EL HIJO SEGUNDO DE MARTIN FIERRO
Lo que les voy a decir
ninguno lo ponga en duda,
y aunque la cosa es peluda,
haré la resolución;
es ladino el corazón
pero la lengua no ayuda.
El rigor de las desdichas
hemos soportao diez años,
pelegrinando entre estraños
sin tener donde vivir
y obligados a sufrir
una máquina de daños.
El que vive de este modo
de todos es tributario;
falta el cabeza primario,
y los hijos que él sustenta
se dispersan como cuentas
cuando se corta el rosario.
Yo anduve ansí como todos,
hasta que al fin de sus días
supo mi suerte una tía
y me recogió a su lado;
allí viví sosegado
y de nada carecía.
No tenía cuidado alguno
ni que trabajar tampoco;
y como muchacho loco
lo pasaba de holgazán;
con razón dice el refrán
que lo bueno dura poco.
En mí todo su cuidado
y su cariño ponía;
como a un hijo me quería
con cariño verdadero
y me nombró de heredero
de los bienes que tenía.
El juez vino sin tardanza
cuanto falleció la vieja.
"De los bienes que te deja,
me dijo, yo he de cuidar:
"es un rodeo regular
"y dos majadas de ovejas."
Era hombre de mucha labia,
con más leyes que un dotor.
Me dijo: "Vos sos menor
"y por los años que tienes,
"no podés manejar bienes,
"voy a nombrarte un tutor."
Tomó un recuento de todo
porque entendía su papel,
y después que aquel pastel
lo tuvo bien amasao,
puso al frente un encargao
y a mí me llevó con él.
Muy pronto estuvo mi poncho
lo mesmo que cernidor;
el chiripá estaba pior,
y aunque pa el frío soy guapo,
ya no me quedaba un trapo
ni pa el frío, ni pa el calor.
En tan triste desabrigo,
tras de un mes iba otro mes;
guardaba silencio el juez,
la miseria me invadía;
me acordaba de mi tía,
al verme en tal desnudés.
No sé decir con fijeza
el tiempo que pasé allí;
y después de andar ansí,
como moro sin señor,
pasé a poder del tutor
que debía cuidar de mí.
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