sábado, 23 de octubre de 2010

La vuelta del Martín Fierro, Canto XII

EL HIJO MAYOR DE MARTIN FIERRO

 

LA PENITENCIARIA

 

Aunque el gajo se parece

al árbol de donde sale,

solía decirlo mi madre

y en su razón estoy fijo:

"Jamás puede hablar el hijo

"con la autoridá del padre".

 

Recordarán que quedamos

sin tener dónde abrigarnos;

ni ramada ande ganarnos,

ni rincón ande meternos,

ni camisa que ponernos,

ni poncho con qué taparnos.

 

Dichoso aquel que no sabe

lo que es vivir sin amparo;

yo con verdá les declaro,

aunque es por demás sabido:

dende chiquito he vivido

en el mayor desamparo.

 

No le merman el rigor

los mesmos que lo socorren;

tal vez porque no se borren,

los decretos del destino,

de todas partes lo corren

como ternero dañino.

 

Y vive como los bichos

buscando alguna rendija;

el güérfano es sabandija

que no encuentra compasión,

y el que anda sin direción

es guitarra sin clavija.

 

Sentiré que cuanto digo

a algún oyente le cuadre;

ni cara tenía, ni madre,

ni parentela, ni hermanos;

y todos limpian sus manos

en el que vive sin padre.

 

Lo cruza éste de un lazazo,

lo abomba aquél de un moquete,

otro le busca el cachete,

y entre tanto soportar,

suele a veces no encontrar

ni quien le arroje un soquete.

 

 

Si lo recogen lo tratan

con la mayor rigidez;

piensan que es mucho tal vez,

cuando ya muestra el pellejo,

si le dan un trapo viejo

pa cubrir su desnudez.

 

Me crié, pues, como les digo,

desnudo a veces y hambriento;

me ganaba mi sustento

y ansí los años pasaban;

al ser hombre me esperaban

otra clase de tormentos.

 

Pido a todos que no olviden

lo que les voy a decir;

en la escuela del sufrir

he tomado mis leciones;

y hecho muchas reflesiones

dende que empecé a vivir.

 

Si alguna falta cometo

la motiva mi inorancia;

no vengo con arrogancia

y les diré en conclusión

que trabajando de pión

me encontraba en una estancia.

 

El que manda siempre puede

hacerle al pobre un calvario;

a un vecino propietario

un boyero le mataron,

y aunque a mí me lo achacaron

salió cierto en el sumario.

 

Piensen los hombres honrados

en la vergüenza y la pena

de que tendría la alma llena

al verme ya tan temprano

igual a los que sus manos

con el crimen envenenan.

 

Declararon otros dos

sobre el caso del dijunto;

mas no se aclaró el asunto,

y el juez, por darlas de listo,

"amarrados como un Cristo

nos dijo, irán todos juntos".

 

"A la justicia ordinaria

voy a mandar a los tres."

Tenía razón aquel juez,

y cuantos ansí amenacen:

ordinaria... es como la hacen,

lo he conocido después.

 

 

Nos remitió, como digo,

a esa justicia ordinaria,

y fuimos con la sumaria

a esa cárcel de malevos

que por un bautismo nuevo

le llaman Penitenciaria.

 

El porqué tiene ese nombre

naides me lo dijo a mí,

mas yo me lo esplico ansí:

le dirán Penitenciaria

por la penitencia diaria

que se sufre estando allí.

 

Criollo que cai en desgracia

tiene que sufrir no poco;

naides lo ampara tampoco

si no cuenta con recursos;

el gringo es de más discurso:

cuando mata se hace el loco.

 

No sé el tiempo que corrió

en aquella sepoltura;

si de ajuera no lo apuran,

el asunto va con pausa;

tienen la presa sigura

y dejan dormir la causa.

 

Inora el preso a qué lado

se inclinará la balanza;

pero es tanta la tardanza

que yo les digo por mi:

el hombre que dentre allí

deje afuera la esperanza.

 

Sin perfecionar las leyes

perfecionan el rigor;

sospecho que el inventor

habrá sido algún maldito:

por grande que sea un delito

aquella pena es mayor.

 

Eso es para quebrantar

el corazón más altivo.

Los llaveros son pasivos,

pero más secos y duros

tal vez que los mesmos muros

en que uno gime cautivo.

 

No es en grillos ni en cadenas

en lo que usté penará

sinó en una soledá

y un silencio tan projundo

que parece que en el mundo

es el único que está.

 

 

El más altivo varón

y de cormillo gastao,

allí se vería agobiao

y su corazón marchito,

al encontrarse encerrao

a solas con su delito.

 

En esa cárcel no hay toros,

allí todos son corderos;

no puede el más altanero,

al verse entre aquellas rejas,

sinó amujar las orejas

y sufrir callao su encierro.

 

Y digo a cuantos inoran

el rigor de aquellas penas,

yo que sufrí las cadenas

del destino y su inclemencia:

que aprovechen la esperencia

del mal en cabeza agena.

 

¡Ay madres, las que dirigen

al hijo de sus entrañas!

No piensen que las engaña,

ni que les habla un falsario;

lo que es el ser presidario

no lo sabe la campaña.

 

Hijas, esposas, hermanas,

cuantas quieren a un varón,

diganlés que esa prisión

es un infierno temido,

donde no se oye más ruido

que el latir del corazón.

 

Allá el día no tiene sol,

la noche no tiene estrellas;

sin que le valgan querellas

encerrao lo purifican;

y sus lágrimas salpican

en las paredes aquellas.

 

En soledá tan terrible

de su pecho oye el latido:

lo sé, porque lo he sufrido

y créameló el aulitorio:

tal vez en el purgatorio

las almas hagan más ruido.

 

Cuenta esas horas eternas

para más atormentarse;

su lágrima al redamarse

calcula en sus afliciones,

contando sus pulsaciones.

lo que dilata en secarse.

 

 

Allí se amansa el más bravo;

allí se duebla el más juerte:

el silencio es de tal suerte

que, cuando llegue a venir,

hasta se le han de sentir

las pisadas a la muerte.

 

Adentro mesmo del hombre

se hace una revolución:

metido en esa prisión,

de tanto no mirar nada,

le nace y queda grabada

la idea de la perfeción.

 

En mi madre, en mis hermanos,

en todo pensaba yo;

al hombre que allí dentró

de memoria más ingrata,

fielmente se le retrata

todo cuanto ajuera vió.

 

Aquél que ha vivido libre

de cruzar por donde quiera

se aflige y se desespera

de encontrarse allí cautivo;

es un tormento muy vivo

que abate la alma más fiera.

 

En esa estrecha prisión

sin poderme conformar,

no cesaba de esclamar:

¡qué diera yo por tener

un caballo en que montar

y una pampa en que correr!

 

En un lamento costante

se encuentra siempre embretao;

el castigo han inventao

de encerrarlo en las tinieblas,

y allí está como amarrao

a un fierro que no se duebla.

 

No hay un pensamiento triste

que al preso no lo atormente;

bajo un dolor permanente

agacha al fin la cabeza,

porque siempre es la tristeza

hermana de un mal presente.

 

Vierten lágrimas sus ojos

pero su pena no alivia.

En esa costante lidia

sin un momento de calma,

contempla, con los del alma,

felicidades que envidia.

 

 

Ningún consuelo penetra

detrás de aquellas murallas;

el varón de más agallas,

aunque más duro que un perno,

metido en aquel infierno

sufre, gime, llora y calla.

 

Del furor el corazón

se le quiere reventar,

pero no hay sinó aguantar

aunque sosiego no alcance;

¡dichoso en tan duro trance

aquel que sabe rezar!

 

Dirige a Dios su plegaria

el que sabe una oración;

en esa tribulación

gime olvidado del mundo,

y el dolor es más projundo

cuando no halla compasión.

 

En tan crueles pesadumbres,

en tan duro padecer,

empezaba a encanecer

después de muy pocos meses;

allí lamenté mil veces

no haber aprendido a ler.

 

Viene primero el furor,

después la melancolía;

en mi angustia no tenía

otro alivio ni consuelo

sinó regar aquel suelo

con lágrimas noche y día.

 

A visitar otros presos

sus familias solían ir;

naides me visitó a mí

mientras estuve encerrado;

¡quién iba a costiarse allí

a ver un desamparado!

 

¡Bendito sea el carcelero

que tiene buen corazón!

Yo sé que esta bendición

pocos pueden alcanzarla,

pues si tienen compasión

su deber es ocultarla.

 

Jamás mi lengua podrá

espresar cuánto he sufrido;

en ese encierro metido;

llaves paredes, cerrojos

se graban tanto en los ojos

que uno los ve hasta dormido.

 

 

El mate no se permite,

no le permiten hablar,

no le permiten cantar

para aliviar su dolor,

y hasta el terrible rigor

de no dejarlo fumar.

 

La justicia muy severa

suele rayar en crueldá;

sufre el pobre que allí está

calenturas y delirios,

pues no esiste pior martirio

que esa eterna soledá.

 

Conversamos con las rejas

por sólo el gusto de hablar;

pero nos mandan callar

y es preciso conformarnos,

pues no se debe irritar

a quien puede castigarnos.

 

Sin poder decir palabra

sufre en silencio sus males,

y uno en condiciones tales,

se convierte en animal,

privao del don principal

que Dios hizo a los mortales.

 

Yo no alcanzo a comprender

por qué motivo será,

que el preso privado está

de los dones más preciosos

que el justo Dios bondadoso

otorgó a la humanidá.

 

Pues que de todos los bienes

(en mi inorancia lo infiero)

que le dio al hombre altanero

su Divina Majestá,

la palabra es el primero,

el segundo la amistá.

 

Y es muy severa la ley

que por un crimen o un vicio,

somete al hombre a un suplicio

el más tremendo y atroz

privado de un beneficio

que ha recebido de Dios.

 

La soledá causa espanto,

el silencio causa horror;

ese contínuo terror

es el tormento más duro,

y en un presidio siguro

está de más tal rigor

 

 

Inora uno si de allí

saldrá pa la sepoltura

el que se halla en desventura

busca a su lao otro ser

pues siempre es bueno tener

compañeros de amargura.

 

Otro más sabio podrá

encontrar razón mejor,

yo no soy rebuscador,

y ésta me sirve de luz:

se los dieron al Señor

al clavarlo en una cruz.

 

Y en las projundas tinieblas

en que mi razón esiste,

mi corazón se resiste

a ese tormento sin nombre,

pues el hombre alegra al hombre,

y el hablar consuela al triste.

 

Grábenló como en la piedra

cuanto he dicho en este canto;

y aunque yo he sufrido tanto

debo confesarlo aquí:

el hombre que manda allí,

es poco menos que un santo

 

Y son buenos los demás,

a su ejemplo se manejan;

pero por eso no dejan

Ias cosas de ser tremendas,

piensen todos y compriendan

el sentido de mis quejas

 

Y guarden en su memoria

con toda puntualidá,

lo que con tal claridá

les acabo de decir;

mucho tendrán que sufrir

si no cren en mi verdá.

 

Y si atienden mis palabras

no habrá calabozos llenos;

manéjensé como buenos;

no olviden esto jamás:

aquí no hay razón de más;

más bien las puse de menos.

 

Y con esto me despido;

todos han de perdonar;

ninguno debe olvidar

la historia de un desgraciado:

quien ha vivido encerrado

poco tiene que contar.

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