LAS VAQUERIAS (1729)
CAYETANO CATTANEO, S. J.
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Otros por puro placer y sin necesidad van y matan millares de toros, vacas 5, terneros y sacando sólo la lengua, abandonan todo el resto en el campo. Mayor estrago hacen los que van a buscar grasa, que sirve aquí en lugar de aceite, tocino, manteca, etc. Estos, hecha una copiosa mortandad de aquellos animales, sacan de aquí y allí un poco de gordura, y cuando han cargado bien sus carros, se vuelven sin cuidarse de lo demás. Mas en estas comarcas, el sebo no solamente se usa sino que se lo despilfarra. No sé, ciertamente, cómo dejaría el aire de infectarse quedando la carne de tantos animales despedazados, si no fuese por ciertos cuervos de la forma y tamaño casi de un águila, y otras aves de rapiña, que llaman caracarás (carancho), de la misma apariencia pero de diverso color, que vienen en bandadas a devorarlo todo. Júntese a esto la matanza que se hace para comer, siendo casi el único alimento; los estragos que hacen numerosos tigres entre los terneros, y cuenta que peores aún son los leones (jaguares y pumas), porque éstos no matan solamente por hambre como los tigres, sino por diversión, de modo que por cada ternero que comen, matan diez o doce. Así es que parece un prodigio que puedan subsistir en tan gran número, con tantos enemigos que los persiguen. El sistema de que se valen para hacer en brevísimo tiempo tantos estragos es el siguiente. Se dirigen en tropa a caballo hacia los lugares en que saben se encuentran muchas bestias, llegados a aquellas campañas completamente cubiertas, se dividen y empiezan a correr en medio de ellas, armados de un instrumento, que consiste en un fierro cortante en forma de media luna puesto en la punta de una asta, con el cual dan al toro un golpe en una pata trasera, con tal destreza, que le cortan el nervio sobre la juntura; la pata se encoje al instante, hasta que después de haber cojeado algunos pasos, cae la bestia, sin poder enderezarse más; entonces siguen a toda la carrera del caballo hiriendo otro toro o vaca, que apenas recibe el golpe queda imposibilitado para huir. De este modo, dieciocho o veinte hombres solos postran en una hora siete u ochocientos. Imaginaos entonces, cuántos, prosiguiendo esta operación un día entero o más días.
Cuando están saciados, se desmontan del caballo, reposan y se restauran un poco, entretanto, al huir los ilesos, quedan por millares los volteados, sobre los cuales se abalanzan a mansalva degollándolos, sacan la piel y el sebo, o la lengua, abandonando el resto para servir de presa a los cuervos.
LAS VAQUERIAS (1750)
Fray PEDRO JOSÉ DE PARRAS
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Vi también en diversos días matar dos mil toros y novillos, para quitarles, sebo y grasa, quedando la carne por los campos. El modo de matarlos es éste: montan seis o más hombres a caballo, y dispuestos en semicírculo, cogen por delante doscientos o más toros. En medio del semicírculo que forma la gente, se pone el vaquero que ha de matarlos; éste tiene en la mano un asta de cuatro varas de largo, en cuya punta está una media luna de acero de buen corte. Dispuestos todos en esta forma, dan a los caballos carrera abierta en alcance de aquel ganado. El vaquero va hiriendo con la media luna a la última res que queda en la tropa; mas no le hiere como quiera, sino que al tiempo que el toro va a sentar el pie en tierra, le toca con grandísima suavidad con la media luna en el corvejón del pie, por sobre el codillo, y luego que el animal se siente herido, cae en tierra, y sin que haya novedad en la carrera, pasa a herir a otro con la misma destreza, y así los va pasando a todos, mientras el caballo aguanta; de modo que yo he visto, en sólo una carrera (sin notar en el caballo detención alguna), matar un solo hombre ciento ventisiete toros. Luego, más despacio, deshacen el camino, y cada un peón queda a desollar el suyo, a los que le pertenecen, quitando y estaqueando los cueros, que es la carga que de este puerto llevan los navíos a España. Aprovechan, como se ha dicho, el sebo, la grasa y las lenguas y queda lo demás por la campaña...
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Desjarretadora o "media luna", con la que
desde el caballo se cortaban las patas del ganado vacuno salvaje para poder sacrificarlo |
Concolorcorvo también especificó la forma en que asaban lenguas y matambres y cómo revolvían con un palito "los huesos que tienen tuétano" o "caracuses", actitudes que comenzaban a prefigurar al asador criollo de nuestros días.
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