sábado, 10 de septiembre de 2016

Montero, el patriota que se fué con los mapuche.


"Montero andaba y peleaba por todos lados. Se unía a los jefes que venían a pelear con los caciques partidarios del rey. Se hizo como mapuche: hablaba el araucano, se ponía manta y chiripá y se dejaba crecer el pelo.”
“Los caciques de Maquehua le tomaron mucho cariño. Entonces él se casó con la hija del cacique Alkavilu.” (testimonio familia Montero.) Ultimas familias araucanas. T. Guevara.
¿Un personaje de ficción? ¿Una leyenda? ¿Un guión de película? ¿Un soldado patriota que se hizo mapuche? Pareciera mentira, pero no lo fue. El hombre existió y su historia es tan extraordinaria como puede serlo el de todo hombre que abandona una cultura para incorporarse a otra diferente.
En su libro la Guerra a Muerte, Vicuña Mackenna  nos narra el momento en que el coronel Beacheff  se encontró con Montero y sus hombres en la campaña de 1822.
“Apenas había avanzado la última unas pocas leguas hacia el norte del Toltén cuando se presentaron a Beaucheff diez hombres de extraña figura, casi desnudos, con largos cabellos, que hablaban con dificultad el español, pero se diferenciaban de los indios en sus rostros perfilados y en que llevaban en sus manos, en lugar de la quila indígena, tercerolas extranjeras. Eran el sargento Juan de Dios Montero, que venia con sus compañeros del malalche  de Venancio, donde antes dijimos lo había dejado el mayor Ibañez en marzo de 1821.”
 ''Estos cazadores se encontraban desde hacia mucho tiempo en fa tierra de indios y habían adoptado todas las costumbres de los salvajes. Solo se diferenciaban de ellos por las armas, pues estos cargaban tercerola y sable. De otro modo, era imposible distinguirlos: vestido, idioma, pelo largo y suelto, tenían varias mujeres, en fin iguales, y se hallaban muy contentos con esta vida errante. Los indios los apreciaban mucho por sus armas de fuego que mantenían con mucho cuidado. Vivían del pillaje y del botín que hacían entre los indios enemigos de la patria ... " (testimonio de Beacheff)
Benjamin Vicuña Mackenna nos dejo la siguiente semblanza sobre este soldado.
“Juan de Dios Montero era natural de Concepción y en 1817 había sentado plaza de soldado en el batallón número 3 de Arauco (después Carampangue) en el cual, segun el coronel Zañartu, fue asistente de su hermano don Vicente. No sabia leer ni escribir y era un hombre de pobre figura, delgado, de rostro agudo y algo chueco para andar. Todo lo que tenia de imponente era su corazón.”
“Hemos visto que en Combate del Centinela el 9 de diciembre de 1819, donde era cabo, se condujo con tal heroísmo que a pesar de su humilde rango, le recomendó especialmente en su parte el mayor Quintana. Su hazaña de Talcahuano, tan poéticamente contada por Vallejos, le hizo ganar la jineta de sargento de Cazadores a Caballo y con esta graduación entró a la tierra con Ibañez a fines de diciembre de 1820. Habiéndose quedado entonces al lado de Venancio (cacique aliado de los patriotas), casóse allí a la usanza de la tierra con una india llamada Juana de la que tuvo varios hijos. De estos conoció algunos en Maquehua el coronel Zañartu en 1849, y llevaban todavía el apellido de su padre.”
“Después de recorrer toda la Araucanía, dando malones a las reducciones godas, Montero no quiso aceptar los ofrecimientos del coronel Beaucheff para llevarlo a Valdivia.”
“Continuó su vida errante y batalladora durante los años 1823 y 1824, pero siempre subordinado a Venancio y al gobierno patrio. Ascendido a alférez, entró, en diciembre del ultimo año, a la cabeza de setenta tiradores, a la tierra de los pehuenche, en persecución del cacique Melipán, y llegó hasta las salinas, sitas a la otra banda de la cordillera, de las que se apoderó, quitando este importante recurso a los indios enemigos, que no pueden subsistir sin aquel articulo. Por este servicio lo recomienda al gobierno el intendente de Concepción don Juan de Dios Rivera en nota del marzo 3 de 1825, y este es el último documento fidedigno que se tiene de su memoria.”
“Es conocido el romántico fin que le atribuye Vallejos, haciéndolo asesinar por orden de Rosas en el cuartel del batallón Suipacha en Buenos Aires cuando ya había ascendido a coronel. Pero todo esto en nuestro concepto no pasa de una feliz inventiva para los fectos del drama. Más probable es que Montero pereciera junto con Venancio en el combate que este sostuvo con los indios Pampas cerca de Bahia Blanca a los confines de la Patagonia, y solo en el humilde puesto de alférez de Chile o capitán de indios. Tal vez fue llevado prisionero a Buenos Aires y se le fusiló allí, de lo que Vallejos acomodó su bien urdido cuento.”
(La guerra a Muerte, B. Vicuña Mackenna, pagina 708, nota 1)
Ahora bien, más allá de su vida heroica y guerrera, pienso que el momento clave de su historia fue el momento en que cruzó la frontera cultural hacia su otro mundo; el momento en que supo que después de haber vivido años entre los mapuche el mundo de los blancos, de los “civilizados” ya no era el suyo.
Lo imagino esa noche a Montero, en que el coronel lo invitó a dejar la vida barbara para regresar con él a Valdivia. “Ya la guerra esta terminando, le habrá dicho, tienes que volver con  nosotros.” “ Si mi coronel, ya debo volver” Esa noche se habrá apartado de sus compañeros indios que lo acompañaban. No quiso hablar con nadie. Solo a sus hombres les dijo. “Mañana nos vamos”  Pero a sus mapuche nos les dijo nada, pero ellos también lo supieron, lo adivinaron. Su silencio, su mutismo se lo dijeron. Pero tampoco ellos le hablaron. Lo estimaban. Algún viejo cacique tal ves dejo caer unas lagrimas por que se marchaba su winka amigo; el soldado que los había defendido.
A la mañana siguiente Montero y algunos de sus hombres formaron entre la división de Beaucheff  que iniciaba la marcha. Desde las alturas del cerro los mapuche los miraban alejarse. Montero marchaba en silencio sobre su caballo. Soplaba un viento fresco que susurraba sobre las copas de los árboles. La división se alejaba. Y entonces, él, el soldado que había luchado junto a los mapuche, que había dormido en sus rukas, que era adorado por los niños y querido por los ancianos, sintió algo frio y liquido que le bajaba por el rostro  hasta su barbilla. Entonces entendió. Tiró de las riendas de su caballo y salió de la formación. Al galope se dirigió hacia la cabeza de la formación. Allí saludó a Beaucheff. “Permiso mi coronel” le dijo. El coronel lo saludo llevándose su mano hasta la frente. “Adelante sargento”  Y entonces el sargento Montero doblo riendas y al galope de su caballo  se alejó de regreso hacia el sur, hacia las montañas, hacia el país de los  mapuche.

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