca primero

y no se sabe turbar:

naides le va a aviriguar

si ha sacado más o menos.

 

Y sufren tanto bocao

y hacen tantas estaciones,

que ya casi no hay raciones

cuando llegan al soldao.

 

¡Todo es como pan bendito!

y sucede, de ordinario,

tener que juntarse varios

para hacer un pucherito.

 

Dicen que las cosas van

con arreglo a la ordenanza;

puede ser, pero no alcanzan,

¡tan poquito es lo que dan!

 

Algunas veces, yo pienso,

y es muy justo que lo diga,

sólo llegaban las migas

que habían quedao en los lienzos.

 

Y esplican aquel infierno,

en que uno está medio loco,

diciendo que dan tan poco

porque no paga el Gobierno.

 

Pero eso yo no lo entiendo,

ni aviriguarlo me meto;

soy inorante completo;

nada olvido y nada apriendo.

 

Tiene uno que soportar

el tratamiento más vil:

a palos en lo civil,

a sable en lo militar.

 

El vistuario, es otro infierno;

si lo dan, llega a sus manos

en invierno el de verano

y en el verano el de invierno.

 

Y yo el motivo no encuentro,

ni la razón que esto tiene;

mas dicen que eso ya viene

arreglao dende adentro.

 

Y es necesario aguantar

el rigor de su destino:

el gaucho no es argentino

sinó pa hacerlo matar.

 

Ansí ha de ser, no lo dudo,

y por eso decía un tonto:

"si los han de matar pronto,

"mejor es que estén desnudos."

 

 

Pues esa miseria vieja

no se remedia jamás;

todo el que viene detrás

como la encuentra la deja.

 

Y se hallan hombres tan malos

que dicen de buena gana:

"El gaucho es como la lana

se limpia y compone a palos."

 

Y es forzoso el soportar

aunque la copa se enllene:

parece que el gaucho tiene

algun pecao que pagar.

La vuelta del Martín Fierro, Canto XXVII

He servido en la frontera,
en un cuerpo de milicias,
no por razón de justicia,
como sirve cualesquiera.

La bolilla me tocó
de ir a pasar malos ratos
por la facultá del ñato,
que tanto me persiguió.

Y sufrí en aquel infierno
esa dura penitencia,
por una malaquerencia
de un oficial subalterno.

No repetiré las quejas
de lo que se sufre allá;
son cosas muy dichas ya
y hasta olvidadas de viejas.

Siempre el mesmo trabajar,
siempre el mesmo sacrificio,
es siempre el mesmo servicio,
y el mesmo nunca pagar.

Siempre cubiertos de harapos,
siempre desnudos y pobres;
nunca le pagan un cobre
ni le dan jamás un trapo.

Sin sueldo y sin uniforme
lo pasa uno aunque sucumba;
confórmesé con la tumba
y si no... no se conforme.

Pues si usté se ensoberbece
o no anda muy voluntario,
le aplican un novenario
de estacas... que lo enloquecen.

Andan como pordioseros,
sin que un peso los alumbre,
porque han tomao la costumbre
de deberle años enteros.

Siempre hablan de lo que cuesta,
que allá se gasta un platal;
pues yo no he visto ni un rial
en lo que duró la fiesta

Es servicio estrordinario
bajo el fusil y la vara
sin que sepamos qué cara
le ha dao Dios al comisario.

Pues si va a hacer la revista,
se vuelve como una bala,
es lo mesmo que luz mala
para perderse de vista.

Y de yapa cuando va,
todo parece estudiao:
va con meses atrasaos
de gente que ya no está.

Pues ni adrede que lo hagan
podrán hacerlo mejor:
cuando cai, cai con la paga
del contingente anterior.

Porque son como sentencia
para buscar al ausente,
y el pobrc que está presente
que perezca en la indigencia.

Hasta que tanto aguantar
el ligor con que lo tratan,
o se resierta o lo matan,
o lo largan sin pagar.

De ese modo es el pastel
porque el gaucho... ya es un hecho,
no tiene ningún derecho,
ni naides vuelve por él.

¡La gente vive marchita!
Si viera, cuando echan tropa,
les vuela a todos la ropa
que parecen banderitas.

De todos modos lo cargan
y al cabo de tanto andar,
cuando lo largan, lo largan
como pa echarse a la mar.

Si alguna prenda le han dao,
se la vuelven a quitar:
poncho, caballo, recao,
todo tiene que dejar.

Y esos pobres infelices,
al volver a su destino.
salen como unos Longinos
sin tener con que cubrirse.

A mí me daba congojas
el mirarlos de ese modo,
pues el más aviao de todos
es un perejil sin hojas.

Aura poco ha sucedido,
con un invierno tan crudo,
largarlos a pie y desnudos
pa volver a su partido.

Y tan duro es lo que pasa,
que en aquella situación
les niegan un mancarrón
para volver a su casa.

¡Lo tratan como a un infiel!
Completan su sacrificio
no dándolé ni un papel
que acredite su servicio.

Y tiene que regresar
más pobre de lo que jue,
por supuesto a la mercé
del que lo quiere agarrar.

Y no averigüe después
de los bienes que dejó:
de hambre, su mujer vendió
por dos lo que vale diez.

Y como están convenidos
a jugarle manganeta,
a reclamar no se meta
porque ese es tiempo perdido.

Y luego, si a alguna estancia
a pedir carne se arrima,
al punto le cain encima
con la ley de la vagancia.

Y ya es tiempo, pienso yo,
de no dar mas contingente;
si el Gobierno quiere gente,
que la pague y se acabó.

Y saco ansí en conclusión,
en medio de mi inorancia,
que aquí el nacer en estancia
es como una maldición.

Y digo, aunque no me cuadre,
decir lo que naides dijo:
la Provincia es una madre
que no defiende a sus hijos.

Mueren en alguna loma
en defensa de la ley,
o andan lo mesmo que el güey,
arando pa que otros coman.

Y he de decir ansí mismo
porque de adentro me brota,
que no tiene patriotismo
quien no cuida al compatriota.

La vuelta del Martín Fierro, Canto XXVI

Cuando me llegó mi turno

dije entre mí: "¡Ya me toca!"

y aunque mi falta era poca,

no sé porqué me asustaba;

les asiguro que estaba

con el Jesús en la boca.

 

Me dijo que yo era un vago,

un jugador, un perdido;

que dende que fi al partido

andaba de picaflor;

que había de ser un bandido

como mi antesucesor.

 

Puede que uno tenga un vicio,

y que de él no se reforme

mas naides está conforme

con recibir ese trato:

yo conocí que era el ñato

quien le había dao los informes.

 

 

Me dentró curiosidá,

al ver que de esa manera

tan siguro me dijiera

que fue mi padre un bandido;

luego lo había conocido,

y yo. ignoraba quién era.

 

Me empeñé en aviriguarlo;

promesas hice a Jesús

tuve, por fin, una luz,

y supe con alegría

que era el autor de mis días

ei guapo sargento Cruz.

 

Yo conocía bien su historia

y la tenía muy presente;

sabía que Cruz bravamente,

yendo con una partida,

había jugado la vida

por defender a un valiente.

 

Y hoy ruego a mi Dios piadoso

que lo mantenga en su gloria

se ha de conservar su historia

en el corazón del hijo:

él al morir me bendijo,

yo bendigo su memoria.

 

Yo juré tener enmienda

y lo conseguí de veras;

puedo decir ande quiera

que si faltas he tenido

de todas me he corregido

dende que supe quién era.

 

El que sabe ser buen hijo

a los suyos se parece,

y aquél que a su lado crece

y a su padre no hace honor,

como castigo merece

de la desdicha el rigor.

 

Con un empeño costante

mis faltas supe enmendar;

todo conseguí olvidar,

pero, por desgracia mía,

el nombre de Picardía

no me lo pude quitar.

 

Aquél que tiene buen nombre

muchos dijustos ahorra;

y entre tanta mazamorra

no olviden esta alvertencia:

aprendí por esperencia

que el mal nombre no se borra.

La vuelta del Martín Fierro, Canto XXV

Después de muy pocos días,

tal vez por no dar espera

y que alguno no se fuera,

hicieron citar la gente

pa riunir un contingente

y mandar a la frontera.

 

Se puso arisco el gauchaje;

la gente está acobardada;

salió la partida armada

y trujo como perdices

unos cuantos infelices

que entraron en la voltiada.

 

 

Decía el ñato con soberbia:

"Esta es una gente indina;

"yo los rodié a la sordina,

"no pudieron escapar;

"y llevaba orden de arriar

"todito lo que camina."

 

Cuando vino el comendante

dijieron: "¡Dios nos asista!"

llegó y les clavó la vista,

yo estaba haciéndomé el sonzo,

le echó a cada uno un responso

y ya lo plantó en la lista.

 

"Cuadráte, le dijo a un negro,

te estás haciendo el chiquito

cuando sos el más maldito

que se encuentra en todo el pago;

un servicio es el que te hago

y por eso te remito."

 

A OTRO

 

"Vos no cuidás tu familia

ni le das los menesteres;

visitás otras mujeres

y es preciso, calabera,

que aprendás en la frontera

a cumplir con tus deberes."

 

A OTRO

 

"Vos también sos trabajoso;

cuando es preciso votar

hay que mandarte llamar

y siempre andás medio alzao,

sos un desubordinao

y yo te voy a filiar "

 

A OTRO

 

"¿Cuánto tiempo hace que vos

andas en este partido?

¿Cuántas veces has venido

a la citación del Juez?

No te he visto ni una vez,

has de ser algún perdido."

 

A OTRO

 

"Este es otro barullero

que pasa en la pulpería

predicando noche y día

y anarquizando a la gente;

irás en el contingente

por tamaña picardía."

 

 

A OTRO

 

"Dende la anterior remesa

vos andás medio perdido;

la autoridá no ha podido

jamás hacerte votar:

cuando te mandan llamar

te pasás a otro partido."

 

A OTRO

 

"Vos siempre andás de florcita,

no tenés renta ni oficio;

no has hecho ningún servicio,

no has votado ni una vez:

marchá... para que dejés

de andar haciendo perjuicio."

 

A OTRO

 

"Dame vos tu papeleta,

yo te la voy a tener;

ésta queda en mi poder,

después la recogerás,

y ansí si te resertás

todos te pueden prender."

 

A OTRO

 

"Vos, porque sos ecetuao

ya te querés sulevar;

no vinistes a votar

cuando hubieron eleciones:

no te valdrán eseciones,

yo te voy a enderezar."

 

Y a este por este motivo

y a otro por otra razón,

toditos, en conclusión,

sin que escapara ninguno,

fueron pasando uno a uno

a juntarse en un rincón.

 

 

Y allí las pobres hermanas,

las madres y las esposas

redamaban cariñosas

sus lágrimas, de dolor,

pero gemidos de amor

no remedian estas cosas.

 

Nada importa que una madre

se desespere o se queje;

que un hombre a su mujer deje

en el mayor desamparo;

hay que callarse, o es claro,

que lo quiebran por el eje.

 

 

Dentran después a empeñarse

con este o aquel vecino;

y como en el masculino

el que menos corre vuela,

deben andar con cautela

las pobres, me lo imagino.

 

Muchas al Juez acudieron,

por salvar de la jugada;

él les hizo una cuerpiada,

y por mostrar su inocencia,

les dijo: "Tengan pacencia

"pues yo no puedo hacer nada."

 

Ante aquella autoridá

permanecían suplicantes;

y después de hablar bastante,

"yo me lavo, dijo el Juez,

"como Pilatos, los pies:

"esto lo hace el Comendante."

 

De ver tanto desamparo

el corazón se partía;

había madre que salía

con dos, tres hijos o más.

por delante y por detrás,

y las maletas vacías.

 

¿Dónde irán, pensaba yo,

a perecer de miseria?

Las pobres si de esta feria

hablan mal, tienen razón;

pues hay bastante materia

para tan justa aflición.

La vuelta del Martín Fierro, Canto XXIV

Me le escapé con trabajo

en diversas ocasiones;

era de los adulones,

me puso mal con el Juez;

hasta que, al fin, una vez

me agarró en las eleciones.

 

Ricuerdo que esa ocasión

andaban listas diversas;

las opiniones dispersas

no se podían arreglar:

decian que el Juez, por triunfar,

hacía cosas muy perversas.

 

Cuando se riunió la gente

vino a ploclamarla el ñato;

diciendo, con aparato,

"que todo andaría muy mal,

"si pretendía cada cual

"votar por un candilato".

 

Y quiso al punto quitarme

la lista que yo llevé;

mas yo se la mesquiné

y ya me gritó... "Anarquista,

"has de votar por la lista

"que ha mandao el Comiqué."

 

Me dio vergüenza de verme

tratado de esa manera;

y como si uno se altera

ya no es fácil de que ablande,

le dije "Mande el que mande

"yo he de votar por quien quiera".

 

"En las carpetas de juego

"y en la mesa eletoral

"a todo hombre soy igual;

"respeto al que me respeta

"pero el naipe y la boleta

"naides me lo ha de tocar."

 

Ahi no más ya me cayó

a sable la polecía;

aunque era una picardía

me decidí a soportar,

y no los quise peliar

por no perderme, ese día.

 

Atravesao me agarró

y se aprovechó aquel ñato,

dende que sufrí ese trato

no dentro donde no quepo:

fi a jinetiar en el cepo

por cuestión de candilatos.

 

Injusticia tan notoria

no la soporté de flojo;

una venda de mis ojos

 

vino el suceso a voltiar:

vi que teníamos que andar

como perro con tramojo.

 

Dende aquellas eleciones

se siguió el batiburrillo;

aquel se volvió un ovillo

del que no había ni noticia:

¡Es señora la justicia...

y anda en ancas del más pillo!

La vuelta del Martín Fierro, Canto XXIII

Un nápoles mercachifle

que andaba con un arpista

cayó también en la lista

sin dificultá ninguna;

lo agarré a la treinta y una

y le daba bola vista.

 

Se vino haciendo el chiquito,

por sacarme esa ventaja;

en el pantano se encaja,

aunque robo se le hacía:

le cegó Santa Lucía

y desocupó las cajas.

 

Lo hubieran visto afligido

llorar por las chucherías;

"ma gañao con picardía"

"decía el gringo y lagrimiaba,

mientras yo en un poncho alzaba

todita su merchería.

 

Quedó allí aliviao del peso

sollozando sin consuelo,

había cáido en el anzuelo

tal vez porque era domingo,

y esa calidá de gringo

no tiene santo en el cielo.

 

Pero poco aproveché

de fatura tan lucida:

el diablo no se descuida,

y a mí me seguía la pista

un ñato muy enredista

que era Oficial de partida.

 

Se me presentó a esigir

la multa en que había incurrido,

que el juego estaba prohibido,

que iba a llevarme al cuartel;

tuve que partir con él

todo lo que había alquirido.

 

Empecé a tomarlo entre ojos

por esa albitrariedá:

yo había ganao, es verdá,

con recursos, eso sí;

pero él me ganaba a mí

fundao en su autoridá.

 

 

Decían que por un delito

mucho tiempo anduvo mal;

un amigo servicial

lo compuso con el Juez,

y poco tiempo después

lo pusieron de Oficial.

 

En recorrer el partido

continuamiente se empleaba,

ningun malevo agarraba,

pero tráia en un carguero

gallinas, pavos, corderos

que por áhi recoletaba.

 

No se debía permitir

el abuso a tal estremo:

mes a mes hacía lo mesmo,

y ansí decía el vecindario,

"este ñato perdulario

"ha resucitado el diezmo".

 

La echaba de guitarrero

y hasta de concertador:

sentao en el mostrador

lo hallé una noche cantando

y le dije: "co... mo. ... quiando

con ganas de óir un cantor".

 

Me echó el ñato una mirada

que me quiso devorar;

mas no dejó de cantar

y se hizo el desentendido,

pero ya había conocido

que no lo podía pasar.

 

Una tarde que me hallaba

de visita... vino el ñato,

y para darle un mal rato

dije fuerte "Ña... to... ribia

"no cebe con la agua tibia",

y me la entendió el mulato.

 

Era el todo en el Juzgao,

y como que se achocó

áhi no más me contestó:

"Cuanto el caso se presiente

"te he de hacer tomar caliente

"y has de saber quién soy yo."

 

Por causa de una mujer

se enredó más la cuestión:

le tenía el ñato aflición,

ella era mujer de ley,

moza con cuerpo de güey,

muy blanda de corazón.

 

La hallé una vez de amasijo,

estaba hecha un embeleso,

y le dije: "Me intereso

"en aliviar sus quehaceres,

"y ansí, señora, ai quiere

"yo le arrimaré los güesos.

 

Estaba el ñato presente,

sentado como de adorno;

por evitar un trastorno

ella, al ver que se dijusta,

me contestó: "Si usté gusta

"arrímelós junto al horno."

 

Ahi se enredó la madeja

y su enemistá conmigo;

se declaró mi enemigo,

y por aquel cumplimiento

ya sólo buscó el momento

de hacerme dar un castigo.

 

Yo véia que aquel maldito

me miraba con rencor,

buscando el caso mejor

de poderme echar el pial;

y no vive más el lial

que lo que quiere el traidor.

 

 

No hay matrero que no caiga,

ni arisco que no se amanse;

ansí yo, desde aquel lance

no salía de algún rincón,

tirao como el San Ramón

después que se pasa el trance.

La vuelta del Martín Fierro, Canto XXII

Anduve como pelota

y más pobre que una rata;

cuando empecé a ganar plata

se armó no sé qué barullo,

y yo dije: a tu tierra, grullo,

aunque sea con una pata.

 

Eran duros y bastantes

los años que allá pasaron;

con lo que ellos me enseñaron

formaba mi capital;

cuando vine me enrolaron

en la Guardia Nacional.

 

Me había ejercitao al naipe,

el juego era mi carrera;

hice alianza verdadera

y arreglé una trapisonda

con el dueño de una fonda

que entraba en la peladera.

 

Me ocupaba con esmero

en floriar una baraja:

él la guardaba en la caja,

en paquetes, como nueva;

y la media arroba lleva

quien conoce la ventaja.

 

Comete un error inmenso

quien de la suerte presuma,

otro más hábil lo fuma,

en un dos por tres lo pela;

y lo larga que no vuela

porque le falta una pluma.

 

 

Con un socio que lo entiende

se armaron partidas muy buenas;

queda allí la plata agena,

quedan prendas y botones;

siempre cain a esas riuniones

sonzos con las manos llenas.

 

Hay muchas trampas legales,

recursos del jugador;

no cualquiera es sabedor

a lo que un naipe se presta:

con una cincha bien puesta

se la pega uno al mejor.

 

Deja a veces ver la boca

haciendo el que se descuida;

juega el otro hasta la vida,

y es siguro que se ensarta,

porque no muestra una carta

y tiene otra prevenida.

 

Al monte, las precauciones

no han de olvidarse jamás;

debe afirmarse además

los dedos para el trabajo,

y buscar asiento bajo

que le dé la luz de atrás.

 

Pa tayar, tome la luz,

dé la sombra al alversario,

acomódese al contrario

en todo juego cartiao:

tener ojo ejercitao

es siempre muy necesario.

 

El contrario abre los suyos,

pero nada ve el que es ciego;

dándolé soga, muy luego

se deja pescar el tonto:

todo chapetón cree pronto

que sabe mucho en el juego.

 

Hay hombres muy inocentes

y gue a las carpetas van;

cuando asariados están,

les pasa infintas veces,

pierden en puertas y en treses,

y dándolés, mamarán.

 

El que no sabe, no gana

aunque ruegue a Santa Rita;

en la carpeta a un mulita

se le conoce al sentarse;

y conmigo, era matarse,

no podían ni a la manchita.

 

 

En el nueve y otros juegos

llevo ventaja no poca,

y siempre que dar me toca

el mal no tiene remedio

porque sé sacar del medio

y sentar la de la boca.

 

En el truco, al más pintao

solía ponerlo en apuro;

cuando aventajar procuro,

sé tener, como fajadas,

tiro a tiro el as de espadas,

o flor, o envite seguro.

 

Yo se defender mi plata

y lo hago como el primero;

el que ha de jugar dinero

preciso es que no se atonte;

si se armaba una de monte,

tomuba parte el fondero.

 

Un pastel, como un paquete,

sé llevarlo con limpieza;

dende que a salir empiezan

no hay carta que no recuerde:

sé cuál se gana o se pierde

en cuanto cain a ta mesa.

 

También por estas jugadas

suele uno verse en aprietos;

mas yo no me comprometo

porque sé hscerlo con arte,

y aunque les corra el descarte

no se descubre el secreto.

 

Si me llamaban al dao,

nunca me solía faltar

un cargado que largar,

un cruzao para el más vivo;

y hasta atracarles un chivo

sin dejarlos maliciar.

 

Cargaba bien una taba

porque la sé manejar;

no era manco en el billar,

y, por fin de lo que esplico,

digo que hasta con pichicos

era capaz de jugar.

 

Es un vicio de mal fin,

el de jugar, no lo niego;

todo el que vive del juego

anda a la pesca de un bobo,

y es sabido que es un robo

ponerse a jugarle a un ciego.

 

 

Y esto digo claramente

porque he dejao de jugar;

y les puedo asigurar,

como que fui del oficio:

más cuesta aprender un vicio

que aprender a trabajar.

La vuelta del Martín Fierro, Canto XXI

PICARDIA

 

Voy a contarles mi historia

perdónenmé tanta charla,

y les diré al principiarla

aunque es triste hacerlo así,

a mi madre la perdí

antes de saber llorarla.

 

Me quedé en el desamparo,

y al hombre que me dió el ser

no Io pude conocer;

ansí, pues, dende chiquito

volé como un pajarito

en busca de qué comer.

 

O por causa del servicio,

que a tanta gente destierra,

o por causa de la guerra,

que es causa bastante seria,

los hijos de la miseria

son muchos en esta tterra.

 

Ansí, por ella empujado,

no sé las cosas que haría,

y, aunque con vergüenza mía,

debo hacer esta alvertencia:

siendo mi madre lnocencia,

me llamaban Picardía.

 

Me llevó a su lado un homhre

para cuidar las ovejas,

pero todo el día eran quejas

y guazcazos a lo loco,

y no me daba tampoco

siquiera unas jergas viejas.

Dende la alba hasta la noche,

en el campo me tenía;

cordero que se moría,

mil veces me sucedió,

los caranchos lo comían

pero lo pagaba yo.

 

De trato tan riguroso

muy pronto me acobardé;

el bonete me apreté

buscando mejores fines,

y con unos bolantines

me fuí para Santa Fe.

 

El pruebista principal

a enseñarme me tomó,

y ya iba aprendiendo yo

a bailar en la maroma;

mas me hicieron una broma

y aquéllo me indijustó.

 

Una vez que iba bailando,

porque estaba el calzón roto,

armaron tanto alboroto

que me hicieron perder pie:

de la cuerda me largué

y casi me descogoto.

 

Ansí me encontré de nuevo

sin saber dónde meterme;

y ya pensaba volverme,

cuando, por fortuna mía,

me salieron unas tías

que quisieron recogerme.

 

Con aquella parentela,

para mí desconocida,

me acomodé ya en seguida;

y eran muy buenas señoras,

pero las más rezadoras

que he visto en toda mi vida.

 

Con el toque de oración

ya principiaba el rosario;

noche a noche un calendario

tenían ellas que decir,

y a rezar solían venir

muchas de aquel vecindario.

 

Lo que allí me aconteció

siempre lo he de recordar,

pues me empiezo a equivocar

y a cada paso refalo,

como si me entrara el malo

cuanto me hincaba a resar.

 

 

Era como tentación

lo que yo esperimenté;

y jamás olvidaré

cuánto tuve que sufrir,

porque no podía decir

"Artículos de la Fe."

 

Tenía al lao una mulata

que era nativa de allí;

se hincaba cerca de mí

como el ángel de la guarda

¡pícara! y era la parda

la que me tentaba ansí.

 

"Resá, me dijo mi tía,

"Artículos de la Fe."

Quise hablar y me atoré

la dificultá me aflije;

miré a la parda, y ya dije

"Artículos de Santa Fe."

 

Me acomodó el coscorrón

que estaba viendo venir;

yo me quise corregir,

a la mulata miré,

y otra vez volví a decir

"Artículos de Santa Fe."

 

Sin dificultá ninguna

rezaba todito el día,

y a la noche no podía

ni con un trabajo inmenso;

es por eso que yo pienso

que alguno me tentaría.

 

Una noche de tormenta,

vi a la parda y me entró chucho;

los ojos, me asusté mucho,

eran como refocilo:

al nombrar a San Camilo,

le dije San Camilucho.

 

Esta me da con el pie,

aquella otra con el codo;

¡ah viejas! por ese modo,

aunque de corazón tierno,

yo las mandaba al infierno

con oraciones y todo.

 

Otra vez, que como siempre

la parda me perseguía,

cuando yo acordé, mis tías

me habían sacao un mechón

al pedir la estirpación

de todas las heregías.

 

 

Aquella parda maldita

me tenía medio afligido,

y ansí me había sucedido

que ai decir estirpación

le acomodé entripación

y me cayeron sin ruido.

 

El recuerdo y el dolor

me duraron muchos días;

soñé con las heregías

que andaban por estirpar,

y pedía siempre al resar

la estirpación de mis tías.

 

Y dale siempre rosarios,

noche a noche y sin cesar;

dale siempre barajar

salves, trisagios y credos:

me aburrí de esos enriedos

y al fin me mandé mudar.

La vuelta del Martín Fierro, Canto XX

Martín Fierro y sus dos hijos,

entre tanta concurrencia

siguieron con alegría

celebrando aquella fiesta.

Diez años, los mas terribles

había durado la ausencia

y al hallarse nuevamente

era su alegría completa.

En ese mesmo momento

uno que vino de afuera,

a tomar parte con ellos

suplicó que lo almitieran.

Era un mozo forastero

de muy regular presencia

y hacía poco que en el pago

andaba dando sus güeltas;

aseguraban algunos

que venía de la frontera

que había pelao a un pulpero

en las últimas carreras,

pero andaba despilchao,

no traia una prenda buena;

un recadito cantor

daba fe de sus pobrezas.

Le pidió la bendición

al que causaba la fiesta,

y sin decirles su nombre

les declaro con franqueza

que el nombre de Picardía

es et único que lleva,

y para contar su historia

a todos pide licencia,

diciéndolés que en seguida

iban a saber quién era:

tomó al punto la guitarra,

la gente se puso atenta,

y ansí cantó Picardía

en cuanto templó las cuerdas.

La vuelta del Martín Fierro, Canto XIX

Anduve a mi voluntá

como moro sin señor;

ese fue el tiempo mejor

que yo he pasado tal vez:

de miedo de otro tutor

ni aporté por lo del juez.

 

"Yo cuidaré, me había dicho,

"de lo de tu propiedá;

"todo se conservará,

"eI vacuno y los rebaños

"hasta que cumplás treinta años

"en que seás mayor de edá."

 

Y aguardando que llegase

el tiempo que la Iey fija,

pobre como largartija,

y sin respetar a naides,

anduve cruzando al aire

como bola sin manija.

 

Me hice hombre de esa manera

bajo el más duro rigor;

sufriendo tanto dolor

muchas cosas aprendí;

y, por fin, vítima fui

del más desdichado amor.

 

 

De tantas alternativas

ésta es la parte peluda;

infeliz y sin ayuda

fue estremado mi delirio,

y causaban mi martirio

los desdenes de una viuda.

 

Llora el hombre ingratitudes

sin tener un jundamento,

acusa sin miramiento

a la que el mal le ocasiona,

y tal vez en su persona

no hay ningún merecimiento.

 

Cuando yo mas padecía

la crueldá de mi destino

rogando al poder divino

que del dolor me separe,

me hablaron de un adivino

que curaba esos pesares.

 

Tuve recelos y miedos

pero al fin me disolví:

hice coraje y me fui

donde el adivino estaba,

y por ver si me curaba

cuanto llevaba le di.

 

Me puse al contar mis penas

más colorao que un tomate,

y se me añudó el gaznate

cuando dijo el ermitaño:

"Hermano, le han hecho daño

"y se lo han hecho en un mate."

 

"Por verse libre de usté

"lo habrán querido embrujar."

Después me empezó a pasar

una pluma de avestruz

y me dijo: "De la Cruz

"recebí el don de curar."

 

"Debés maldecir, me dijo,

"a todos tus conocidos,

"ansina el que te ha ofendido

"pronto estará descubierto,

"y deben ser maldecidos

"tanto vivos como muertos."

 

Y me recetó que hincao

en un trapo de la viuda

frente a una planta de ruda

hiciera mis oraciones,

diciendo: "No tengás duda,

"eso cura las pasiones."

 

 

A la viuda en cuanto pude

un trapo le manotié;

busqué la ruda y al pie,

puesto en cruz, hice mi reso;

pero, amigos, ni por eso

de mis males me curé.

 

Me recetó otra ocasión

que comiera abrojo chico:

el remedio no me esplico,

mas, por desechar el mal,

al ñudo en un abrojal

fi a ensangrentarme el hocico.

 

Y con tanta medecina

me pareció que sanaba

por momentos se aliviaba

un poco mi padecer,

mas si a la viuda encontraba

volvía la pasión a arder.

 

Otra vez que consulté

su saber estrodinario,

recibió bien su salario,

y me recetó aquel pillo

que me colgase tres grillos

ensartaos como rosario.

 

Por fin, la última ocasión

que por mi mal lo fi a ver,

me dijo: "No, mi saber

"no ha perdido su virtú:

"yo te daré la salú,

"no triunfará esa mujer."

 

"Y tené fe en el remedio,

"pues la cencia no es chacota;

"de esto no entedés ni jota;

"sin que ninguno sospeche

"cortale a un negro tres motas

"y hacelas hervir en leche."

 

Yo andaba ya desconfiando

de la curación maldita,

y dije: "Este no me quita

"la pasión que me domina;

"pues que viva la gallina

"aunque sea con la pepita."

 

Ansí me dejaba andar,

hasta que en una ocasión,

el cura me echó un sermón,

para curarme, sin duda,

diciendo que aquella viuda

era hija de confisión.

 

 

Y me dijo estas palabras

que nunca las he olvidao:

"Has de saber que el finao

"ordenó en su testamento

"que naides de casamiento

"le hablara, en lo sucesivo,

"y ella prestó el juramento

"mientras él estaba vivo."

 

"Y es preciso que lo cumpla,

"porque ansí lo manda Dios.

"os necesario que vos

"no la vuelvas a buscar,

"porque si llega a faltar

"se condenarán los dos."

 

Con semejante alvertencia

se completó mi redota;

le vi los pies a la sota,

y me le alejé a la viuda

más curao que con la ruda,

con los grillos y las motas.

 

Después me contó un amigo

que al juez había dicho el cura;

"Que yo era un cabeza dura

"y que era un mozo perdito,

"que me echaran del partido,

"que no tenía compostura."

 

Tal vez por ese consejo,

y sin que más causa hubiera,

ni que otro motivo diera,

me agarraron redepente

y en el primer contingente

me echaron a la frontera

 

De andar persiguiendo viudas

me he curado del deseo;

en mil penurias me veo,

mas pienso volver, tal vez,

a ver si sabe aquel juez

lo que se ha hecho mi rodeo.

La vuelta del Martín Fierro, Canto XVIII

Se largaron como he dicho

a disponer el entierro;

cuando me acuerdo, me aterro:

me puse a llorar a gritos

al verme allí tan solito

con el finao y los perros.

 

 

Me saqué el escapulario,

se lo colgué al pecador;

y como hay en el Señor

misericordia infinita,

rogué por la alma bendita

del que antes jue mi tutor.

 

No se calmaba mi duelo

de verme tan solitario,

áhi le champurrié un rosario

como si juera mi padre,

besando el escapulario

que me había puesto mi madre.

 

Madre mía, gritaba yo,

dónde andarás padeciendo;

el llanto que estoy virtiendo

lo redamarías por mí,

si vieras a tu hijo aquí

todo lo que está sufriendo.

 

Y mientras ansí clamaba

sin poderme consolar,

los perros, para aumentar

más mi miedo y mi tormento,

en aquel mesmo momento

se pusieron a llorar.

 

Libre Dios a los presentes

de que sufran otro tanto;

con el muerto y esos llantos

les juro que falta poco

para que me vuelva loco

en medio de tanto espanto.

 

Decían entonces las viejas,

como que eran sabedoras,

que los perros cuando lloran

es porque ven al demonio;

yo creía en el testimonio:

como cré siempre el que inora.

 

Ahi dejé que los ratones

comieran el guasquerío;

y como anda a su albedrío

todo el que güérfano queda,

alzando lo que era mío

abandoné aquella cueva.

 

Supe después que esa tarde

vino un pión y lo enterró,

ninguno lo acompañó

ni lo velaron siquiera;

y al otro día amaneció

con una mano dejuera.

 

 

Y me ha contado además

el gaucho que hizo el entierro

(al recordarlo me aterro,

me da pavor este asunto)

que la mano del dijunto

se la había comido un perro.

 

Tal vez yo tuve la culpa

porque de asustao me fui;

supe después que volví,

y asigurárseló puedo.

que los vecinos, de miedo,

no pasaban por allí.

 

Hizo del rancho guarida

la sabandija más sucia,

el cuerpo se despeluza

y hasta la razón se altera:

pasaba la noche entera

chillando allí una lechuza.

 

Por mucho tiempo no pude

saber lo que me pasaba;

los trapitos con que andaba

eran puras hojarascas;

todas las noches soñaba

con viejos, perros y guascas.

La vuelta del Martín Fierro, Canto XVII

Le cobré un miedo terrible

después que lo vi dijunto;

llamé al alcalde, y al punto,

acompañado se vino

de tres o cuatro vecinos

a arreglar aquel asunto.

 

"Anima bendita", dijo

un viejo medio ladiao;

"que Dios lo haiga perdonao,

"es todo cuanto deseo

"le conocí un pastoreo

"de terneritos rabaos.

 

 

"Ansina es, dijo el alcalde,

con eso empezó a poblar;

yo nunca podré olvidar

las travesuras que hizo;

hasta que al fin fue preciso

que le privasen carniar.

 

"De mozo fue muy jinete,

no lo bajba un bagual;

pa ensillar un animnal

sin necesitar de otro,

se encerraba en el corral

y allí galopiaba el potro.

 

"Se llevaba mal con todos;

era su costumbre vieja

el mesturar las ovejas,

pues al haccr el aparte

sacaba la mejor parte

y después venía con quejas."

 

"Dios lo ampare al pobresito,

dijo en seguida un tercero,

siempre robaba carneros,

en eso tenía destreza:

enterraba las cabezas,

y después vendía los cueros."

 

"Y qué costumbre tenía;

cuando en el jogón estaba,

con el mate se agarraba

estando los piones juntos,

yo tayo, decía, y apunto,

y a ninguno convidaba."

 

"Si ensartaba algún asao,

¡pobre! ¡como si lo viese!

poco antes de que estuviese

primero lo maldecía,

luego después lo escupía

para que naides comiese."

 

"Quien le quitó esa costumbre

de escupir al asador

fue un mulato resertor

que andaba de amigo suyo,

un diablo, muy peliador,

que le llamaban Barullo."

 

"Una noche que les hizo

como estaba acostumbrao

se alzó el mulato enojao,

y le gritó: "Viejo indino,

"yo te he enseñar, cochino,

"a echar saliva al asao."

 

 

"Lo saltó por sobre el juego

con el cuchillo en la mano;

¡la pucha el pardo livianol

en la mesma atropellada

le largó una puñalada

que la quitó otro paisano."

 

"Y ya caliente Barullo,

quiso seguir la chacota:

se le había erizao la mota

lo que empezó la reyerta:

el viejo ganó la puerta

y apeló a las de gaviota".

 

"De esa costumbre maldita

dende entonces se curó;

a las casas no volvió,

se metió en un cicutal,

y allí escondido pasó

esa noche sin cenar."

 

Esto hablaban los presentes;

y yo que estaba a su lao,

al óir lo que he relatao,

aunque él era un perdulario,

dije entre mí: "¡Qué rosario

le están resando al finao!"

 

Luego comenzó el alcalde

a registrar cuanto había,

sacando mil chucherías

y guascas y trapos viejos,

temeridá de trebejos

que para nada servían.

 

Salieron lazos, cabrestos,

coyundas y maniadores,

una punta de arriadores,

cinchones, maneas, torzales

una porción de bozales

y un montón de tiradores.

 

Había riendas de domar,

frenos y estribos quebraos;

bolas, espuelas, recaos,

unas pavas, unas ollas,

y un gran manojo de argollas

de cinchas que había cortao.

 

Salieron varios cencerros,

alesnas, lonjas, cuchillos,

unos cuantos cojinillos,

un alto de jergas viejas,

muchas botas desparejas

y una infinidad de anillos.

 

 

Había tarros de sardinas,

unos cueros de venao,

unos ponchos aujeriaos,

y en tan tremendo entrevero

apareció hasta un tintero

que se perdió en el juzgao.

 

Decía el alcalde muy serio:

"Es poco cuanto se diga;

"había sido como hormiga,

"he de darle parte al juez,

"y que me venga después

"conque no se los persiga."

 

Yo estaba medio azorao

de ver lo que sucedía;

entre ellos mesmos decían

que unas prendas eran suyas,

pero a mí me parecía

que esas eran aleluyas.

 

Y cuando ya no tuvieron

rincón donde registrar

cansaos de tanto huroniar

y de trabajar de balde,

"vámonos, dijo el alcalde

"luego lo haré sepultar."

 

Y aunque mi padre no era

el dueño de ese hormiguero

él allí muy cariñero,

me dijo con muy buen modo

"Vos serás el heredero

"y te harás cargo de todo."

 

"Se ha de arreglar este asunto

"como es preciso que sea

"voy a nombrar albacea

"uno de los circustantes,

"las cosas no son, como antes

"tan enredadas y feas."

 

¡Bendito Dios! pensé yo:

ando como un pordiosero

y me nuembran heredero

de toditas estas guascas:

¡quisiera saber primero

lo que se han hecho mis vacas!

La vuelta del Martín Fierro, Canto XVI

Cuando el viejo cayó enfermo,

viendo yo que se empioraba,

y que esperanza no daba

de mejorarse siquiera,

le truje una culandrera

a ver si lo mejoraba.

 

En cuanto lo vio me dijo:

"este no aguanta el sogazo;

"muy poco le doy de plazo;

"nos va a dar un espetáculo

"porque debajo del brazo

"le ha salido un tabernáculo."

 

Dice el refrán que en la tropa

nunca falta un güey corneta;

uno que estaba en la puerta

le pegó el grito áhi no más:

"Tabernáculo... qué bruto;

"un tubérculo, dirás."

 

Al verse ansí interrumpido

al punto dijo el cantor:

"No me parece ocasión

"de meterse los de ajuera

"tabernáculo, señor

"le decía la culandrera."

 

El de ajuera repitió

dándole otro chaguarazo;

"Allá va un nuevo bolazo,

"copo y se lo gano en puerta:

"a las mujeres que curan

se las llama curanderas".

 

No es bueno, dijo el cantor,

muchas manos en un plato,

y diré al que ese barato

ha tomao de entremetido,

que no créia haber venido

a hablar entre literatos.

 

Y para seguir contando

la historia de mi tutor

le pediré a ese dotor

que en mi inorancia me deje,

pues siempre encuentra el que teje

otro mejor tejedor.

 

 

Seguía enfermo como digo,

cada vez más emperrao;

yo estaba ya acobardao

y lo espiaba dende lejos:

era la boca del viejo

la boca de un condenao.

 

Allá pasamos los dos

noches terribles de invierno

él maldecía al Padre Eterno

como a los santos benditos,

pidiendolé al diablo a gritos

que lo llevara al infierno.

 

Debe ser grande la culpa

que a tal punto mortifica;

cuando vía una reliquia

se ponía como azogado,

como si a un endemoniado

le echaran agua bendita.

 

Nnnca me le puse a tiro,

pues era de mala entraña,

y viendo herejía tamaña,

sl alguna cosa le daba

de lejos se la alcanzaba

en la punta de una caña.

 

Será mejor, decía yo

que abandonado lo deje,

que blasfeme y que se queje

y que siga de esta suerte,

hasta que venga la muete

y cargue con este hereje.

 

Cuando ya no pudo hablar

le até en la mano un cencerro,

y al ver cercano su entierro,

arañando las paredes

espiró allí, entre los perros

y este servidor de ustedes.

 

 

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