Etiquetas
Aballay
(1)
Cabo Savino
(1)
Capitan Camacho
(1)
Cartilla del Campo 1867 - Chile
(1)
Charona
(1)
Chile
(3)
Comic
(1)
Comidas Típicas Criollas
(1)
Curiosidades
(2)
Eduardo Gutiérrez
(21)
El cacique paja brava
(1)
Fabián Leyes y El Huinca
(1)
Facundo
(23)
Facundo - Apendice
(3)
Facundo - Apendice - Primera Parte
(1)
Facundo - Apendice - Segunda Parte
(1)
Facundo - Indice
(1)
Facundo - Material Complementario
(2)
Facundo - Parte I
(4)
Facundo - Parte II
(9)
Facundo - Parte III
(2)
Facundo: Notas al pie de pagina
(1)
Fotos
(176)
Gauchito Gil
(2)
Gauchos
(19)
Glosario - Diccionario
(2)
Héctor Beas
(1)
Hilario Ascasubi
(2)
Huaso
(1)
Joaquín Murrieta - El Zorro
(1)
Jorge Luis Borges
(5)
José Hernández
(2)
Juan Moreira
(21)
Juegos
(1)
La Refalosa
(2)
Ley de vagos y mal entretenidos
(1)
Literatura Gauchesca
(2)
Los Inocentes
(1)
Los Tres Gauchos Orientales
(1)
Mapuche
(15)
María Remedios del Valle
(1)
Marica Rivero
(1)
Martin Fierro
(8)
Martin Fierro - Ingles
(2)
Martin Toro
(1)
Martina Chapanay
(1)
MF - Material Complementario
(19)
MF - Parte I
(13)
MF - Parte II
(33)
Notas
(35)
Noticia Preliminar
(1)
Pueblos originarios
(5)
Rio Grande do Sul
(4)
Rodolfo Arotxarena
(1)
Rodolfo Ramos
(5)
Sarmiento
(3)
Segundo Sombra
(1)
Vaquerias
(1)
Video
(40)
sábado, 29 de diciembre de 2018
domingo, 23 de diciembre de 2018
Segundo Ramirez
viernes, 16 de noviembre de 2018
Los Bajos del Temor: Piratas en el delta
Los "Bajos del Temor" se encuentran en el Delta del Paraná, muy cercanos a la desembocadura del Paraná de las Palmas. Es un amplio espacio de agua en el que vierten sus aguas los arroyos Chaná y Aguaje Durazno y es una zona con poca profundidad de agua, donde el avance del delta sobre el río se palpa en el crecimiento de los juncales.
El saber popular dice que su nombre proviene de cuando los barcos que navegaban por la zona encallaban, debido a los bancos de arena que hay en el sitio, pero la verdadera razón de su nombre es bien distinta y ha quedado en el olvido de los años.
Para conocer el origen del nombre de los Bajos del Temor debemos remontarnos a muchos años atrás y a algo más al norte del lugar. Más precisamente a la década de 1870 / 1880 y a la isla de La Paloma, en la desembocadura del Paraná Bravo en el Río Uruguay.
Allí vivió por esos años Marica Rivero, que comandó una de las bandas de piratas más feroces que asoló la región a finales del siglo XIX. La banda de Marica, como tantas otras asentadas a lo largo de los ríos Paraná Guazú y Paraná Bravo, se dedicaba a asaltar a los veleros que pasaban por esos ríos.
Esta situación llevó a los gobiernos Buenos Aires y Entre Ríos, a prestar atención a lo que ocurría en las islas y se organizó, en conjunto, un operativo para acabar con las bandas del delta.
La lucha duró muchos años y con mucho muertos. De ambos lados. Finalmente Marica Rivero, el "Correntino Malo", y cinco de sus hombres son atrapados, luego de tenderles una emboscada.
El operativo estuvo a cargo del Teniente Agapito Zapata, oficial del Ejército, quien era tan feroz como los piratas.
Los siete prisioneros fueron transportados río abajo por el Uruguay en un pequeño barco custodiado por Zapata y diez de sus hombres. Llegaron a lo que hoy conocemos como Bajos del Temor e ingresaron a la bahía, que era mucho más amplia por aquellos años. Allí decidió librarse de los prisioneros.
Uno a uno fueron llevados de la bodega del barco a tierra y estacados en un sitio muy cercano a la costa.
Zapata no se quedó a ver como el agua avanzaba sobre la costa, traída por el viento del sudeste. Levó anclas y el barco partió, dejando atrás los gritos de los hombres y claro le llegó el juramento de venganza de Marica Rivero.
Ella y sus hombres murieron ahogados y sus cuerpos estacados nunca se encontraron.
Pronto comenzó a correrse la noticia de lo que había ocurrido. En Buenos Aires hubo una investigación, pero no se llegó a nada, nadie testimonió en contra de Zapata. Todo quedó en el olvido, pero no tanto. Porque por la zona del delta comenzó a comentarse que Marica Rivero, el "Correntino Malo" y sus hombres habían vuelto a las andadas. ¡Pero estaban muertos!
De eso nadie tenía dudas.
Se decía que cuando las aguas bajaban aparecían y continuaban con sus asaltos a barcos, pero esta vez eran más feroces por sus ansias de venganza. Pero fue solo un rumor, sin ninguna confirmación.
Confirmación que llegó varios años después.
Era una noche oscura. El cielo estaba cubierto de nubes negras lo que hacía presagiar una tormenta. El viento del norte había sacado el agua del río y la bajante se hacía pronunciada. Un velero de tres palos se acercaba bajando desde el Uruguay. Los doce pasajeros cenaban en el comedor bajo cubierta, mientras el capitán procuraba orientarse algo confundido por no poder ver los contornos de la costa. No sabía dónde estaba.
Sintió un crujir bajo el casco y comprendió que habían encallado. Se dirigió a la proa del barco y a punto de llegar un relámpago iluminó el lugar. Se quedó pasmado por lo que vio.
Delante de él apareció una mujer robusta, el pelo largo mojado le caía sobre los hombros y cubría parte del rostro. Antes que la luz del relámpago se apagara alcanzó a ver detrás de la mujer otros seis hombres. Todos con el mismo aspecto, mojados, las ropas hechas harapos, todos con largos puñales y espadas en sus manos. No llegó a escuchar el trueno que vino después. La mujer lo decapitó antes de que pudiera darse cuenta de lo que ocurría.
En el comedor, los pasajeros comían y sólo les llegaban los sonidos de la tormenta. Sentado a la mesa frente a la puerta de entrada se encontraba un oficial del ejército. Su pasado como teniente, jefe de las tropas que habían operado en el Delta del Paraná había quedado atrás. Casi ni recordaba esa época. Ahora tenía una buena posición con su cargo de Coronel y el comienzo del nuevo siglo lo encontraba retornando con su familia, dos hijos y esposa, de unos días que había pasado en la República Oriental del Uruguay.
Cuando la puerta voló y esa mujer apareció en el comedor, la reconoció enseguida. Agapito Zapata poco pudo hacer para defender a su familia y al resto de los pasajeros. Nadie puede matar a un muerto.
Al día siguiente los cuerpos decapitados de doce pasajeros, entre ellos cuatro niños, y de ocho tripulantes aparecieron colgados de los palos del velero.
A partir de esa masacre, y por muchos años, pocos se atrevieron a navegar por la zona. Se impuso entonces aquel nombre "Bajos del Temor".
Hoy pocos recuerdan la historia de Marica Rivero y Agapito Zapata. Las apariciones de los espectros de los bandidos se fueron diluyendo con el tiempo y el motivo del nombre de los bajos también.
Pero el tiempo trascurrido, si bien para los vivos puede parecer mucho, para los muertos es nada. Les espera la eternidad en esa situación.
No hay ninguna garantía de que se hayan retirado del lugar para siempre
El saber popular dice que su nombre proviene de cuando los barcos que navegaban por la zona encallaban, debido a los bancos de arena que hay en el sitio, pero la verdadera razón de su nombre es bien distinta y ha quedado en el olvido de los años.
Para conocer el origen del nombre de los Bajos del Temor debemos remontarnos a muchos años atrás y a algo más al norte del lugar. Más precisamente a la década de 1870 / 1880 y a la isla de La Paloma, en la desembocadura del Paraná Bravo en el Río Uruguay.
Allí vivió por esos años Marica Rivero, que comandó una de las bandas de piratas más feroces que asoló la región a finales del siglo XIX. La banda de Marica, como tantas otras asentadas a lo largo de los ríos Paraná Guazú y Paraná Bravo, se dedicaba a asaltar a los veleros que pasaban por esos ríos.
Esta situación llevó a los gobiernos Buenos Aires y Entre Ríos, a prestar atención a lo que ocurría en las islas y se organizó, en conjunto, un operativo para acabar con las bandas del delta.
La lucha duró muchos años y con mucho muertos. De ambos lados. Finalmente Marica Rivero, el "Correntino Malo", y cinco de sus hombres son atrapados, luego de tenderles una emboscada.
El operativo estuvo a cargo del Teniente Agapito Zapata, oficial del Ejército, quien era tan feroz como los piratas.
Los siete prisioneros fueron transportados río abajo por el Uruguay en un pequeño barco custodiado por Zapata y diez de sus hombres. Llegaron a lo que hoy conocemos como Bajos del Temor e ingresaron a la bahía, que era mucho más amplia por aquellos años. Allí decidió librarse de los prisioneros.
Uno a uno fueron llevados de la bodega del barco a tierra y estacados en un sitio muy cercano a la costa.
Zapata no se quedó a ver como el agua avanzaba sobre la costa, traída por el viento del sudeste. Levó anclas y el barco partió, dejando atrás los gritos de los hombres y claro le llegó el juramento de venganza de Marica Rivero.
Ella y sus hombres murieron ahogados y sus cuerpos estacados nunca se encontraron.
Pronto comenzó a correrse la noticia de lo que había ocurrido. En Buenos Aires hubo una investigación, pero no se llegó a nada, nadie testimonió en contra de Zapata. Todo quedó en el olvido, pero no tanto. Porque por la zona del delta comenzó a comentarse que Marica Rivero, el "Correntino Malo" y sus hombres habían vuelto a las andadas. ¡Pero estaban muertos!
De eso nadie tenía dudas.
Se decía que cuando las aguas bajaban aparecían y continuaban con sus asaltos a barcos, pero esta vez eran más feroces por sus ansias de venganza. Pero fue solo un rumor, sin ninguna confirmación.
Confirmación que llegó varios años después.
Era una noche oscura. El cielo estaba cubierto de nubes negras lo que hacía presagiar una tormenta. El viento del norte había sacado el agua del río y la bajante se hacía pronunciada. Un velero de tres palos se acercaba bajando desde el Uruguay. Los doce pasajeros cenaban en el comedor bajo cubierta, mientras el capitán procuraba orientarse algo confundido por no poder ver los contornos de la costa. No sabía dónde estaba.
Sintió un crujir bajo el casco y comprendió que habían encallado. Se dirigió a la proa del barco y a punto de llegar un relámpago iluminó el lugar. Se quedó pasmado por lo que vio.
Delante de él apareció una mujer robusta, el pelo largo mojado le caía sobre los hombros y cubría parte del rostro. Antes que la luz del relámpago se apagara alcanzó a ver detrás de la mujer otros seis hombres. Todos con el mismo aspecto, mojados, las ropas hechas harapos, todos con largos puñales y espadas en sus manos. No llegó a escuchar el trueno que vino después. La mujer lo decapitó antes de que pudiera darse cuenta de lo que ocurría.
En el comedor, los pasajeros comían y sólo les llegaban los sonidos de la tormenta. Sentado a la mesa frente a la puerta de entrada se encontraba un oficial del ejército. Su pasado como teniente, jefe de las tropas que habían operado en el Delta del Paraná había quedado atrás. Casi ni recordaba esa época. Ahora tenía una buena posición con su cargo de Coronel y el comienzo del nuevo siglo lo encontraba retornando con su familia, dos hijos y esposa, de unos días que había pasado en la República Oriental del Uruguay.
Cuando la puerta voló y esa mujer apareció en el comedor, la reconoció enseguida. Agapito Zapata poco pudo hacer para defender a su familia y al resto de los pasajeros. Nadie puede matar a un muerto.
Al día siguiente los cuerpos decapitados de doce pasajeros, entre ellos cuatro niños, y de ocho tripulantes aparecieron colgados de los palos del velero.
A partir de esa masacre, y por muchos años, pocos se atrevieron a navegar por la zona. Se impuso entonces aquel nombre "Bajos del Temor".
Hoy pocos recuerdan la historia de Marica Rivero y Agapito Zapata. Las apariciones de los espectros de los bandidos se fueron diluyendo con el tiempo y el motivo del nombre de los bajos también.
Pero el tiempo trascurrido, si bien para los vivos puede parecer mucho, para los muertos es nada. Les espera la eternidad en esa situación.
No hay ninguna garantía de que se hayan retirado del lugar para siempre
miércoles, 14 de noviembre de 2018
Camara Gaucha - Fotos de CELINE FRERS
LA FOTÓGRAFA CELINE FRERS RECORRIÓ DE PUNTA A PUNTA EL CAMPO ARGENTINO DURANTE 5 AÑOS PARA HACER EL IMPACTANTE LIBRO DE RECIENTE APARICIÓN "TIERRA DE GAUCHOS".
http://malevamag.com/camara-gaucha/
http://malevamag.com/camara-gaucha/
lunes, 20 de agosto de 2018
Obra Cumbre De La Poesia Gauchesca Oriental
Antonio Dionisio Lussich
Los tres gauchos orientales Coloquio entre los paisanos Julián Jiménez, Mauricio Baliente y José Centurión (...) Dedicado Al Señor José Hernández. Buenos Aires. Imprenta de “La Tribuna”, Victoria 81. 18
Título capital de la literatura rioplatense, sumamente raro en su edición original. En 4º, 59 pp., (incluye Portada, v. en bl.), más 1 h., de Fe de erratas. Con dos grabados de Alfred Paris: “Los tres gauchos orientales” y “el matrero Luciano Santos”. Encuadernación moderna con lomo de cuero con nervios, filetes y títulos dorados. Ejemplar con una pequeña restauración en las páginas 9 y 10; por lo demás, en muy buen estado. Palau, n. 144246. Primera edición.
El uruguayo Antonio Lussich (1848 - 1928), junto a Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo se destacó en la formación de una poética gauchesca rioplatense, siendo precursor del célebre “Martín Fierro”, máxima expresión de la épica local. Cuando apenas contaba con 24 años, Lussich participó en la revolución encabezada por el Cnel. Timoteo Aparicio, escenario en el que se inspiró para su obra cumbre, “Los Tres Gauchos Orientales”. Cuando la primera edición aún tenía su tinta fresca, el poeta uruguayo le remitió un ejemplar de obsequio a su par José Hernández, quien le redactó una calurosa respuesta. La anécdota confirma que al momento de escribir el "Martín Fierro", publicado apenas seis meses más tarde, Hernández ya conocía el poema de Lussich. Máxime si tenemos en cuenta la observación que el autor del “Martín Fierro” le formulara a Zoilo Miguens indicándole que en sólo ocho días de creación literaria había improvisado su obra estelar.
Entre ambas creaciones literarias -Los tres gauchos orientales y El Gaucho Martín Fierro- hay una estrecha armonía en el tema y en la rítmica, sintonía que también unió a ambos autores, quienes construyeron una sólida amistad que se proyectó a lo largo de sus vidas.
Los tres gauchos orientales Coloquio entre los paisanos Julián Jiménez, Mauricio Baliente y José Centurión (...) Dedicado Al Señor José Hernández. Buenos Aires. Imprenta de “La Tribuna”, Victoria 81. 18
Título capital de la literatura rioplatense, sumamente raro en su edición original. En 4º, 59 pp., (incluye Portada, v. en bl.), más 1 h., de Fe de erratas. Con dos grabados de Alfred Paris: “Los tres gauchos orientales” y “el matrero Luciano Santos”. Encuadernación moderna con lomo de cuero con nervios, filetes y títulos dorados. Ejemplar con una pequeña restauración en las páginas 9 y 10; por lo demás, en muy buen estado. Palau, n. 144246. Primera edición.
El uruguayo Antonio Lussich (1848 - 1928), junto a Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo se destacó en la formación de una poética gauchesca rioplatense, siendo precursor del célebre “Martín Fierro”, máxima expresión de la épica local. Cuando apenas contaba con 24 años, Lussich participó en la revolución encabezada por el Cnel. Timoteo Aparicio, escenario en el que se inspiró para su obra cumbre, “Los Tres Gauchos Orientales”. Cuando la primera edición aún tenía su tinta fresca, el poeta uruguayo le remitió un ejemplar de obsequio a su par José Hernández, quien le redactó una calurosa respuesta. La anécdota confirma que al momento de escribir el "Martín Fierro", publicado apenas seis meses más tarde, Hernández ya conocía el poema de Lussich. Máxime si tenemos en cuenta la observación que el autor del “Martín Fierro” le formulara a Zoilo Miguens indicándole que en sólo ocho días de creación literaria había improvisado su obra estelar.
Entre ambas creaciones literarias -Los tres gauchos orientales y El Gaucho Martín Fierro- hay una estrecha armonía en el tema y en la rítmica, sintonía que también unió a ambos autores, quienes construyeron una sólida amistad que se proyectó a lo largo de sus vidas.
sábado, 7 de julio de 2018
martes, 5 de junio de 2018
jueves, 31 de mayo de 2018
sábado, 28 de abril de 2018
Decreto de cuando el gobierno de Buenos Aires en 1823, castigaba con el servicio en el ejército el uso de armas blancas.
viernes, 6 de abril de 2018
María Remedios del Valle
María Remedios del Valle. “Una negra esclava que, con mucho coraje, fue a pelear a las órdenes de Belgrano. Sobrevivió y en 1827 fue nombrada como la Madre de la Patria. Pero en 1880 Argentina quiso tener una historia blanca y la borró”. a “madre de la patria” era una negra, una “parda” como se decía entonces de acuerdo con la clasificación de castas para diferenciar a los negros de los mulatos, que se designaban como “morenos”.
La república modelo de Sudamérica, que tenía el nombre de la rutilante plata de Potosí, el metal blanco, no podía tener una madre negra. Había que esconderla y la escondieron sin remordimientos filiales.
Remedios era una argentina de origen africano, descendiente de esclavizados. Fue auxiliar en las invasiones inglesas y acompañó después de la revolución de 1810 como auxiliar y combatiente al ejército del Norte en toda la guerra de Independencia. Se ganó a fuerza de coraje y arrojo en la batalla, y de entrañable cariño por los enfermos, heridos y mutilados en combate, el título de “capitana” y de “madre de la patria” como empezaron a llamarla los soldados caídos y luego repitieron los generale
Durante la segunda invasión inglesa al Río de la Plata, auxilió al Tercio de Andaluces, cuerpo de milicianos que defendieron la ciudad.
El 6 de julio de 1810 Remedios se incorporó a la marcha de la sexta compañía de artillería volante del regimiento de artillería al mando del capitán Bernardo Joaquín de Anzoátegui, acompañando a su marido y sus dos hijos, que murieron en la guerra.
Ella siguió sirviendo en el ejército como auxiliar durante el avance al Alto Perú, en la derrota de Huaqui y en la retirada que siguió.
El día anterior a la batalla de Tucumán se presentó ante Belgrano para pedirle le permitiera atender a los heridos en combate. Belgrano había superado su fama de señorito ganada con sus prendas escogidas adquiridas en Europa y su voz aflautada, gracias a su espíritu de sacrificio y su compenetración con las necesidades de la tropa. Tenía fama de severo y no admitía por disciplina mujeres que siguieran al ejército. No le dio permiso a Remedios pero lo mismo ella apareció en la retaguardia para asistir a los soldados que desde entonces comenzaron a llamarla “Madre de la Patria”. Finalmente, a pesar de sus prevenciones disciplinarias y religiosas, Belgrano la admitió y la nombró capitana del Ejército del Norte.
Vinieron luego las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, donde Remedios, una de las “niñas de Ayohuma”, combatió con las armas en la mano. Fue herida de bala y hecha prisionera por los españoles.
Fue sometida, como escarmiento, a nueve días de azotes públicos que le dejaron cicatrices para el resto de su vida. Escapó y se incorporó a las fuerzas de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, otra vez en la doble función de combatiente y enfermera.
Se borró entonces hasta ahora la memoria de María Remedios del Valle, nacida en Buenos Aires entre 1766 y 1767, capitana del ejército del Norte de Manuel Belgrano, participante de la resistencia en las invasiones inglesas, esposa de un muerto en guerra y madre un hijo propio y de otro adoptivo que sufrieron igual destino, al que ella misma escapó por casualidad.
Con cerca de 60 años, terminada la guerra, Remedios volvió a Buenos Aires solo para convertirse en una mendiga que trataba de sobrevivir vendiendo pasteles y recogiendo la sobra de la comida de los conventos.
Según Carlos Ibarguren vivía en un rancho en la zona de quintas en las afueras de Buenos Aires, desde donde cada día caminaba encorvada hasta los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio y la plaza de la Victoria para ofrecer pasteles y tortas fritas y también mendigar para sobrevivir.
Su historia personal era increíble para los que se acercaban a ella para ponerle una moneda en la mano o comprarle tortas fritas. Aquella “capitana”, como se llamaba a sí misma, que mostraba cicatrices de latigazos y seis balazos en el cuerpo era para ellos sin duda una loca, y así la trataban. Pero ella decía que eran recuerdos de las épocas en que “en verdad se peleaba por la patria”.
Se rebeló contra lo que parecía un destino cantado y en 1826 inició una gestión solicitando una pensión en compensación de sus servicios a la patria y por la pérdida de su esposo y sus hijos.
El expediente dirigido a las autoridades, escrito por un letrado, dice: “Doña María Remedios del Valle, capitana del Ejército, a V. S. debidamente expone: Que desde el primer grito de la Revolución tiene el honor de haber sostenido la justa causa de la Independencia, de una de aquellas maneras que suelen servir de admiración a la Historia de los Pueblos. Sí Señor Inspector, aunque aparezca envanecida presuntuosamente la que representa, ella no exagera a la Patria sus servicios, sino a que se refiere con su acostumbrado natural carácter lo que ha padecido por contribuir al logro de la independencia de su patrio suelo que felizmente disfruta. Si los primeros opresores del suelo americano aún miran con un terror respetuoso los nombres de Caupolicán y Galvarino, los disputadores de nuestros derechos por someternos al estrecho círculo de esclavitud en que nos sumergieron sus padres, quizá recordarán el nombre de la Capitana patriota María de los Remedios para admirar su firmeza de alma, su amor patrio y su obstinación en la salvación y libertad americana; aquellos al hacerlo aún se irritarán de mi constancia y me aplicarían nuevos suplicios, pero no inventarían el del olvido para hacerme expirar de hambre como lo ha hecho conmigo el Pueblo por quien tanto he padecido. Y ¿con quién lo hace?; con quien por alimentar a los jefes, oficiales y tropa que se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aún proporcionarles la fuga a muchos, fue sentenciada por los caudillos enemigos Pezuela, Ramírez y Tacón, a ser azotada públicamente por nueve días; con quien, por conducir correspondencia e influir a tomar las armas contra los opresores americanos, y batídose con ellos, ha estado siete veces en capilla; con quien por su arrojo, denuedo y resolución con las armas en la mano, y sin ellas, ha recibido seis heridas de bala, todas graves; con quien ha perdido en campaña, disputando la salvación de su Patria, su hijo propio, otro adoptivo y su esposo; con quien mientras fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército Auxiliar del Perú como capitana, con sueldo, según se daba a los demás asistentes y demás consideraciones debida a su empleo. Ya no es útil y ha quedado abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando. La que representa ha hecho toda la campaña del Alto Perú; ella tiene un derecho a la gratitud argentina, y es ahora que lo reclama por su infelicidad”.
Pero el ministro de Guerra, general Francisco Fernández de la Cruz, rechazó el pedido recomendando dirigirse a la legislatura provincial ya que no estaba «en las facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación al erario.
En agosto de 1827, mientras Remedios mendigaba en la plaza de la Recova, el general Juan José Viamonte la vio y tuvo una sospecha: le preguntó el nombre y exclamó: “¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!».
Viamonte, que era entonces diputado, presentó un proyecto para otorgarle una pensión que reconociera los servicios prestados a la patria. Comenzó un largo expedienteo que puso en claro aquello de que “son campanas de palo las razones de los pobres” y entonces como ahora se gasta todo en nada que importe y nada en todo lo que importa.
La petición fue rechazada, pero cuando en junio de 1828, Viamonte fue elegido vicepresidente primero de la legislatura decidió insistir. Le reclamaron documentos que avalaran el pedido, y contestó: “Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna. Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la Patria desde el año 1810. Es conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el Ejército. Es bien digna de ser atendida: presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y lleno, además, de cicatrices de azotes recibidos de los españoles. No se la debe dejar pedir limosna. Después de haber dicho esto, creo que no habrá necesidad de más documentos”. “Yo conozco a esta infeliz mujer que está en un estado de mendiguez y esto es una vergüenza para nosotros. Ella es una heroína, y si no fuera por su condición, se habría hecho célebre en todo el mundo. Sirvió a la Nación pero también a la provincia de Buenos Aires, empuñando el fusil y atendiendo y asistiendo a los soldados enfermos”.
Tampoco entonces Viamonte tuvo suerte, y menos Remedios. Antes de tocar un centavo de los fondos públicos (para este fin, se entiende) los diputados sabían trabar burocráticamente todas las posibilidades. Encontraron que aunque fueran ciertos los méritos de Remedios, “la Junta representaba a la provincia de Buenos Aires, no a la Nación, por lo que no correspondía acceder a lo solicitado”
Hubo otros diputados que defendieron la causa de Remedios, como Tomás de Anchorena: “Esta es una mujer singular. Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército, y no había acción en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del general, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército. Ella en medio de ese valor tenía una virtud a toda prueba y presentaré un hecho que la manifiesta: el general Belgrano, creo que ha sido el general más riguroso, no permitió que siguiese ninguna mujer al ejército; y esta María Remedios del Valle era la única que tenía facultad para seguirlo. Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés de jefes y oficiales. Yo los he oído a todos a voz pública hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer. Si no me engaño el general Belgrano le dio el título de capitán del ejército. No tengo presente si fue en el Tucumán o en Salta, que después de esa sangrienta acción en que entre muertos y heridos quedaron 700 hombres sobre el campo, oí al mismo Belgrano ponderar la oficiosidad y el esmero de esta mujer en asistir a todos los heridos que ella podía socorrer.
Una mujer tan singular como ésta entre nosotros debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano, y adonde quiera que vaya debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a una general; porque véase cuánto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase respecto a otra superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda.”
Finalmente le acordaron una pensión de 30 pesos por mes, más o menos lo que ganaba una costurera, mientras el sueldo del gobernador era de 660 pesos. Pero hay versiones que ponen en duda de que la haya cobrado alguna vez y por eso debió seguir mendigando.
Remedios terminó su vida con el apellido Rosas, en agradecimiento a Don Juan Manuel, que años después le fijó la pensión en 216 pesos.
Una noticia del 8 de noviembre de 1847, indicaba que “el mayor de caballería Doña Remedios Rosas falleció”. Le reconocían en cargo de Sargento Mayor que le acordó Rosas, tras el de “capitana” que se ganó en el campo de batalla.
Por aquellos tiempos era insólito que las mujeres pelearan en la guerra. Apenas si las pudientes donaban armas para el ejército. La Gazeta de Buenos Aires consigna algunas donaciones, como las de las “nobles y bellas” María Petrona Sánchez de Thompson (Mariquita Sánchez) o Carmen Quintanilla de Alvear, que pedían que sus nombres aparecieran grabados en los fusiles.
La república modelo de Sudamérica, que tenía el nombre de la rutilante plata de Potosí, el metal blanco, no podía tener una madre negra. Había que esconderla y la escondieron sin remordimientos filiales.
Remedios era una argentina de origen africano, descendiente de esclavizados. Fue auxiliar en las invasiones inglesas y acompañó después de la revolución de 1810 como auxiliar y combatiente al ejército del Norte en toda la guerra de Independencia. Se ganó a fuerza de coraje y arrojo en la batalla, y de entrañable cariño por los enfermos, heridos y mutilados en combate, el título de “capitana” y de “madre de la patria” como empezaron a llamarla los soldados caídos y luego repitieron los generale
Durante la segunda invasión inglesa al Río de la Plata, auxilió al Tercio de Andaluces, cuerpo de milicianos que defendieron la ciudad.
El 6 de julio de 1810 Remedios se incorporó a la marcha de la sexta compañía de artillería volante del regimiento de artillería al mando del capitán Bernardo Joaquín de Anzoátegui, acompañando a su marido y sus dos hijos, que murieron en la guerra.
Ella siguió sirviendo en el ejército como auxiliar durante el avance al Alto Perú, en la derrota de Huaqui y en la retirada que siguió.
El día anterior a la batalla de Tucumán se presentó ante Belgrano para pedirle le permitiera atender a los heridos en combate. Belgrano había superado su fama de señorito ganada con sus prendas escogidas adquiridas en Europa y su voz aflautada, gracias a su espíritu de sacrificio y su compenetración con las necesidades de la tropa. Tenía fama de severo y no admitía por disciplina mujeres que siguieran al ejército. No le dio permiso a Remedios pero lo mismo ella apareció en la retaguardia para asistir a los soldados que desde entonces comenzaron a llamarla “Madre de la Patria”. Finalmente, a pesar de sus prevenciones disciplinarias y religiosas, Belgrano la admitió y la nombró capitana del Ejército del Norte.
Vinieron luego las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, donde Remedios, una de las “niñas de Ayohuma”, combatió con las armas en la mano. Fue herida de bala y hecha prisionera por los españoles.
Fue sometida, como escarmiento, a nueve días de azotes públicos que le dejaron cicatrices para el resto de su vida. Escapó y se incorporó a las fuerzas de Güemes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, otra vez en la doble función de combatiente y enfermera.
Se borró entonces hasta ahora la memoria de María Remedios del Valle, nacida en Buenos Aires entre 1766 y 1767, capitana del ejército del Norte de Manuel Belgrano, participante de la resistencia en las invasiones inglesas, esposa de un muerto en guerra y madre un hijo propio y de otro adoptivo que sufrieron igual destino, al que ella misma escapó por casualidad.
Con cerca de 60 años, terminada la guerra, Remedios volvió a Buenos Aires solo para convertirse en una mendiga que trataba de sobrevivir vendiendo pasteles y recogiendo la sobra de la comida de los conventos.
Según Carlos Ibarguren vivía en un rancho en la zona de quintas en las afueras de Buenos Aires, desde donde cada día caminaba encorvada hasta los atrios de las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio y la plaza de la Victoria para ofrecer pasteles y tortas fritas y también mendigar para sobrevivir.
Su historia personal era increíble para los que se acercaban a ella para ponerle una moneda en la mano o comprarle tortas fritas. Aquella “capitana”, como se llamaba a sí misma, que mostraba cicatrices de latigazos y seis balazos en el cuerpo era para ellos sin duda una loca, y así la trataban. Pero ella decía que eran recuerdos de las épocas en que “en verdad se peleaba por la patria”.
Se rebeló contra lo que parecía un destino cantado y en 1826 inició una gestión solicitando una pensión en compensación de sus servicios a la patria y por la pérdida de su esposo y sus hijos.
El expediente dirigido a las autoridades, escrito por un letrado, dice: “Doña María Remedios del Valle, capitana del Ejército, a V. S. debidamente expone: Que desde el primer grito de la Revolución tiene el honor de haber sostenido la justa causa de la Independencia, de una de aquellas maneras que suelen servir de admiración a la Historia de los Pueblos. Sí Señor Inspector, aunque aparezca envanecida presuntuosamente la que representa, ella no exagera a la Patria sus servicios, sino a que se refiere con su acostumbrado natural carácter lo que ha padecido por contribuir al logro de la independencia de su patrio suelo que felizmente disfruta. Si los primeros opresores del suelo americano aún miran con un terror respetuoso los nombres de Caupolicán y Galvarino, los disputadores de nuestros derechos por someternos al estrecho círculo de esclavitud en que nos sumergieron sus padres, quizá recordarán el nombre de la Capitana patriota María de los Remedios para admirar su firmeza de alma, su amor patrio y su obstinación en la salvación y libertad americana; aquellos al hacerlo aún se irritarán de mi constancia y me aplicarían nuevos suplicios, pero no inventarían el del olvido para hacerme expirar de hambre como lo ha hecho conmigo el Pueblo por quien tanto he padecido. Y ¿con quién lo hace?; con quien por alimentar a los jefes, oficiales y tropa que se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aún proporcionarles la fuga a muchos, fue sentenciada por los caudillos enemigos Pezuela, Ramírez y Tacón, a ser azotada públicamente por nueve días; con quien, por conducir correspondencia e influir a tomar las armas contra los opresores americanos, y batídose con ellos, ha estado siete veces en capilla; con quien por su arrojo, denuedo y resolución con las armas en la mano, y sin ellas, ha recibido seis heridas de bala, todas graves; con quien ha perdido en campaña, disputando la salvación de su Patria, su hijo propio, otro adoptivo y su esposo; con quien mientras fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército Auxiliar del Perú como capitana, con sueldo, según se daba a los demás asistentes y demás consideraciones debida a su empleo. Ya no es útil y ha quedado abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando. La que representa ha hecho toda la campaña del Alto Perú; ella tiene un derecho a la gratitud argentina, y es ahora que lo reclama por su infelicidad”.
Pero el ministro de Guerra, general Francisco Fernández de la Cruz, rechazó el pedido recomendando dirigirse a la legislatura provincial ya que no estaba «en las facultades del Gobierno el conceder gracia alguna que importe erogación al erario.
En agosto de 1827, mientras Remedios mendigaba en la plaza de la Recova, el general Juan José Viamonte la vio y tuvo una sospecha: le preguntó el nombre y exclamó: “¡Usted es la Capitana, la que nos acompañó al Alto Perú, es una heroína!».
Viamonte, que era entonces diputado, presentó un proyecto para otorgarle una pensión que reconociera los servicios prestados a la patria. Comenzó un largo expedienteo que puso en claro aquello de que “son campanas de palo las razones de los pobres” y entonces como ahora se gasta todo en nada que importe y nada en todo lo que importa.
La petición fue rechazada, pero cuando en junio de 1828, Viamonte fue elegido vicepresidente primero de la legislatura decidió insistir. Le reclamaron documentos que avalaran el pedido, y contestó: “Yo no hubiera tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiese visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la reconozco ahora aquí, cuando vive pidiendo limosna. Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la Patria desde el año 1810. Es conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el Ejército. Es bien digna de ser atendida: presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y lleno, además, de cicatrices de azotes recibidos de los españoles. No se la debe dejar pedir limosna. Después de haber dicho esto, creo que no habrá necesidad de más documentos”. “Yo conozco a esta infeliz mujer que está en un estado de mendiguez y esto es una vergüenza para nosotros. Ella es una heroína, y si no fuera por su condición, se habría hecho célebre en todo el mundo. Sirvió a la Nación pero también a la provincia de Buenos Aires, empuñando el fusil y atendiendo y asistiendo a los soldados enfermos”.
Tampoco entonces Viamonte tuvo suerte, y menos Remedios. Antes de tocar un centavo de los fondos públicos (para este fin, se entiende) los diputados sabían trabar burocráticamente todas las posibilidades. Encontraron que aunque fueran ciertos los méritos de Remedios, “la Junta representaba a la provincia de Buenos Aires, no a la Nación, por lo que no correspondía acceder a lo solicitado”
Hubo otros diputados que defendieron la causa de Remedios, como Tomás de Anchorena: “Esta es una mujer singular. Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el ejército, y no había acción en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; era la admiración del general, de los oficiales y de todos cuantos acompañaban al ejército. Ella en medio de ese valor tenía una virtud a toda prueba y presentaré un hecho que la manifiesta: el general Belgrano, creo que ha sido el general más riguroso, no permitió que siguiese ninguna mujer al ejército; y esta María Remedios del Valle era la única que tenía facultad para seguirlo. Ella era el paño de lágrimas, sin el menor interés de jefes y oficiales. Yo los he oído a todos a voz pública hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer. Si no me engaño el general Belgrano le dio el título de capitán del ejército. No tengo presente si fue en el Tucumán o en Salta, que después de esa sangrienta acción en que entre muertos y heridos quedaron 700 hombres sobre el campo, oí al mismo Belgrano ponderar la oficiosidad y el esmero de esta mujer en asistir a todos los heridos que ella podía socorrer.
Una mujer tan singular como ésta entre nosotros debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano, y adonde quiera que vaya debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a una general; porque véase cuánto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase respecto a otra superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda.”
Finalmente le acordaron una pensión de 30 pesos por mes, más o menos lo que ganaba una costurera, mientras el sueldo del gobernador era de 660 pesos. Pero hay versiones que ponen en duda de que la haya cobrado alguna vez y por eso debió seguir mendigando.
Remedios terminó su vida con el apellido Rosas, en agradecimiento a Don Juan Manuel, que años después le fijó la pensión en 216 pesos.
Una noticia del 8 de noviembre de 1847, indicaba que “el mayor de caballería Doña Remedios Rosas falleció”. Le reconocían en cargo de Sargento Mayor que le acordó Rosas, tras el de “capitana” que se ganó en el campo de batalla.
Por aquellos tiempos era insólito que las mujeres pelearan en la guerra. Apenas si las pudientes donaban armas para el ejército. La Gazeta de Buenos Aires consigna algunas donaciones, como las de las “nobles y bellas” María Petrona Sánchez de Thompson (Mariquita Sánchez) o Carmen Quintanilla de Alvear, que pedían que sus nombres aparecieran grabados en los fusiles.
De pelear, nada. La misma Gazeta explica a sus lectores que ellas “no pueden desempeñar las funciones duras y ásperas de la guerra. No pueden desplegar su patriotismo con el esplendor que los héroes en el campo de batalla”.
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article13128
Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article13128
viernes, 2 de marzo de 2018
viernes, 9 de febrero de 2018
Relato del historiador Jose Bengoa.
"...Los viejos mapuche era ricos, muy ricos poseían tierras bien labradas en los valles de los ríos imperial, Cautin, Quepe y Tolten.Era la realidad del pueblo mapuche en ese entonces, como la describe el historiador chileno Jose Bengoa en su libro "Historia de un conflicto".
Habia un comentario muy repetido en esos tiempos "que los mapuche tenían tantos bueyes que no alcanzaban a enyugarlos a todos..." se decía en los tiempos en que los caciques hablaban y la gente escuchaba.
Viajaban con los animales del Puel (Argentina) y luego los engordaban en sus campos, decían los viejos que el pasto les llegaba hasta las verijas. Cuando estaban bien gordos se dirijan a las ferias de la época, principalmente Nacimiento en la frontera norte del territorio mapuche y Pitrufquen en la Sur.
Esos animales eran por lo general convertidos en carne seca, charqui enfardados y enviados por Concepción, Tome y otros puertos con dirección al norte del país, destinados al abastecimiento de los barcos que en esos años comenzaban a explorar el océano pacifico a Lima, la historia es así. Los mapuche, ganaderos, ricos, arreadores de animales desde argentina, contribuyeron a la apertura de las rutas del pacifico.
El charqui que producían era subido en fardos a bordo de los buques que irían a aventurar al otro lado del mundo. Los araucanos de esos años se encontraban integrados al mercado mundial de producción de alimentos.
Tenían sus sistemas productivos, sus mercados, y entendían perfectamente de precios, pesos y medidas.
La riqueza ganadera se expreso en la platería araucana. Es incalculable la cantidad de platería antigua que hay en colecciones privadas, museos, y que a pesar de todo aun permanece en poder de las mujeres mapuche. Durante 100 años de ocupación chilena las mujeres se han visto obligadas a vender sus joyas debido a la pobreza que dejo le invasión, por ejm. cada vez que se un hijo se le ah enfermado. Cada joya vendida es un desgarro, una desgracia ocurrida en una familia mapuche...."
Todo el desarrollo del pueblo mapuche fue destruido por el estado, saqueado a sangre y fuego por el ejercito chileno.
En esos años, los cincuenta y sesenta del siglo pasado chile llegaba hasta Chillan y Concepción. Domingo Faustino Sarmiento dice en sus libros lo siguiente "Es necesario entender que en medio del territorio de Chile vive un pueblo que no reconoce las leyes del país, que tiene otras costumbres, otra economía, que habla otro idioma, otra Nación ".
miércoles, 7 de febrero de 2018
El Alfajor, el cuchillo criollo curvo
Publicado por Jorge Prina en https://esgrimacriolla.blogspot.com.ar/2018/02/el-alfajor-el-cuchillo-criollo-curvo.html
Los primeros europeos que llegaron a Sudamérica, españoles, y entre ellos, muchos andaluces, de fuertes raíces y tradiciones moras, paréntesis aparte me gustaría remarcar una zona conocida como al-Ándalus, que es el territorio de la península ibérica y de la Septimania que se encontró bajo poder musulmán durante la Edad Media, entre los años 711 y 1492, y repito mucha influencia árabe hubo.
El facón encuentra un antecedente evidente en la gumía, arma blanca de hoja corva que utilizan los bereberes del Norte de África. A este respecto, Carlos Octavio Bunge, en un discurso dado allá por el año 1913 en la Academia de Filosofía y Letras de Buenos Aires, dice lo siguiente: “Curioso sería indagar de donde proviene el vocablo ‘facón’ (...) A todas luces es un aumentativo de ‘faca’ (del latín falx), que, según la Academia Española de la Lengua, significa ‘cuchillo corvo’. En tal sentido usaban la palabra los escritores clásicos (...) Ahora bien, no estará de más recordar que, según una carta del padre Cattaneo, aun a principios del siglo XVIII, los gauchos explotaban las vacadas bravías con ‘un instrumento cortante en forma de media luna’. ¿No es de suponer que tal fuera el cuchillo primitivo del gaucho, trocado luego por el facón, precisamente a mérito de su necesidad de llevar siempre consigo un arma de combate para defenderse cuando fuera desafiado?”. Los bereberes suelen guardar la gumía bajo la faja, igualmente nuestros gauchos el facón, adaptación criolla del arma africana importada a al-Ándalus.
Sin dudas su raíz hispano-árabe del “alfajor”, es el mismo alfanje y los puñales diseñados con este mismo estilo y curvatura, piezas que venían en la correa de los conquistadores españoles y sus súbditos.
Como se sabe, el alfanje es un espadín de origen árabe, cuyo nombre original era al janyar.( origen andalusí: "alxánjal" (xanjar significa puñal en árabe)) Su posible semejanza con el corvo y su supuesto vínculo gestacional lo observa también don Benjamín Vicuña Mackenna, en su obra "La Guerra del Pacífico" de 1880, aclaración aparte, en mi opinar, tiene el alfajor y el corvo un origen común.
"Consiste en una hoja pequeña ligeramente curva como los alfanjes moriscos, y ofrece sobre el puñal recto la ventaja de la defensa, porque en las riñas obra de cierta manera como broquel para parar los golpes. Por su forma es de mucho más difícil manejo que la daga recta, usada por nuestros campesinos del sur, pero los mineros aprenden su esgrima especial que requiere mucha más flexibilidad en la muñeca que vigor en el brazo".
De ángulo curvo, parecido a la cimitarra y generalmente con filo por sólo un lado, el alfanje entró a España por la influencia mora que se dispersó por la Península Ibérica.
Entonces no es difícil imaginar como este cuchillo conocido también como alfanjon, que en España era el diminutivo de alfanje o también una manera ibérica de llamar al cuchillo con forma de alfanje, muy similar a la gumia árabe, sin duda anterior a esta, como la jambiya.
Ya Alonso de Ercilla en “la Araucana” allá por el año 1589, se nombra en sus versos como los españoles portaban cuchillos alfanjados, dejando en lado la influencia arábiga en estas tierras.
Canto IX, por ejemplo, se lee la alusión a los cuchillos curvos de la siguiente manera:
“También Angol, soberbio y esforzado,
su corvo y gran cuchillo en torno esgrime
hiere al joven Diego Oro y del pesado
golpe en la dura tierra el cuerpo imprime;
pero en esta sazón Juan de Alvarado
la furia de una punta le reprime,
que al tiempo que el furioso alfanje alzaba
por debajo del brazo le calaba.”
En el Canto X reaparece una asociación del cuchillo curvo, esta vez con relación al alfanje:
“Caupolicán, que estaba por juez puesto
mostrándose imparcial, discretamente
la furia de Orompello aplaca presto
con sabrosas palabras blandamente;
a así, no se altercando más sobre esto,
conforme a la postura, justamente,
a Leucotón, por más aventajado,
le fue ceñido el corvo alfanje al lado.”
En el Canto XXIX, aparece como arma asociada al alfanje:
“Las robustas personas adornadas
de fuertes petos dobles relevados,
escarcelas, brazales y celadas,
hasta el empeine de los pies armados;
mazas cortas de acero barreadas,
gruesos escudos de metal herrados,
y al lado izquierdo cada cual ceñido
un corvo y ancho alfanje guarnecido.”
Ahora más cerca a nuestras tierras, y nuestros criollos, ya el alfajor aparece en escena, asi en la republica oriental de la mano del escritor uruguayo Antonio Dionisio Lussich Griffo, hombre que cultivó la literatura gauchesca, pone en boca del gaucho Centurión en “Los tres gauchos orientales” el siguiente verso:
“Tengo en el dedo un anillo
de una cola de peludo,
pa peliar soy corajudo
y ande quiera desencillo
le enseño al gaucho más pillo
de cualquier modo a chuzíar,
y al mejor he de cortar
si se descuida un poquito,
le he de enterrar yo tuitito
mi alfajor hasta pasar.”
Y Martin Fierro también clavo su alfajor, de la pluma de José Hernández:
“Le enseño al gaucho más pillo
De cualquier modo a chusiar,
Y al mejor he de cortar
Si presume de muy bravo,
Enterrándole hasta el cabo
Mi alfajor sin tutubiar.”
Y si Martín Fierro uso alfajor, porque no Juan Moreira… donde en la obra de Eduardo Gutiérrez (1878-1880), el protagonista dice: “En cuanto se ponga delante de mí lo voy a ensartar en el alfajor como quien ensarta en el asador un costillar de carnero flaco”
Aunque ya en estos casos, nobleza obliga, era llamado así en calidad de sinónimo a facón, faca o cuchillo, por el de alfajor.
Lo que la historia si nos dice que el alfajor fue popular hasta finales del 1700, con un estilo de esgrima característico, donde se podía clavar, cortar y desgarrar, se peleaba, y se degollaba, y es así como se lo recordó en tiempos de la mazorca, como “el degollador”.
Ejemplos de estas armas hay en museos desde sus historia hasta ejemplares, como la foto arriba donde presenta ejemlos de museos y la leyenda presente en el Museo Polifacetico Rocsen, de Cordoba, Argentina. que dice hablando de la vestimenta del gaucho colonial "...su arma era un cuchillo, al que llamaba alfajor, que calzaba adelante, en la cintura, esta denominacion deriva de alfanje, una especie de sable corto y curvo, con un filo solamente por un lado, y por los dos en la punta, tambien uso un cuchillo largo y recto que llamo faca de origen andaluz, y del cual deriva mas adelento otro de hoja mas ancha llamado facon...", se presentan mucha documentacion sobre nuestros filos criollos, uno puede armar un arbol genealogico de ellos, y seguramente es aqui donde muchos dicienten, pero mientras sigamos sumando datos, quehay, per tenemos que buscar, viajar ver, e investigar, y es bueno para seguir sumando a nuestra historia...
Fuentes:
http://moriscosygauchos.blogspot.com.ar/
Jose Hernandez, El gaucho Martín Fierro (1872) y La vuelta de Martín Fierro (1879).
www.esgrimaantigua.com
www.urbatoriom.blogspot.com
C. O. Bunge, El derecho en la literatura gauchesca (Discurso leído ante la Academia de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en la recepción pública) 22 de Agosto de 1913
Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles, , Juan A. Alsina editor, Buenos Aires, 1890.
Antonio Dionisio Lussich Griffo, Los tres gauchos orientales (Imprenta de La Tribuna, 1872)
Eduardo Gutiérrez, Juan Moreira / 1880, Buenos Aires, N.Tommasi Editor.
Federico Corriente, Gramática Árabe.
Benjamín Vicuña Mackenna, "La Guerra del Pacífico" de 1880
Antonio de Ercilla, la araucana
Museo Polifacético Rocsen, Nono, Córdoba, Argentina.
Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
Archivo Historico de La Provincia de Bs As
viernes, 19 de enero de 2018
martes, 9 de enero de 2018
Martina Chapanay
Martina Chapanay, oficial sanmartiniana, vengadora de la muerte del caudillo riojano Angel "El Chacho" Peñaloza.
Martina Chapanay nació a la vera de las lagunas del Guanacache, entre San Juan y Mendoza, en 1811, el mismo año que Sarmiento. Era hija, según algunos, de un indio huarpe. Según otros, de un cacique toba chaqueño, de nombre Juan Chapanay. Si fuera hija del toba, la leyenda dice que Juan se refugió entre los indios huarpes, “en una zona donde se formó un desierto”. Su madre fue una cautiva blanca llamada Teodora, quien era huérfana y a la que Juan Chapanay rescató de una sangrienta pelea donde dos hombres terminaron decapitados. "La Chapanay" se crió en el hogar de sus padres, que por su tamaño y la dedicación de Teodora, se transformó en la escuela y el centro de catequesis del lugar. Pero la muerte prematura de la mujer dejó al marido turbado y a Martina abandonada.
Cuando era adolescente, Martina se destacaba por sus aptitudes de jinete y cuchillera, su habilidad para hacer galopar caballos en los arenales, pialar terneros, cazar animales y nadar con gran destreza. Era una mujer de contextura pequeña, pero fuerte y ágil. De bellos rasgos, su cabello era negro lacio y de tez morena. Al elegir la vida de montonera comenzó a utilizar la vestimenta de los gauchos: (chiripá, poncho, vincha y botas de potro), tal como se representaba en las estampas y tallados de madera.
Cuando murió su madre, su padre la entregó a Clara Sánchez, de la ciudad de San Juan, que la educó con rigor. En respuesta, Martina logró escapar, encerrando a toda la familia en la casa.
A partir de ese momento, Martina vivió con los huarpes y se transformó en ladrona y asaltante de caminos, repartiendo lo que robaba entre los más pobres.
Luego convivió con el bandido Cruz Cuero, jefe de una banda que asoló la región por años. Se dijo que incluso atacaron la Iglesia de la virgen de Loreto, en la provincia de Santiago del Estero. Esta relación con Cruz terminó en una tragedia, ya que Martina se enamoró de un joven extranjero que secuestraron; Cruz golpeó a Martina y mató al joven de un balazo, pero Martina mató a Cruz con una lanza y quedó como jefa de la banda.
Sucesivamente, Martina se unió con sus secuaces al caudillo Facundo Quiroga. Martina continuó luego luchando al lado de los caudillos y del Chacho Peñaloza, hasta que le ofrecieron el indulto y un cargo de sargento mayor en la policía de San Juan. En ese cuerpo militar se encontraba el comandante Pablo Irrazábal, el asesino de Peñaloza. Martina lo retó a duelo, pero éste no tuvo lugar porque el oficial se descompuso por el miedo y pidió la baja.
Luego ofreció sus servicios al general San Martín, quien la nombró chasqui del ejército.
Se cuenta que un antiguo oficial sanmartiniano, el cura Elacio Bustillos, cubrió la tumba de Martina con una laja blanca, sin ninguna inscripción, ya que “todos saben quién está allí”
https://www.facebook.com/revisionismohistoricoargentino/photos/a.1517118025004715.1073742060.168950939821437/1517118068338044/?type=3&theater
Martina Chapanay nació a la vera de las lagunas del Guanacache, entre San Juan y Mendoza, en 1811, el mismo año que Sarmiento. Era hija, según algunos, de un indio huarpe. Según otros, de un cacique toba chaqueño, de nombre Juan Chapanay. Si fuera hija del toba, la leyenda dice que Juan se refugió entre los indios huarpes, “en una zona donde se formó un desierto”. Su madre fue una cautiva blanca llamada Teodora, quien era huérfana y a la que Juan Chapanay rescató de una sangrienta pelea donde dos hombres terminaron decapitados. "La Chapanay" se crió en el hogar de sus padres, que por su tamaño y la dedicación de Teodora, se transformó en la escuela y el centro de catequesis del lugar. Pero la muerte prematura de la mujer dejó al marido turbado y a Martina abandonada.
Cuando era adolescente, Martina se destacaba por sus aptitudes de jinete y cuchillera, su habilidad para hacer galopar caballos en los arenales, pialar terneros, cazar animales y nadar con gran destreza. Era una mujer de contextura pequeña, pero fuerte y ágil. De bellos rasgos, su cabello era negro lacio y de tez morena. Al elegir la vida de montonera comenzó a utilizar la vestimenta de los gauchos: (chiripá, poncho, vincha y botas de potro), tal como se representaba en las estampas y tallados de madera.
Cuando murió su madre, su padre la entregó a Clara Sánchez, de la ciudad de San Juan, que la educó con rigor. En respuesta, Martina logró escapar, encerrando a toda la familia en la casa.
A partir de ese momento, Martina vivió con los huarpes y se transformó en ladrona y asaltante de caminos, repartiendo lo que robaba entre los más pobres.
Luego convivió con el bandido Cruz Cuero, jefe de una banda que asoló la región por años. Se dijo que incluso atacaron la Iglesia de la virgen de Loreto, en la provincia de Santiago del Estero. Esta relación con Cruz terminó en una tragedia, ya que Martina se enamoró de un joven extranjero que secuestraron; Cruz golpeó a Martina y mató al joven de un balazo, pero Martina mató a Cruz con una lanza y quedó como jefa de la banda.
Sucesivamente, Martina se unió con sus secuaces al caudillo Facundo Quiroga. Martina continuó luego luchando al lado de los caudillos y del Chacho Peñaloza, hasta que le ofrecieron el indulto y un cargo de sargento mayor en la policía de San Juan. En ese cuerpo militar se encontraba el comandante Pablo Irrazábal, el asesino de Peñaloza. Martina lo retó a duelo, pero éste no tuvo lugar porque el oficial se descompuso por el miedo y pidió la baja.
Luego ofreció sus servicios al general San Martín, quien la nombró chasqui del ejército.
Se cuenta que un antiguo oficial sanmartiniano, el cura Elacio Bustillos, cubrió la tumba de Martina con una laja blanca, sin ninguna inscripción, ya que “todos saben quién está allí”
https://www.facebook.com/revisionismohistoricoargentino/photos/a.1517118025004715.1073742060.168950939821437/1517118068338044/?type=3&theater
viernes, 5 de enero de 2018
El pueblo mapuche y la campaña libertadora de San Martín
La importancia del pueblo mapuche en el cruce de los Andes y como borrar estos acontecimientos de “la historia oficial”.
Martín Leonardi
Pareciera que la construcción del enemigo interno avala cualquier tipo de argumento falaz y hasta ridículo.
“Historiadores” y operadores se pasean a diario por los medios cómplices en esta construcción despachándose con frases como “los mapuches son chilenos” o “exterminaron a los tehuelches, quienes eran argentinos”.
En primera instancia, tanto los mapuches como el resto de los pueblos originarios o nativos son anteriores a la creación de los Estados (chileno o argentino) en este caso.
Tan anteriores que el Wallmapu (nombre dado al territorio que ocuparon los mapuches históricamente) fue defendido contra las invasiones primero del imperio inca y luego del imperio español, cuatro siglos antes de la creación del Estado argentino.
Imperio español que ha reconocido al Wallmapu como un ente soberano en el Parlamento de Quilín, en donde se fijaría la frontera en el Río Biobío. Ambas partes se comprometerían mediante “acuerdos de paz” que como bien sabemos, no fue cumplido por la potencia colonialista.
Los tehuelches por otra parte, no “se extinguieron”, sino que desde hace varios años luchan para demostrar que continúan existiendo y, en la Patagonia austral, han comenzado a identificarse en el espacio público como aonek’enk. Los responsables de su marginación e invisibilización no fueron los mapuches, sino las políticas de colonización”. Se puede leer en una investigación reciente llevada a cabo por la Sección Etnología, perteneciente al Instituto de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires.
A su vez, las alianzas matrimoniales entre unos y otros y los desplazamientos producidos por el avance de los Estados sobre sus territorios dieron lugar a que muchas familias se identifiquen en el presente como mapuche-tehuelche, tal como ocurre en la actual provincia de Chubut.
Es necesario este repaso para contrarrestar la versión oficial y sesgada que se está intentando instalar respecto al origen de los pueblos nativos.
Más allá de la ancestral lucha que lleva a cabo el pueblo mapuche, el objetivo del presente artículo es dar cuenta de la importancia de su aporte como pieza clave en la liberación del continente americano de la sujeción española.
Más precisamente en el inicio de la campaña libertadora llevada a cabo por Jose de San Martin con el cruce de los Andes. Lo cual permitió luego la creación tanto del Estado argentino como el chileno que, paradójicamente y desde mediados del siglo XIX vienen oprimiendo, asesinando y desplazándolos de sus tierras.
Antes de iniciar su campaña libertadora San Martín dejaba bien en claro con quienes contaba y con quienes no:
“Los ricos y los terratenientes se niegan a luchar, no quieren mandar a sus hijos a la batalla, me dicen que enviaran tres sirvientes por cada hijo solo para no tener que pagar las multas, dicen que a ellos no les importa seguir siendo una colonia.
Sus hijos quedan en sus casas gordos y cómodos. Un día se sabrá que esta patria fue liberada por los pobres y los hijos de los pobres y los negros que ya no volverán a ser esclavos de nadie”. (Olazabal, Manuel de (1942) Memorias del coronel Manuel de Olazábal: refutación al ostracismo de los Carreras. Episodios de la guerra de la independencia. Estab. Gráf. Argentino).
En octubre de 1816, el general San Martín convocó a un parlamento “indígena” a los caciques pehuenches-mapuches del sur de Mendoza. En su plan estratégico para el cruce de los Andes, el acuerdo con ellos era decisivo: además del permiso para atravesar esos territorios porque eran sus dueños, el militar que sólo cuatro años antes había llegado de Europa conocía la cordillera por mapas, mientras los nativos la atravesaban en uno y otro sentido desde hacía siglos.
En septiembre de 1816 San Martín le había escrito a Pueyrredón, por entonces director supremo de las Provincias Unidas:
“he creído del mayor interés tener un parlamento general con los indios pehuenches, con doble objeto, primero, el que si se verifica la expedición a Chile, me permitan el paso por sus tierras; y segundo, el que auxilien el ejército con ganados, caballadas y demás que esté a sus alcances, a los precios o cambios que se estipularán: al efecto se hallan reunidos en el Fuerte de San Carlos el Gobernador Necuñan y demás caciques, por lo que me veo en la necesidad de ponerme hoy en marcha para aquel destino, quedando en el entretanto mandando el ejército el Señor Brigadier don Bernardo O´Higgins”. (Galasso Norberto (2000) Seamos libres y lo demás no importa nada, Buenos Aires, Editorial Colihue)
Pero la colaboración no se limitó solo al conocimiento de los mapas.
También cumplieron un papel esencial en la Guerra de Zapa. En la cual mediante la formación de guerrillas por toda la zona central de Chile se logró dar inicio a la insurrección y la desarticulación del Ejército Real y así dar paso al Cruce de los Andes.
Previo a estas acciones del ejército libertador chileno, los pueblos originarios de la región acordaron con San Martín que darían a los enemigos una información falsa acerca de los pasos por los cuales iba a cruzar y solicitarían ganado a cambio para que les creyeran. De este modo, los obligaba a dispersar fuerzas y debilitar el verdadero terreno de ataque.
Luego de los rituales del caso, el Libertador les dijo: “Yo también soy indio” y les comunicó que iba a pasar a Chile con todo su ejército y cañones “para acabar con los godos que les han robado la tierra de sus padres”. El acuerdo se selló con un abrazo a cada uno de los caciques y el intercambio de regalos. San Martín recibió un poncho blanco cuyas guardas tenían un diseño que lo designaba Toki, jefe guerrero.
Los lazos estrechados entre los pueblos nativos de la región cuyana y el ejército de los Andes dieron origen a una de las frases más recordadas de su General Jose de San Martin:
“Si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos han de faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con las bayetitas que nos trabajan nuestras mujeres y si no, andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios. Seamos libres y lo demás no importa nada. La muerte es mejor que ser esclavos”. (Olazabal, Manuel de (1942) Memorias del coronel Manuel de Olazábal: refutación al ostracismo de los Carreras. Episodios de la guerra de la independencia. Estab. Gráf. Argentino).
San Martín veía a los mal llamados “indios” como paisanos. Aliados en contra de las potencias colonialistas europeas.
Si bien tanto en la campaña libertadora de Chile como en la del Perú convocó a los pueblos originarios como fuerzas “auxiliares”, no se propuso desarrollar con ellos una gran fuerza social para un nuevo ejército independentista. Lo cual seguramente hubiese demandado cambios mucho más radicales en el orden social heredado de la colonia.
No obstante, la relación que mantuvo San Martín con expresiones del pueblo mapuche fue muy distinta a la que asumieron aquellos que se hicieron del poder desde 1861 en la Argentina.
Recordamos que, desde esa fecha y luego de la batalla de Pavón comenzaría a operar el filtro liberal de Bartolomé Mitre quien además de dar inicio al periodo de la Republica conservadora fue quien “escribió” la historia oficial, borrando la importancia de los pueblos originarios en la campaña libertadora.
A partir de este momento y con la llegada al poder de los liberales de la “generación del 80” (Sarmiento, Avellaneda, Roca) se iniciaría un genocidio contra los pueblos originarios que se sigue perpetrando de diversas formas hasta la actualidad.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)