sábado, 23 de octubre de 2010

El gaucho Martín Fierro, Canto V

Yo andaba desesperao

aguardando una ocasión,

que los indios un malón

nos dieran, y entre el estrago

hacérmelés cimarrón

y volverme pa mi pago.

 

Aquéllo no era servicio

ni defender la frontera:

aquéllo era ratonera

en que es más gato el más juerte:

era jugar a la suerte

con una taba culera.

 

Allí tuito va al revés:

los milicos se hacen piones,

y andan por las poblaciones

emprestaos pa trabajar;

Ios rejuntan pa peliar

cuando entran indios ladrones.

 

Yo he visto en esa milonga

muchos jefes con estancia,

y piones en abundancia,

y majadas y rodeos;

he visto negocios feos

a pesar de mi inorancia.

 

Y colijo que no quieren

la barunda componer;

para esto no ha de tener

el jefe, aunque esté de estable,

más que su poncho y su sable,

su caballo y su deber.

 

Ansina, pues, conociendo

que aquel mal no tiene cura,

que tal vez mi sepultura

si me quedo iba a encontrar,

pensé en mandarme mudar

como cosa más sigura.

 

Y pa mejor, una noche

¡qué estaquiada me pegaron!

Casi me descoyuntaron

por motivo de una gresca.

¡Aijuna, si me estiraron

lo mesmo que guasca fresca!

 

Jamás me puedo olvidar

lo que esa vez me pasó:

dentrando una noche yo

al fortín, un enganchao,

que estaba medio mamao,

allí me desconoció.

 

Era un gringo tan bozal,

que nada se le entendía.

¡Quién sabe de ande sería!

Tal vez no juera cristiano,

pues lo único que decía

es que era pa-po-litano.

 

Estaba de centinela

y, por causa del peludo,

verme más claro no pudo

y esa jue la culpa toda.

El bruto se asustó al ñudo

y fí el pavo de la boda.

 

Cuanto me vido acercar

"¿Quién vivore?", preguntó:

"Qué vivoras", dije yo.

"¡Hagarto!", me pegó el grito.

Y yo dije despacito:

"Más lagarto serás vos".

 

Ahí no más ¡Cristo me valga!

rastrillar el jusil siento;

me agaché, y en el momento

el bruto me largó un chumbo;

mamao, me tiró sin rumbo

que si no, no cuento el cuento.

 

Por de contao, con el tiro

se alborotó el avispero;

los oficiales salieron

y se empezó la junción:

quedó en su puesto el nación

y yo fi al estaquiadero.

 

Entre cuatro bayonetas

me tendieron en el suelo.

Vino el mayor medio en pedo

y allí se puso a gritar:

"Pícaro, te he de enseñar

a andar declamando sueldos."

 

De las manos y las patas

me ataron cuatro sinchones.

Les aguanté los tirones

sin que ni un ¡ay! se me oyera

y al gringo la noche entera

lo harté con mis maldiciones.

 

Yo no sé por qué el gobierno

nos manda aquí a la frontera

gringada que ni siquiera

se sabe atracar a un pingo.

¡Si crerá al mandar un gringo

que nos manda alguna fiera!

 

No hacen más que dar trabajo

pues no saben ni ensillar;

no sirven ni pa carniar,

y yo he visto muchas veces

que ni voltiadas las reses

se les querían arrimar.

 

Y lo pasan sus mercedes

lengüetiando pico a pico

hasta que viene un milico

a servirles el asao...

Y eso sí, en lo delicaos

parecen hijos de rico.

 

Si hay calor, ya no son gente,

si yela, todos tiritan;

si usté no les da, no pitan

por no gastar en tabaco,

y cuando pescan un naco

unos a otros se lo quitan.

 

Cuanto llueve se acoquinan

como el perro que oye truenos.

¡Qué diablos! sólo son güenos

pa vivir entre maricas,

y nunca se andan con chicas

para alzar ponchos ajenos.

 

Pa vichar son como ciegos,

ni hay ejemplo de que entiendan;

no hay uno solo que aprienda,

al ver un bulto que cruza,

a saber si es avestruza,

o si es jinete, o hacienda.

 

Si salen a perseguir

después de mucho aparato,

tuitos se pelan al rato

y va quedando el tendal:

esto es como en un nidal

echarle güebos a un gato.

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