sábado, 23 de octubre de 2010

La vuelta del Martín Fierro, Canto XI

Y mientras que tomo un trago

pa refrescar el garguero,

y mientras tiempla el muchacho

y prepara su estrumento,

les contaré de qué modo

tuvo lugar el encuentro.

Me acerqué a algunas estancias

por saber algo de cierto,

creyendo que en tantos años

esto se hubiera compuesto;

pero cuanto saqué en limpio

fue, que estábamos lo mesmo.

Ansí me dejaba andar

haciéndomé el chancho rengo,

porque no me convenía

revolver el avispero;

pues no inorarán ustedes

que en cuentas con el gobierno

tarde o temprano lo llaman

al pobre a hacer el arreglo.

Pero al fin tuve la suerte

de hallar un amigo viejo

que de todo me informó,

y por él supe al momento

que el juez que me perseguía

hacía tiempo que era muerto:

por culpa suya he pasado

diez años de sufrimiento,

y no son pocos diez años

para quien ya llega a viejo.

Y los he pasado ansí,

si en mi cuenta no me yerro:

tres años en la frontera

dos como gaucho matrero,

y cinco allá entre los indios

hacen los diez que yo cuento.

Me dijo, a más, ese amigo

que anduviera sin recelo,

que todo estaba tranquilo,

que no perseguIa el Gobierno,

que ya naides se acordaba

de la muerte de moreno,

aunque si yo lo maté

mucha culpa tuvo el negro.

Estuve un poco imprudente,

puede ser, yo lo confieso,

pero él me precipitó

porque me cortó primero;

y a más me cortó en la cara

que es un asunto muy serio.

Me asiguró el mesmo amigo

que ya no había ni el recuerdo

de aquel que en la pulpería

Io dejé mostrando el sebo.

El, de engreído me buscó,

yo ninguna culpa tengo;

él mesmo vino a peliarme,

y tal vez me hubiera muerto

si le tengo más confianza

o soy un poco más lerdo;

fue suya toda la culpa,

porque ocasionó el suceso.

Que ya no hablaban tampoco,

me lo dijo muy de cierto,

de cuando con la partida

llegué a tener el encuentro.

Esa vez me defendí

como estaba en mi derecho,

porque fueron a prenderme

de noche y en campo abierto.

Se me acercaron con armas,

y sin darme voz de preso,

me amenazaron a gritos,

de un modo que daba miedo,

que iban a arreglar mis cuentas,

tratándomé de matrero,

y no era el jefe el que hablaba,

sinó un cualquiera de entre ellos.

Y ese, me parece a mí,

no es modo de hacer arreglos,

ni con el que es inocente,

ni con el culpable menos.

Con semejantes noticias

yo me puse muy contento

y me presenté ande quiera

como otros pueden hacerlo.

De mis hijos he encontrado

sólo a dos hasta el momento;

y de ese encuentro feliz

le doy las gracias al cielo.

A todos cuantos hablaba

les preguntaba por ellos,

mas no me daba ninguno

razón de su paradero.

Casualmente el otro día

llegó a mi conocimiento,

de una carrera muy grande

entre varios estancieros

y fui eomo uno de tantos,

aunque no llevaba un medio.

No faltaba, ya se entiende,

en aquel gauchaje inmenso

muchos que ya conocían

la historia de Martín Fierro;

y allí estaban los muchachos

cuidando unos parejeros.

Cuando me oyeron nombrar

se vinieron al momento,

diciéndome quienes eran,

aunque no me conocieron,

porque venía muy aindiao

y me encontraban muy viejo.

La junción de los abrazos,

de los llantos y los besos

se deja pa las mujeres,

como que entienden el juego;

pero el hombre que compriende

que todos hacen lo mesmo

en público canta y baila

abraza y llora en secreto.

Lo único que me han contado

es que mi mujer ha muerto

que en procuras de un muchacho

se fue la infeliz al pueblo

donde infinitas miserias

habrá sufrido por cierto;

que, por fin, a un hospital

fue a parar medio muriendo

y en ese abismo de males

falleció al muy poco tiempo.

Les juro que de esa pérdida

jamás he de hallar consuelo;

muchas lágrimas me cuesta

dende que supe el suceso;

mas dejemos cosas tristes,

aunque alegrías no tengo;

me parece que el muchacho

ha templao y está dispuesto,

vamos a ver qué tal lo hace,

y juzgar su desempeño.

Ustedes no los conocen,

yo tengo confianza en ellos,

no porque lleven mi sangre,

(eso fuera lo de menos)

sino porque dende chicos

han vivido padeciendo;

los dos son aficionados,

les gusta jugar con fuego,

vamos a verlos correr:

son cojos... hijos de rengo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo http://elranchodefierro.magix.net/public/index.html

Online Advertising data recovery