Dende ese punto era juerza
abandonar el desierto,
pues me hubieran descubierto,
y, aunque lo maté en pelea,
de fijo que me lancean
por vengar al indio muerto.
A la afligida cautiva
mi caballo le ofrecí:
era un pingo que alquirí,
y donde quiera que estaba
en cuanto yo lo silbaba
venía a refregarse a mí.
Yo me le senté al del pampa;
era un escuro tapao;
cuando me hallo bien montao
de mis casillas me salgo;
y era un pingo como galgo,
que sabía correr boliao.
Para correr en el campo
no hallaba ningún tropiezo:
los ejercitan en eso
y los ponen como luz
de dentrarle a un avestruz
y boliar bajo el pescuezo.
El pampa educa al caballo
como para un entrevero;
como rayo es de ligero
en cuanto el indio lo toca;
y, como trompo, en la boca
da gültas sobre de un cuero.
Lo varea en la madrugada;
jamás falta a este deber;
luego lo enseña a correr
entre fangos y guadales;
ansina esos animales
es cuanto se puede ver.
En el caballo de un pampa
no hay peligro de rodar,
¡jue pucha! y pa disparar
es pingo que no se cansa;
con prolijidá lo amansa
sin dejarlo corcobiar.
Pa quitarle las cosquillas
con cuidao lo manosea;
horas enteras emplea,
y, por fin, sólo lo deja,
cuando agacha las orejas
y ya el potro ni cocea.
Jamás le sacude un golpe
porque lo trata al bagual
con pacencia sin igual;
al domarlo no le pega,
hasta que al fin se le entrega
ya dócil el animal.
Y aunque yo sobre los bastos
me sé sacudir el polvo,
a esa costumbre me amoldo;
con pacencia lo manejan
y al día siguiente lo dejan
rienda arriba junto al toldo.
Ansí todo el que procure
tener un pingo modelo,
lo ha de cuidar con desvelo,
y debe impedir también
el que de golpes le den
o tironén en el suelo.
Muchos quieren dominarlo
con el rigor y el azote,
y si ven al chafalote
que tiene trazas de malo,
lo embraman en algún palo
hasta que se descogote.
Todos se vuelven pretestos
y güeltas para ensillarlo:
dicen que es por quebrantarlo,
mas compriende cualquier bobo
que es de miedo del corcobo
y no quieren confesarlo.
El animal yeguarizo
(perdónenmé esta alvertencia)
es de mucha conocencia
y tiene mucho sentido;
es animal consentido:
lo cautiva la pacencia.
Aventaja a los demás
el que estas cosas entienda;
es bueno que el hombre aprienda,
pues hay pocos domadores
y muchos frangoyadores
que anda de bozal y rienda.
Me vine, como les digo,
trayendo esa compañera;
marchamos la noche entera,
haciendo nuestro camino
sin más rumbo que el destino,
que nos llevara ande quiera.
Al muerto, en un pajonal
había tratao de enterrarlo.
y, después de maniobrarlo,
lo tapé bien con las pajas,
para llevar de ventaja
lo que emplean en hallarlo.
En notando nuestra ausencia
nos habían de perseguir.
y, al decidirme a venir,
con todo mi corazón
hlce la resoluclón
de peliar hasta morir.
Es un peligro muy serio
cruzar juyendo el desierto:
muchísimos de hambre han muerto,
pues en tal desasosiego
no se puede ni hacer fuego
para no ser descubierto.
Sólo el albitrio del hombre
puede ayudarlo a salvar;
no hay auxilio que esperar,
sólo de Dios hay amparo:
en el desierto es muy raro
que uno se pueda escapar.
¡Todo es cielo y horizonte
en inmenso campo verde!
¡Pobre de aquél que se pierde
o que su rumbo estravea!
Si alguien cruzarlo desea
este consejo recuerde.
Marque su rumbo de día
con toda fidelidá;
marche con puntualidá
siguiéndoló con fijeza,
y, si duerme, la cabeza
ponga para el lao que va.
Oserve con todo esmero
adonde el sol aparece;
si hay neblina y le entorpece
y no lo puede oservar,
guárdese de caminar,
pues quien se pierde perece.
Dios les dió istintos sutiles
a toditos los mortales;
el hombre es uno de tales,
y en las llanuras aquéllas
lo guían el sol, las estrellas,
el viento y los animales.
Para ocultarnos de día
a la vista del salvaje
ganábamos un paraje
en que algún abrigo hubiera,
a esperar que anocheciera
para seguir nuestro viaje.
Penurias de toda clase
y miserias padecimos;
varias veces no comimos
o comimos carne cruda;
y en otras, no tengan duda,
con réices nos mantuvimos.
Después de mucho sufrir
tan peligrosa inquietú,
alcanzamos con salú
a divisar una sierra,
y al fin pisamos la tierra
en donde crece el ombú.
Nueva pena sintió el pecho
por Cruz, en aquel paraje,
y en humilde vasallaje,
a la majestá infinita,
besé esta tierra bendita
que ya no pisa el salvaje.
Al fln la misericordia
de Dios nos quiso amparar;
es preciso soportar
los trabajos con costancia:
alcanzamos a una estancia
después de tanto penar.
Ahi mesmo me despedí
de mi infeliz compañera.
"Me voy -le dije- ande quiera,
aunque me agarre el gobierno,
pues infierno por infierno,
prefiero el de la frontera".
Concluyo esta relación,
ya no puedo continuar.
permítanmé descansar:
están mis hijos presentes.
Y yo ansiosos porque cuenten
lo que tengan que contar.
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