sábado, 23 de octubre de 2010

El gaucho Martín Fierro, Canto IV

Seguiré esta relación

aunque pa chorizo es largo:

el que pueda hágase cargo

cómo andaría de matrero,

después de salvar el cuero

de aquel trance tan amargo.

 

Del sueldo nada les cuento,

porque andaba disparando;

nosotros, de cuando en cuando,

solíamos ladrar de pobres:

nunca llegaban los cobres

que se estaban aguardando.

 

Y andábamos de mugrientos

que el mirarnos daba horror;

le juro que era un dolor

ver esos hombres, ¡por Cristo!

En mi perra vida he visto

una miseria mayor.

 

Yo no tenía ni camisa

ni cosa que se parezca;

mis trapos sólo pa yesca

me podían servir al fin...

No hay plaga como un fortín

para que el hombre padezca.

 

Poncho, jergas, el apero,

las prenditas, los botones,

todo, amigo, en los cantones

jue quedando poco a poco;

ya nos tenían medio loco

la pobreza y los ratones.

 

Sólo una manta peluda

era cuanto me quedaba;

la había agenciao a la taba

y ella me tapaba el bulto;

yaguané que allí ganaba

no salía... ni con indulto.

 

Y pa mejor hasta el moro

se me jue de entre las manos;

no soy lerdo... pero, hermano,

vino el comendante un día

diciendo que lo quería

"pa enseñarle a comer grano".

 

Afigúresé cualquiera

la suerte de este su amigo,

a pie y mostrando el umbligo,

estropiao, pobre y desnudo.

Ni por castigo se pudo

hacerse más mal conmigo.

 

Ansí pasaron los meses,

y vino el año siguiente,

y las cosas igualmente

siguieron del mesmo modo:

adrede parece todo

para aburrir a la gente.

 

No teníamos más permiso,

ni otro alivio la gauchada,

que salir de madrugada,

cuando no había indio ninguno,

campo ajuera, a hacer boliadas,

desocando los reyunos.

 

Y cáibamos al cantón

con los fletes aplastaos,

pero a veces medio aviaos

con plumas y algunos cueros

que áhi no más con el pulpero

los teníamos negociaos.

 

Era un amigo del jefe

que con un boliche estaba;

yerba y tabaco nos daba

por la pluma de avestruz,

y hasta le hacía ver la luz

al que un cuero le llevaba.

 

Sólo tenía cuatro frascos

y unas barricas vacías,

y a la gente le vendía

todo cuanto precisaba:

a veces creiba que estaba

allí la proveduría.

 

¡Ah pulpero habilidoso!

Nada le solía faltar

¡Aijuna! y para tragar

tenía un buche de ñandú.

La gente le dio en llamar

"el boliche de virtú".

 

Aunque es justo que quien vende

algún poquitito muerda,

tiraba tanto la cuerda

que con sus cuatro limetas

él cargaba las carretas

de plumas, cueros y cerda.

 

Nos tenía apuntaos a todos

con más cuentas que un rosario,

cuando se anunció un salario

que iban a dar, o un socorro,

pero sabe Dios qué zorro

se lo comió al comisario.

 

Pues nunca lo vi llegar

y, al cabo de muchos días,

en la mesma pulpería

dieron una buena cuenta,

que la gente muy contenta

de tan pobre recebia.

 

Sacaron unos sus prendas

que las tenían empeñadas,

por sus deudas atrasadas

dieron otros el dinero;

al fin de fiesta el pulpero

se quedó con la mascada.

 

Yo me arrecosté a un horcón

dando tiempo a que pagaran,

y poniendo güena cara

estuve haciéndome el poyo,

A esperar que me llamaran

para recebir mi boyo.

 

Pero áhi me pude quedar

pegao pa siempre al horcón;

ya era casi la oración

y ninguno me llamaba;

la cosa se me ñublaba

y me dentró comezón.

 

Pa sacarme el entripao

vi al mayor, y lo fí a hablar.

Yo me le empecé a atracar

y, como con poca gana,

le dije: "Tal vez mañana

acabarán de pagar."

 

"-Qué mañana ni otro día",

al punto me contestó,

"la paga ya se acabó,

siempre has de ser animal."

Me rái y le dije: "Yo...

no he recebido ni un rial".

 

Se le pusieron los ojos

que se le querían salir,

y áhi no más volvió a decir

comiéndomé con la vista:

"-¿Y qué querés recebir

si no has dentrao en la lista?"

 

"-Este sí que es amolar",

dije yo pa mis adentros,

"van dos años que me encuentro

y hasta áura he visto ni un grullo;

dentro en todos los barullos

pero en las listas no dentro".

 

Vide el plaito mal parao

y no quise aguardar más...

Es güeno vivir en paz

con quien nos ha de mandar,

y reculando pa trás

me le empecé a retirar.

 

Supo todo el comendante

y me llamó al otro día,

diciéndomé que quería

aviriguar bien las cosas

que no era el tiempo de Rosas,

que áura a naides se debía.

 

Llamó al cabo y al sargento

y empezó la indagación:

si había venido al cantón

en tal tiempo o en tal otro

Y si había venido en potro,

en reyuno o redomón.

 

Y todo era alborotar

al ñudo, y hacer papel:

conocí que era pastel

pa engordar con mi guayaca;

mas si voy al coronel

me hacen bramar en la estaca.

 

¡Ah hijos de una!... ¡La codicia

ojalá les ruempa el saco!

Ni un pedazo de tabaco

le dan al pobre soldao,

y lo tienen, de delgao,

más ligero que un guanaco.

 

Pero qué iba a hacerles yo,

charabón en el desierto;

más bien me daba por muerto

pa no verme más fundido

y me les hacía el dormido

aunque soy medio dispierto.

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