sábado, 23 de octubre de 2010

La vuelta del Martín Fierro, Canto XXVII

He servido en la frontera,
en un cuerpo de milicias,
no por razón de justicia,
como sirve cualesquiera.

La bolilla me tocó
de ir a pasar malos ratos
por la facultá del ñato,
que tanto me persiguió.

Y sufrí en aquel infierno
esa dura penitencia,
por una malaquerencia
de un oficial subalterno.

No repetiré las quejas
de lo que se sufre allá;
son cosas muy dichas ya
y hasta olvidadas de viejas.

Siempre el mesmo trabajar,
siempre el mesmo sacrificio,
es siempre el mesmo servicio,
y el mesmo nunca pagar.

Siempre cubiertos de harapos,
siempre desnudos y pobres;
nunca le pagan un cobre
ni le dan jamás un trapo.

Sin sueldo y sin uniforme
lo pasa uno aunque sucumba;
confórmesé con la tumba
y si no... no se conforme.

Pues si usté se ensoberbece
o no anda muy voluntario,
le aplican un novenario
de estacas... que lo enloquecen.

Andan como pordioseros,
sin que un peso los alumbre,
porque han tomao la costumbre
de deberle años enteros.

Siempre hablan de lo que cuesta,
que allá se gasta un platal;
pues yo no he visto ni un rial
en lo que duró la fiesta

Es servicio estrordinario
bajo el fusil y la vara
sin que sepamos qué cara
le ha dao Dios al comisario.

Pues si va a hacer la revista,
se vuelve como una bala,
es lo mesmo que luz mala
para perderse de vista.

Y de yapa cuando va,
todo parece estudiao:
va con meses atrasaos
de gente que ya no está.

Pues ni adrede que lo hagan
podrán hacerlo mejor:
cuando cai, cai con la paga
del contingente anterior.

Porque son como sentencia
para buscar al ausente,
y el pobrc que está presente
que perezca en la indigencia.

Hasta que tanto aguantar
el ligor con que lo tratan,
o se resierta o lo matan,
o lo largan sin pagar.

De ese modo es el pastel
porque el gaucho... ya es un hecho,
no tiene ningún derecho,
ni naides vuelve por él.

¡La gente vive marchita!
Si viera, cuando echan tropa,
les vuela a todos la ropa
que parecen banderitas.

De todos modos lo cargan
y al cabo de tanto andar,
cuando lo largan, lo largan
como pa echarse a la mar.

Si alguna prenda le han dao,
se la vuelven a quitar:
poncho, caballo, recao,
todo tiene que dejar.

Y esos pobres infelices,
al volver a su destino.
salen como unos Longinos
sin tener con que cubrirse.

A mí me daba congojas
el mirarlos de ese modo,
pues el más aviao de todos
es un perejil sin hojas.

Aura poco ha sucedido,
con un invierno tan crudo,
largarlos a pie y desnudos
pa volver a su partido.

Y tan duro es lo que pasa,
que en aquella situación
les niegan un mancarrón
para volver a su casa.

¡Lo tratan como a un infiel!
Completan su sacrificio
no dándolé ni un papel
que acredite su servicio.

Y tiene que regresar
más pobre de lo que jue,
por supuesto a la mercé
del que lo quiere agarrar.

Y no averigüe después
de los bienes que dejó:
de hambre, su mujer vendió
por dos lo que vale diez.

Y como están convenidos
a jugarle manganeta,
a reclamar no se meta
porque ese es tiempo perdido.

Y luego, si a alguna estancia
a pedir carne se arrima,
al punto le cain encima
con la ley de la vagancia.

Y ya es tiempo, pienso yo,
de no dar mas contingente;
si el Gobierno quiere gente,
que la pague y se acabó.

Y saco ansí en conclusión,
en medio de mi inorancia,
que aquí el nacer en estancia
es como una maldición.

Y digo, aunque no me cuadre,
decir lo que naides dijo:
la Provincia es una madre
que no defiende a sus hijos.

Mueren en alguna loma
en defensa de la ley,
o andan lo mesmo que el güey,
arando pa que otros coman.

Y he de decir ansí mismo
porque de adentro me brota,
que no tiene patriotismo
quien no cuida al compatriota.

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